Ciertamente Diógenes Nina (1941) es un narrador atrapado por sus fantasmas y por un hilo invisible que va conduciendo, gobernando su mundo como si la memoria desenterrara lo que de ficción tiene la realidad. Los cuentos de Diógenes Nina revelan un universo cuyos elementos son la soledad, las situaciones límites, las aventuras peligrosas, el exilio, el amor perdido y otros que se constituyen en el movimiento interno de su prosa narrativa.
La sorpresa, el espanto, el conflicto interior y la desadaptación particularizan en ese narrador dominicano un espacio de vivencia y reflexión que atraviesa toda su narrativa y la cosmovisión singular dirigida por la mirada que es, aquí, el mecanismo ideológico individualizante de lo narrativo.
Justificando toda su travesía en un fantástico que hemos denominado en otra pate fantástico urbano Diógenes Nina descubre lo siniestro y los estados desestabilizadores de la situación como parte de un engendro temporal y una crisis del sujeto que da cuerpo al movimiento de los tipos elegidos; fantasma que muchas veces sucumben en su agresión al narrador y al lector. Esa configuración simbólica de la trama hace que la travesía misma se convierta en procedimiento o tratamiento particular de todo el tejido narrativo.
El espesor del relato muestra un espacio relacional, desde el cual Eleno Simmias se encuentra metafóricamente con Celso Dolores, Tucídides y Felipe Guarao, así como Yolanda Oliver crea un conjuntamiento narrativo con Tharma Isabel y Alianza Cavalier. Esto permite la existencia de una pluralidad de lecturas que el texto mismo sugiere y propone al lector. Pues de ese modo el significante narrativo se va articulando en la fórmula borgeana de lo mismo-lo otro, creándose de esta manera una alteridad temporal propia de un tipo de relato ontológico practicado en Hispanoamérica en los últimos treinta años.
Diógenes Nina aparece como narrador y personaje ante un espejo que inventa y que luego quiere romper, debido al ascendente irracional proyectado por la mirada narrativa. Cada personaje se reconoce en su destino y pretende, en el relato, revelarse y rebelarse en una doble operación mostrativa y textual. Todo lo que en la superficie narrativa pretende subvertir el narrador, se concentra como contenido en el marco de la coherencia de los textos.
Si estos cuentos remiten a un hablar interior-exterior del autor, debemos decir que la voz se impone como recurso y como tipo vocal identificador del personaje en el cuadro de la acción narrativa. Y es que el procedimiento dialógico es el ejecutor a través del cual el personaje se autopresenta dinamizando la trama e imponiéndose como hablante activo en la interacción narrativa.
Lo que nos quiere contar este autor dominicano, es que la vida es una ficción en la que cada individuo se va reconociendo de manera perfilada y procesual. El ámbito corroído por los efectos desintegradores se mantiene en la presentificación de la finalidad. El cuento, en este caso, crea su propia ontología mediante el doble vínculo, la doble vía y el contrato narrativo. Este último es lo que nos da la sensación de real y de verosímil observable en la inscripción narrativa permanente en cuentos como Encrucijada, Las desapariciones de Celso Dolores, La liberación de Blanco Rosa y su amigo Benedicto, Cuatro interrupciones en la noche de Danilo Peix y La exequias de Alvin Carlos. Asistimos a una ceremonia donde lo que se logra imponer a través del diálogo se quiebra con la situación interferida por lo siniestro, lo insólito, en fin, lo fantástico.
Ya aceptado el orden legendario o mítico, el autor pretende, sin embargo, modificar a través de la poeticidad narrativa el verdadero destino de los personajes, siendo así que el discurrir del relato acepta lo que hemos llamado el doble vínculo, mediante el cual, el actuante es perfilado en el sacrificio y en el significado de su propia alteridad. El registro entonces cualifica los estados de soledad y terror de los personajes mediante la simulación-di-simulación. El eco es aquí diálogo de lo visible.
Se trata, pues, de una búsqueda que se reconoce en lo más representativo de la narrativa dominicana que se practica en el extranjero, principalmente en los Estados Unidos, donde jóvenes autores han aceptado el reto de una escritura desgarradora y un impulso que asegura una crítica al interior mismo de la post-modernidad. A partir de este concepto se insiste en enunciar correalidades y signos cuya doble oposición arquea un nuevo universo significante y desacralizador.
La presencia materializada por la trama y el personaje asegura en estos cuentos un hilo fantasmal predetermianado por un cuerpo que observa y es testigo de la ficción, del ocurrir en la significación para que sobreviva el aliento de la forma y la sustancia narrativa en su posicionalidad verbal. El narrador integra aquí los elementos ficcionales que hacen permanente el desconcierto, la trama que pretende romper y agrietar su propio contenido:
“Eleno Simmias salió a caminar y se internaba por una angosta callejuela, zanjada y sin contenes sembrada de refugios miserables, por donde el agua se despeñaba como arroyo salido de madre. Iba a pasos largos. Conocedor de la topografía, a pesar de la oscuridad, hábilmente evitaba hoyos y pedruscos. Cuando llegó al cruce conocido como “Bifurcación de los caminos”, lugar donde empezaba a borrarse la ciudad con sus escasos parpadeos de luces, se dirigió al Norte.”(Eleno Simmias)
Pero la presencia de la voz crea en el tejido narrativo la interacción y la fijación sicológica adelantándole al lector lo que ya por seguimiento narrativo presiente:
“Al llegar a la “Bifurcación de los caminos”, sentí miedo, presentimiento de ser seguido. Me detuve un momento, escruté los alrededores, pero no vi ni escuché nada. Continué internándome en el monte. Estaba a unos trescientos metros de casa, cruzando un pasaje lúgubre, cuando escuché un rumor de arbustos quebrados a mis espaldas y de inmediato la orden:
-¡Párese ahí. (Eleno Simmias)
Se puede hablar es este caso de un arctivador-personaje narrativo que sirve a su vez de ejecutor del significado en los puntos fuertes del relato. La posibilidad de cierta mecánica narrativa que produce el desencadenamiento, se expresa en la descripción del tiempo-espacio, en relación con el personaje que se hunde en la determinación de lo inevitable.
Pero lo inevitable forma parte de lo siniestro que se justifica en aquel fantástico urbano que ocurre en las metrópolis y en las ciudades gobernadas, no solamente por la conflictividad, sino por dispositivos pulsionales que se forman como productos de tramas solidarias. Así las cosas, podemos destacar algunos cuadros que sostienen y organizan la narratividad del fantástico urbano:
“Años atrás, no recuerdo cuántos, alguien me dijo en el ostracismo:
Rosendo cruz es este símbolo urbano del que queremos apropiarnos, infectados de pestilencias en una metrópolis indefinida, imperfecta y ajena. Pasado, presente y futuro se fusionan y crean esta ilusión de piedras centenarias, ladrillos, asfalto, espejos: tiempo transcurrido y transcurriendo ininterrumpidamente: tiempo angustiado que recorremos por su bulevares…”
(Encrucijada)
“Cuando abrió la mugrienta puerta del apartamento en el sótano del 123 de la calle Breuer, una granizada de cucarachas cayó sobre su cabeza. El primer efecto fue de terror. Saltó al exterior manoteándose la cabeza.
-Este es un microcosmos –dijo-, mientras se acomodaba en el místico taburete del “Question Mark”. (Tucídides)