Hay personas que para saber de las cosas humanas las reducen a números y se hacen expertos en exposiciones ilustres sobre razones estadísticas y predicciones numéricas sobre el comportamiento de la economía cercanas a la meteorología. Reduciendo las actuaciones de las personas a inferencias de variables endógenas.

Uno los escucha hablar de desastres y de las predicciones lúgubres y de la estabilidad económica donde hay seres que no sienten ni padecen que solo tienen reacciones primitivas y hasta instintivas para defenderse de los que no saben, pero que les pasa en una vida económicamente precaria. Las personas se observan como números que por su esencia son abstractos y no ayudan a distinguir formas de comunes de insensibilidad en la burocracia opulenta que no puede explicar cómo creció su patrimonio.

Entre estos creadores de escenarios y abstracciones hay seres de todos los calibres entre ellos impostores que no saben lo que es un impuesto y piensan que para recaudarlo son buenos los métodos de la edad media con hogueras y cepos. Algunos tienen sus nombres en lápidas de bronces de los anales de la estolidez diciendo que todas esas cosas las enseñan la universidad de Chicago o cualquier otra de las que dan prestancias a las equivocaciones sobre el comportamiento de los seres humanos. Así, despojan a la economía de su relación con lo humano y al mismo tiempo se vuelven torpes en aquellos campos donde lo humano aparece como ineludible y suelen manifestarse como autoritario e ignorantes, como sucede en las finanzas públicas y con los temas relacionados con los impuestos cuando se niegan los temas de legalidad, justicia, equidad e igualdad que están escrito en la Constitución. 

La estupidez no es propia de los economistas, entre estos los hay brillantes, y digo más, con características esplendorosas los hay más que en cualquier otra disciplina que tenga como objeto el comportamiento de los hombres y mujeres en una sociedad donde se dispone de recursos escasos para enfrentar necesidades ilimitadas, pero muchos son esclavos de una doctrina o una ideología y si usted repite como un dogma teorías que fracasan nadie en su sano juicio asumirá que está usted en lo correcto, aunque pueda imponer sus ideas por todos los medios de persuasión y coacción. 

Las situaciones más difíciles con muchos economistas no se dan como académicos y defensores de sus ideas, sino cuando ocupan un puesto con una función pública. Le sucede lo que Paul Tabori señala en su libro titulado en inglés «The Natural Science of Stupidy» y que en su versión en español se llama «La Historia de la Estupidez», dice este autor: «…la adquisición de una autoridad muy frecuentemente determina la perdida de la inteligencia, la atrofia de la mente y un estado crónico de estupidez.». No importa que profesión usted ejerza en el presente la gran virtud es el allante y hablar de forma circunspecta de lo que no se sabe, que siempre es mucho más fácil cuando se habla de impuestos.

Con sus taras y virtudes los economistas parecen ser los mejores para recaudar impuesto y todo el mundo quiere ejerce la profesión de moda y dicen que son economistas cuando su realidad es otra, pues estiman que son los que mejor explican el fracaso y lo argumentan. Sucede entonces que uno ve abogados ideológicamente liberales pretendiendo hablar de los mercados como los economistas y al mismo tiempo se refieren a miles de reglas que hay que obedecer y pretenden hacer cumplir con una petulancia enorme y una arrogancia natural que hablan de sus maldades de leyenda cuando con tufo de prepotencia escucha a un contribuyente en sus tonos de angustias o aplasta a un empleado en señal de poder. Dicen que es el abogado que ejerce mejor lo que es una filosofía o una conducta que no le importa la gente, pero por más que se hable en los medios el arte es explotar a quien no tiene manera de cómo defenderse hasta dejarlo exangüe, sin negocio y sin dinero y no es sólo asunto de derecho también lo es de los ingenieros que recaudan impuestos con gentes afines que actúan en concierto cuando se trata explotar un contribuyente chiquito.

