Como todos, respiro y experimento el miedo y la inseguridad reinantes. En esta ocasión, nos abate la tragedia del asesinato de la Arq. Leslie Rosado Marte, indefensa, embarazada y frente a su hija de 15 años, por un disparo a la cabeza que le fue propinado por un miembro de la Policía Nacional, en plena vía pública.

Poco antes –aunque parezca ya lejos-  nos conmocionó la muerte a disparos de una pareja que venía de un culto evangélico, por una patrulla de la Policía Nacional. La explicación fue que iban tras los autores del robo de una Passola, algo que no se entiende, nunca se ha aclarado y todo parece indicar que no se esclarecerá.

Frecuentemente, nos llegan audios por las redes sociales, en las que escuchamos a alguien contar una experiencia aterradora. El pasado fin de semana circuló el de una dama que narraba su persecución por enmascarados con uniforme policial, tras salir de un cajero automático en el sector de Arroyo Hondo, a las siete de la noche.

La situación ha llegado a un punto de inflexión. Incluso, se enarbola una campaña de “yo no me paro”  en desafío a un eventual mandato de alto por parte de la Policía.

Sin duda, son ejemplos lamentables del innegable deterioro de la institucionalidad, que ha pasado a algo directo y personal: vector del miedo y causa de los peligros de transitar. No hay hora ni lugar seguro. A muchos les hace pensar en abandonar el país o por lo menos que sus hijos lo hagan, hacia otro que garantice una mejor calidad de vida. Pero, nunca nadie podrá irse con todos sus afectos. No queda otro camino que echar la pelea.

Explicaba a mi esposa e hijos, lo que llamo la teoría de la ambulancia. Desde hace un buen tiempo, muchos conductores al escuchar la sirena de una ambulancia, en vez de simplemente abrir paso, se acomodan justo lo mínimo para dejarla pasar y acto seguido, le caen atrás rápidamente para utilizar la trocha que esta abre, para llegar rápido a su destino, mientras violan impunemente todas las leyes de tránsito.

Actualmente, muchas manzanas podridas siguen la “ambulancia” en diferentes modos, para cometer actos puros de pillaje y de delincuencia, escudados tras acciones que les dejan un camino abierto para sus fechorías. Tomemos el caso de los allanamientos nocturnos del Ministerio Público, que son practicados de madrugada, sin dejar a los allanados ninguna constancia de su accionar, levantando las actas e inventarios después, en la oficina, las que muchas veces se niegan a compartir hasta el último momento.  Otras veces, dejan rotas y abiertas las puertas de las casas que encuentran inhabitadas.

En ese secretismo, todo luce que una banda organizada de delincuentes uniformados, que ve cómo se hacen las cosas, incluye entre sus objetivos las casas allanadas vacías, para retornar de noche a las mismas, bajo la falsa premisa de que son la “autoridad”, para robarse los bienes del investigado o sus familiares. Algo oscuro se atisba tras el homicidio del Mayor del Ejército Nacional, José Antonio Santana De La Cruz, quien fue parte de la seguridad del ex Procurador Jean Alain Rodríguez Sánchez. Tras investigar un robo cometido por personas uniformadas que presumieron de ser la autoridad, ante el cuidador de la casa vacía de la madre de este –previamente allanada- terminó muerto a manos de la “delincuencia común”, en un “confuso incidente”.

Las jurisdicciones con un grado alto de institucionalidad, privilegian el debido proceso a las circunstancias del caso particular. Para eso hay que tener varios niveles de adelanto. Significa que se entiende la importancia crucial del proceso como núcleo de la seguridad jurídica. Sin embargo, todavía hoy, en nuestro país, muchos claman por la vuelta de figuras de autoridad totalitaria a ocupar posiciones de poder y celebran las ejecuciones policiales, sin distinguir que esos vientos trajeron estos lodos.

Tomemos perspectiva y dejemos la visión miope de que “el fin justifica los medios”. La forma cuida del fondo. Reflexionemos y actuemos para que el debido proceso sea la primera garantía ciudadana. Lo contrario no es propio de un estado de derecho y se transmuta fácilmente en abuso y salvajismo.

Si nos mantenemos como meros espectadores y dejamos que los órganos de seguridad y punitivos del Estado – y cualquiera que sea el héroe del momento- menoscaben derechos fundamentales, mientras los jueces no tienen la fuerza para detener esas violaciones, acobardados con una opinión pública mayormente sensacionalista y acrítica, estamos en problemas serios.

Estos horribles sucesos revelan nuestras debilidades institucionales. Ojalá nunca hubieran pasado y ojalá no se repitiesen. Que su existencia sirva de fuerza motora para tener un enfoque más agudo y más analítico de nuestro entorno y fomentar el funcionamiento de los contrapesos, que aseguran el equilibrio de los poderes del Estado. De lo contrario, estaremos resolviendo los síntomas y no curando la dolencia.

Dijo un filósofo que la cadena es tan fuerte como su eslabón más débil. Cuidemos el debido proceso. Veamos más allá de la curva.