Hablar de Shakira es detener el tiempo por un breve espacio y observar de manera sigilosa la mujer que nos erotiza con unos movimientos que invisibilizan  su talento.

Siento que Shakira y el movimiento de sus caderas son la mejor representación del modelo de sociedad en que vivimos.

Una chica y su guitarra transitaban las calles de Barranquilla exhibiendo su talento en busca de ser estrella. Bastó con llegar a Estados Unidos y consiguió lo que buscaba, ahora el desafío era permanecer.

En dirección hacia la consolidación del éxito agregó a su ya deslumbrante hermosura unos movimientos atrevidos aprendidos de la danza del vientre logrando que en sus conciertos, quizás, lo que menos se mire sea su talento.

Y así va ella moviendo sus caderas por todos lados, llenando escenarios hasta el borde y cantando sueños aunque llamen menos la atención.

El mundo de la farándula registra otro caso sui géneris: el de Jennifer López, una mujer de poco talento que ofrecer, pero de un cuerpo exuberante que ha logrado fama y dinero gracias eso y nada más. Jlo se ha convertido en el  prototipo de belleza femenina y al final de nada ha servido no tener talento, solo importó un buen cuerpo.

Es la sociedad del cuerpo y la apariencia,  no del espíritu. El cuerpo es capaz de pulverizar cualquier propuesta importante en términos de arte porque la gente quiere ver imagen.

La televisión está llena de mujeres y hombres fabricados al vapor, con cuerpos delineados que detienen el aliento de cualquiera.

En los anuncios de vacantes de trabajo piden presencia física y siempre saldrá más aventajado quien mejor imagen represente legitimando la discriminación y la exclusión.

Se ha instaurado una cultura de la imagen con dimensiones perfectas que roban el sueño a quienes no la logran. Vamos por la vida preocupados de si aumentamos de peso o rebajamos. Se considera ofensa llamarle gorda a una mujer y sobre ello se han construido estigmas que reducen la autoestima.

En la cultura de la imagen la salud importa en cuanto contribuya a mantener un cuerpo esbelto y aquí radica la obsesión con el gimnasio. La comida es importante no porque nos alimente, sino para sostener el imaginario del cuerpo, que no  aumente libras ni altere nuestras curvas. Ahora nos pasamos el tiempo contando las calorías de lo que vamos a comer.

Es así como las caderas de Shakira, las curvas de Jlo, los brazos atléticos de Arnold Schwarzenegger o Sylverte Stallone han moldeado el gusto femenino de los hombres y el gusto masculino de las mujeres.

A las mujeres le atraerán más los hombres altos, fuertes y de ojos azules; a los hombres las mujeres de buenas curvas y nalgas exuberantes y si mueven las caderas como Shakira tendrán un punto extra.

Existen otras que a la  recurrida estrategia del cuerpo le agregan los escándalos como Miley Cyrus, Britney Spears o Lady Gaga y una que otra dominicana. En esta sociedad de la nada cualquier banalidad es un éxito.

A menudo nos preocupamos tanto por la parte exterior y la opinión de los demás que olvidamos la importancia de los sentimientos, de la belleza interior. Dejamos de apreciar lo que somos por dar importancia a lo que otros digan.

Y así la vida sigue su agitado curso y en ella estamos quienes la miramos desde la acera de enfrente, ensimismados en el sin sentido social donde lo banal a sustituido lo esencial y que no se detendrá mientras se pueda admirar las caderas de Shakira.