Tabori dice: «Nadie puede negar que los funcionarios gubernamentales son seres humanos. Y no cabe duda de que la mayoría son excelentes esposos, padres afectuosos, y buenos ciudadanos. Pero, sea cual sea la edad de los sujetos, o el país donde desempeñen sus funciones, tan pronto se apoderan de un escrito y de un mueble para archivo de papeles les ocurre algo misterioso y terrible. La letra reemplaza al espíritu, el precedente anula la iniciativa y la norma se sobrepone a la piedad y la comprensión.».

Ser parte de la burocracia cambia a las personas y más cuando se le da poder sin límite alguno, pudiendo cambiar las leyes con disposiciones administrativas  y condenar a la desesperación a todo aquel que respire. Uno se sorprende cuando ve aquel muchacho tranquilo cuando ejercía otras funciones mandando y determinando quienes pagan los impuestos y quienes no y cumpliendo su promesa de que no iba a morir pobre porque no era pendejo. Uno lo ve actuar con un poder tan grande, que hace temblar a todos los empresarios y comerciantes pequeños con la omisión de las consideraciones de equidad y justicia y hasta de la compasión.

Como le gusta el puesto obra sin las quejas de los viejos recaudadores británicos, que decían que eran unos parias sociales. Ningún club de categoría aceptaba a los recaudadores ingleses como miembros, por la posibilidad de que espiaran a los miembros fuera del horario de trabajo. Diferente de este país donde extrañamente el recaudador de impuestos es toda una celebridad que sale más en los medios que las reinas de belleza o cualquier cantante urbano.

La Hacienda pública o las finanzas públicas no pierden su contenido humano por los defectos de los funcionarios que actúan aplicando los impuestos, sino por la diferencia sobre los efectos que tienen los impuestos sobre las personas, porque su historia en el mundo documenta suicidios, cuando un sujeto se enredó hasta la ansiedad llenando los formularios de una declaración de impuesto o de personas que fueron internadas en instituciones para enfermos mentales afectadas por la presión y el terror en la de recaudación de los tributos, con métodos que ya no se aplican por la vigencia de los derechos fundamentales, pero aquí parecen ser una novedades teóricas que se llevan a la práctica en la gestión de los impuestos, como si todo fuera nuevo y nunca haya ocurrido nada en la recaudación de los tributos y todo empieza de nuevo.

La historia de los recaudadores y de los sujetos deudores de los tributos las hay en todos los tiempos, como la multa a un contribuyente en 1745, en Londres, por tirar el dinero a un recaudador al mismo tiempo que lo insultaba cuando el recaudador de impuesto daba miedo, pero lo que determinaba tal infracción era una multa, aquí que en vez de una multa al imputado lo que determina es que lo metan preso. Está escrito, y el libro de Tabori no es una excepción, que la mentalidad burocrática de los recaudadores de impuesto puede inmovilizar y arruinar muchos negocios.

Uno de los grandes males de la aplicación de los impuestos es la cantidad de leyes, normas y reglas. Al final de la segunda guerra mundial en Inglaterra había 22,000 decretos y normas que afectaban la actividad comercial, se reunían en 28 volúmenes con un costo de 65 libras y se vendían en promedio ocho ejemplares diarios, porque cualquier violación de una norma implicaba acciones legales inmediatas. En el país este mal se reproduce con normas generales que se convierten en leyes modificando el Código Tributario, con tal fuerza de ley que un extranjero asesor cuando le hablaron del ámbito de aplicación de una norma general de la Administración tributaria preguntaba con asombro, ¿y aquí se puede hacer eso?

Cuando se trabaja con las finanzas públicas o la hacienda Pública y la aplicación de los impuestos el tema no es sólo estadístico y sobre el resultado de las recaudaciones. Los muy dados a ver el mundo únicamente en términos de cifras sobre la evasión o respecto a las recaudaciones deben considerar el elemento humano, porque es inevitable, lo quieran o no, los impuestos los pagan los sujetos que son personas físicas o naturales.