A partir de la incursión de Kant en el pensamiento occidental nos permitimos dar un salto cualitativo y exponencialmente trascendental tanto en el uso de la razón como de la moral común en el tránsito del conocimiento y la razón. Y en Metafísica de las costumbres se expone una facultad humana por excelencia que puede ser considerada como buena sin restricción alguna, una buena voluntad. Con esta declaración Kant desmonta siglos de creencias absurdas de pensar que un título nobiliario, la inteligencia prodigiosa, las riquezas, el poder, la fuerza, el honor y cualquiera que fuere el don o talento adquirido, dotara de buena voluntad, o que en la apariencia de “bondad” y la opulencia ostensible ante la sociedad radicaba el honor y la felicidad del individuo, por el contrario Kant exponía que de no originarse de su propia voluntad orientada hacer el bien y a mejorar la vida de los demás a partir del talento o bienes que este posea, dichos dones o bienes más bien serían fuentes de infelicidad y los mismos pueden llegar a ser extraordinariamente malos y dañinos si la voluntad y la constitución de la misma no fuera buena. Si no existe una buena voluntad que dirija y acomode a un fin universal y la realización personal y con él la ininterrumpida prosperidad que pueda amasar, un ser que no ostenta ningún rasgo de buena voluntad, jamás podrá llegar a sentirse satisfecho, razón por la cual Kant llega a la conclusión de que una buena voluntad constituye la condición ineludible que nos hace dignos y felices.
Más adelante Arthur Schopenhauer gran crítico de Kant por un lado y admirador de su obra por el otro, iría más allá de la razón, pero empezando por lo cognoscible para confirmar lo ante expuesto; apegado a la manifestación corpórea del hombre, como un cuerpo entre cuerpos, Schopenhauer considera que nuestra materia y movimientos están determinados por la misma fatalidad que los demás objetos y sus acciones se realizarán en una causalidad de incitaciones y motivos. Para Schopenhauer como para cualquiera de nosotros, los actos de nuestra voluntad no tienen una naturaleza “buena”. Lo que la gente ve en el exterior como nuestros movimientos, interiormente es una acción de voluntad y en consecuencia todo acto verdadero de voluntad es al mismo tiempo una enervación física, lo que nos engaña según Schopenhauer, es que confundimos las decisiones que se refieren al porvenir, o los meros deseos, con la verdadera voluntad. Para él solo la ejecución constituye la verdadera decisión que hasta entonces no pasaba de ser un propósito modificable, y todos los “me gustaría”, “quisiera ser o hacer tal o cual cosa” puros ecos de voluntad, pero no su realidad verdadera. Sobre la naturaleza de buena o no, no existe para él tal finalidad, porque como manifestación corporal pese a ser el ser humano ciudadano de los dos mundos, el mundo de los fenómenos y de la cosa en sí, elimina el aspecto de la cualidad por excelencia de Kant, la bondad en la voluntad, reduciéndonos a nuestra manifestación corpórea, aparentemente nos limita a entender la voluntad desde las acciones sobre el cuerpo, si es conforme a la voluntad le llama placer y es “bueno” y si es contraria le llama dolor, por tanto es “malo”, pero reconoce consecuentemente, por lo menos, que de ambas no sabemos sino a posteriori, no hay dolor que se quiera por ser tal dolor, ni placer que se quiera por ser tal placer, esto lo sabemos después cuando probamos los efectos.
En realidad lo que hace Schopenhauer al poner en tela de juicio a Kant en este aspecto es profundizar en la conciencia y el mundo espiritual empírico y no sólo dejarnos en la capacidad volitiva de ser buenos solo a través de la razón. Schopenhauer decía que para comprender en toda su significación la voluntad, no hay que buscarla en un acto cualquiera de voluntad determinado por un fin, sino más bien por aquello que resta, separado el querer de todos los contenidos, representaciones y motivaciones que se configuran como su vestidura. Tanto nuestras voliciones como el fin particular, pertenecen a nuestro mundo espiritual empírico que sigue el principio de razón suficiente y son reflejo de los hondos acontecimientos que en nosotros mismos verificamos y los que no sabemos ubicar en las formas singulares que forman parte de la historia de nuestra vida. Un ejemplo para entender esto sería que; de adolescentes aspiremos a ser un cantante o un gran médico con el fin particular de cantar en un gran escenario y con la propia música inspirar vidas, o llegar a fundar una clínica que salve muchas vidas o ser un investigador importante en materia sanitaria, pero en el momento en el que decidimos ser este médico o cantante, no sabemos todo lo que va implicar ni el alcance en cada etapa particular de esta volición, como adolescentes todo lo que podemos entender en el momento es que deseamos ser cantante o médico. Es importante sobre todo separar, las llamadas motivaciones que a menudo parecen agotar el acto de voluntad y que en realidad pertenecen a la parte del mundo exterior accesible a la experiencia.
