Definitivamente no es la bienal que dejó de celebrarse en 2015, ni la continuidad de su formato desfasado y obsoleto. Pienso en esta larga interrupción como una oportunidad para repensar la bienal, para comenzar de cero, aprovechar esta ausencia para proponer juntos una nueva bienal, un nuevo modelo, más cercano a la bienal que queremos, a la bienal que esperamos, a la bienal que merecemos.

Una bienal que construya pensamiento y sentido, con una clara posición y una voz. Una bienal basada en hechos y necesidades concretas de nuestra sociedad y nuestra comunidad, y en investigaciones serias sobre la práctica de los artistas. una exhibición con un criterio curatorial y acompañamiento de los artistas por gestores, investigadores y curadores. Donde los artistas sean invitados por un equipo curatorial democrático y diverso que esté presente desde el principio hasta el final. Es absurdo que un curador o jurado seleccione el trabajo de un artista sin conocerlo, y que no pueda participar en el proceso, por el hecho de ser un concurso, y que esto pueda influir en la entrega de un premio.

Una bienal vinculante 

Con una consciencia del lugar, de la región, del contexto, de nuestra ubicación geográfica y geopolítica. Una bienal multivectorial, que genere intercambios y discursos conjuntos, con Haití, Cuba y Puerto Rico, con Guadalupe, Trinidad y Martinica, en fin, con el conglomerado de las Antillas; con Centroamérica, con Latinoamérica, y desde este espacio común, con el resto del mundo.

Una bienal inclusiva 

Donde todas nuestras voces sean visibilizadas, donde los problemas que enfrentamos como sociedad, como comunidad y como artistas sean puestos sobre la mesa, donde el arte y el pensamiento vayan de la mano, una bienal transversal, interdisciplinaria, interseccional. Una bienal que cuente con un equipo curatorial inclusivo y diverso, que pueda integrar a una socióloga, a una historiadora, una artesana, un biólogo, un artista popular, un antropólogo o un transexual; a comunidades afrodescendientes, a juntas de vecinos, a un haitiano, un boricua, un activista político, una organización feminista, una cooperativa de campesinos o una trabajadora sexual. Una bienal dedicada a artistas mujeres, a artistas dominico-haitianos, a artistas LGBT, a Luis Dias o a el Gagá de San Luis. Tenemos tantas posibilidades, y tanto tiempo perdido, para tratar temas pertinentes, necesarios y urgentes.

Una bienal, no un concurso 

Donde los artistas sean invitados a trabajar a partir de su práctica, a decir lo que tienen que decir y como lo saben decir. Donde no se vean obligados a crear trabajos inéditos y, en el peor de los casos, pensados para un premio. Donde la motivación sea su propio trabajo, la posibilidad de hacerlo dialogar con el trabajo de otros artistas e investigadores, con un público especializado y con un público amplio. No la idea paternalista de ir detrás de un premio económico que ha viciado la producción artística local. Los premios pueden seguir existiendo pero no ser el sentido u objetivo principal de la bienal.

Una bienal que no sea una isla

Una bienal de intercambios, que cuente con especialistas y participantes de la prensa y el circuito del arte local, regional e internacional. Que impulse y proyecte el trabajo de los artistas y curadores involucrados. Que por fin tenga una página web y presencia en Internet.

Una bienal que no sea intermitente

Que logre acabar de forma definitiva con los desacuerdos entre grupos de artistas contemporáneos y el CODAP, que en vez de cambiar su formato cada dos años para intentar complacer a una de las partes, busque integrar nuestra variada producción artística con acierto. Que no de un paso hacia delante y diez pasos hacia atrás. Que se ubique en las realidades, problemáticas y retos de la sociedad y el arte del siglo veintiuno y reconozca que el siglo diecinueve ya terminó, hace más de cien años, y que las categorías en el arte no existen más.

Una bienal que produzca pensamiento crítico

Que proponga conferencias, lecturas, talleres y encuentros. Que genere discusiones precisas y oportunas, que las registre, las documente y las difunda. Que publique panfletos, revistas, catálogos y libros, en papel periódico, en blanco y negro, con mucho o bajo presupuesto, da igual. 

Una bienal que no sea el Museo

Tenemos un gran edificio que es la sede, pero que no tiene que ser el escenario exclusivo de la Bienal. Tenemos una ciudad y una isla llena de posibles lugares para exhibiciones, parques, jardines, iglesias, centros de arte, canchas, bibliotecas, cines, solares, casas y locales abandonados. Imagino una bienal periférica, que ocupe otros espacios y llegue a nuevos públicos, exhibiciones en la Mella, en el Centro Social Obrero de Villa Francisca, en la iglesia de San Carlos, en La Puya o en La Caleta; en Sabana Perdida, Sabana de la Mar y en Sabana Grande de Boyá; en el Cachón de la Rubia, en la Zona Oriental, en Cotuí, en San Luis, en la bahía de Manzanillo, en el Ingenio Boca de Nigua, en la isla Mona o en la Frontera.

Una bienal integral 

Que incorpore las ideas y los aportes de artistas, curadores y pensadores dominicanos y de la región, de Silvano Lora, Alanna Lockward, Sara Herman, Paula Gómez, Marianne de Tolentino, Soraya Aracena, Dagoberto Tejeda, Carlos Acero, Edouard Glisssant, Virginia Perez-Ratton, Pablo León de la Barra, Radamés Juni, Marina Reyes Franco, Giscard Bouchotte, Gerardo Mosquera, Analee Davis y Michy Marxuach.

Una bienal marginal, una bienal binacional, una bienal pivotante, una bienal que se tire a la calle, una bienal decolonial, una bienal trasatlántica, una bienal africana e indígena, una bienal con deseo de lugar, una bienal archipielágica, una bienal antillana, una bienal caribeña, una bienal tropical, una bienal como una herramienta para pensar.

Engel Leonardo

*Texto escrito para el conversatorio en vivo La bienal esperada y desesperada organizado por Museo Fernando Peña Defilló el 3 de junio de 2020.