La primera vez que supe de la calle Grand Concourse fue en ‘A Confederacy of Dunces’, la entrañable Mirna Minkoff palomeaba pegando carteles por esta avenida intestino grueso del Bronx. Después mi primo se mudó por Marcy Place, una calle donde los pushers son tan bestias que ponen una música altísima teniendo droga arriba y los policías se han llevado a varios creando una escasez innecesaria, verbigracia, a La Percha, al Topo, a la Moña, a la Salsa. La cosa es que para llegar al apartamento de mi primo es por la Grand Concourse. En estética no es Grand, es decir, Grandiosa, pero sí es grande, es decir, ancha, hace su trabajo de vía pública y sus congestiones no son insoportables, a menos que sea cerca de Fordham, esa Duarte con París newyorkina, y usted va de regreso del trabajo en una guagua llena de peloteros de pequeña liga y un evangélico bilingüe que por alguna amenaza cósmica tiene en la mano un megáfono.

Un día leí en el New York Times un artículo sobre la cabaña de Poe, que queda precisamente en un parque en la Grand Concourse, ahora rodeada de edificos con inquilinos que bailan al ritmo de los tambores y les gusta mucho pararse en las ventanas a vocear parabajo:

“PUÑETA CANTŒCABRÓN, ¿QUE SI VA QUERÉ AJÓ CON HABICHUELA?”

Otra cosa sin importancia que contribuyó a que me fuera a pasar el fin de semana con mi primo era nuestra soltería simultánea, la de él temporal, su esposa se fue para la isla a algún funeral o resort, la mía definitiva, mi negra bella se fue a bailar para Las Vegas. Se podía decir que mi estado sentimental en facebook era "Abollao".

Una vez otra vez quisimos crear ese nidito tibio donde dos personas podían ser felices siendo ellos mismos sin secretos sin poses sin gorila en el medio que vuelva todo falso sin preocupaciones mundanas escribiendo el futuro debajo de una manta mientras afuera las universidades se plagian y se elogian entre ellas y la Ficción de la era es una burbuja de letras que nunca es releída.

Como iba diciendo antes del exabrupto, la mujer de mi primo se fue para Bonao a ver si la atracaban, por suerte se llevó al caconcito con ella. Esa querida criatura imperativa es un vivo ejemplo de por qué yo sospecho de todo adulto que voluntariamente quiera estar donde están los muchachos, un cura o seminarista que da catecismo los domingos, para poner por caso. Así que el apartamento cerca de la Grand Concourse tenía una habitación con aire acondicionado disponible para yo no tener que pasar ese primer fin de semana solo en mi sótano.

Yo siempre había pensado que mi primo era un bestia. De niños cuando me veía leyendo El Conde de Montecristo me advertía que me iba a volver loco como Ulises el Cojo, el hijo de Elías el Cojito, odiseo rural que se fue a estudiar arquitectura en la UASD y regresó sin título y hablando de comunismo. En fin, yo pensaba que mi primo no asociaba a Pasteur con la leche Rica, además, tuvo la mala suerte de nacer con ese gen cibæño que induce al individuo afectado a meter la i donde no va, es decir, "Ei Mai" es "El Mar/Mal", "Amoi" es "Amor". Y yo que había sufrido su abuso al idioma de Cervantes, lo veo ahora hacer lo mismo con el de Shakespeare. Ese barbarazo me dijo: "I nevei see you anymoi". Pero me recibió con un regalo: un reloj Casio G-Shock Protection que de niños tanto deseamos, pero que nunca pudimos comprar, a pesar de pasarnos el verano entero trabajando de solazo a solazo recogiendo tomates en las parcelas vecinas. Después de agradecerle, conmovido, lo miré de arribabajo: Flaco, mucha frente, estrenando bigoticos. Pedimos comida china y el delivery chino contando el dinero, con ese adorable no bullshit chino, le dijo a mi primo: "No tip? You cheap". Era viernes, apenas las 8 y el sol del verano estaba afuera. Le dije que vayamos a fumarnos un tabaquito por el parque, quería ver la cabaña de Poe de cerca.

Ya allá en el parque nos sentamos en un banco frente a la cabaña de Poe. La estructura simple me encantaba, poco espacio para el regueroso. Una galería, una chimenea, una parte con techo bajo. Toda ella pintada de blanco. Mi primo me dijo: "Tú sabe que la otra madrugá yo venía dei trabajo y había un hombre raro mirando esa casita. Pa mí que era como un mueito. La ropa era como de otro tiempo, un pantalón de raya y un saquito como muy coito y una coibatica de esa de laso. Yo casi me mando a correi cuando me miró, taba como muy trite".

Yo no soy supersticioso, de hecho, no creo en muertos que regresan a vagar por los lugares que fueron felices o desgraciados, pero en mi vulnerabilidad anímica inmediatamente sentí que mi primo había visto el fantasma de Poe. No le dije nada, pero decidí regresar a la medianoche a darle la vuelta al parque para ver si tenía la misma suerte.

Una vez en el pequeño Haití de Miami fui donde un brujo haitiano para que me pusiera en contacto con un dominicano que haya vivido en la era de la guerra de Independencia Dominicana (del 1840 al 1845); después de encender una rojiza vela gigante, el brujo de marras me dio a beber un brebaje bermejo y ahí mismito llegó un chivo canela llamado Conejo cuya cabeza fue transformándose, lentamente, en la cabeza de un hombre blanco, de un hombre negro, de un hombre mulato, de un hombre jabao que gritó "ETA ERA SÍ E MALA CARAJO"; pero esa madrugada no había bebido nada, nadie me había hipnotizado y, sin embargo, ahí mirando hacia su cabaña estaba Poe, esa figura trágica bajo la luna llena me daba la espalda, pantalones de rayas y saco corto, parecía lo que debió haber parecido en su época, un pobre atronao. Yo no tenía miedo, me acerqué con respeto y cariño, pero escuchen, estaba declamando algo:

“Neveimoi… Neveimoi… Neveimoi…”

Por fin debajo del palœlú pude ver bien la cara de Poe, digo, de mi primo, ese puñetero, era esa rara cara de dicha pura de alguien que sabe que ha hecho algo extraordinario.