Para Schopenhauer lo que una vez separado de todo esto, quede todavía, como lo absolutamente indiferenciado de nuestros instintos e intenciones, no puede describirse con palabras, precisamente porque es el principio originario de toda vida consciente.
Y es está imposibilidad de nombrar, que se corresponde con el hecho de que en todo hombre existe un sentimiento oscuro de esta voluntad impulsora – aquello que nadie sabe de ti de tan íntimo que es–, colocada más allá o más acá para algunos de la esfera de nuestra existencia. Es por esto que San Agustín decía: “si quieres conocer a una persona no le preguntes qué piensa sino qué ama”; porque solo de esa forma se revela la verdadera esencia, el contenido que queda de aquello que no fue impulsado por una motivación momentánea influida por fuente externa, un propósito particular, en fin, una vestidura de nuestra genuina voluntad, constituye la verdadera significación de la voluntad, lo que amas o aborreces, ante lo que amamos solo se da; un ser querido; una pasión y lo cultivado en la propia vida contiene razón suficiente, y lo que se aborrece, se destruye, se distorsiona, se manipula, se le sustrae o absorbe, se le menoscaba, ahí podemos conocer la verdadera esencia del hombre; si esta es buena o a pulso y contra adversidades ha decidió rasgarse las vestiduras para acceder al principio originario de toda vida consciente.
Todo acto de la voluntad no es necesariamente bueno, porque nuestra propia naturaleza animal no lo es, busca sobrevivir en un medio hostil y la constante crispación social, la resistencia al cambio, las relaciones de poder y dominio, son pruebas de que en el mundo de cuerpo entre cuerpos la mayoría de nuestros actos no son buenos, sino egoístas, ególatras y plagado de ignorancia tanto inconsciente como deliberada, a lo sumo la buena voluntad primera con la que contamos es con ese primer atisbo de razón que nos interpela a actuar en consecuencia y con responsabilidad cuando hacemos algo que sabemos que no ha estado correcto o ha tenido efectos nocivos para nuestra salud mental o física, y algo es algo, todo lo demás es un esfuerzo continuo por separarnos de lo que agota la verdadera voluntad, la consciente. Las personas primitivas que se niegan a hacer uso de este recurso, de utilizar la razón responsablemente, y poner dicha razón al servicio de su propia realización personal y no de su involución, como de mejorar a partir de lo poco que conoce el entorno en el cual nació por azar, para crear sentido donde una vez no hubo nada, son seres inconscientes y profundamente infelices, cuyo fruto no es distinto al cieno de los cerdos, la carroña del desierto y el vertedero de Duquesa, lo que da testimonio de su verdadera esencia.
Todos los vicios en los que ha degenerado este sistema por más que sean justificados por influencers del espectáculo, los mercachifles del entretenimiento y la intelectualidad politizada; dígase el dembow y sus representantes con escasa formación y liviana voluntad para mejorar quienes son y su contenido, como si ya fueran productos acabados y ejemplos a seguir porque tienen dinero y fama; su contenido decadente apto solo para quien se considere así mismo un retrasado mental con muy baja autoestima, déficit de atención y problemas de aprendizaje; la corrupción política y la incursión desde hace décadas del narcotráfico en la misma, la debilidad institucional y sobre todo la inexistente voluntad por parte de estos representantes de vicios a tropel, no dejan ni dejarán de ser lo que son, individuos a merced de sus bajas pasiones, inconscientes, resentidos y profundamente infelices y miserables en esencia, es por ello que sus actos no conocen límites, porque para este tipo de personas como dijo Peter Brükner: “la misma injusticia para todos es el lema de su vida frustrada no vivida.”