Hace días fui a la exposición de la Bienal Nacional de Artes Audiovisuales en el Museo de Arte Moderno, como hago habitualmente, tanto con ese evento, como con el Concurso de Arte Eduardo León Jimenes.
No me pierdo las exposiciones, porque en ellas siempre encuentro, entre otros elementos, los brotes reverdecidos de otro mundo y de otra sociedad. De alguna forma, entre los gemidos de tormento o placer -o ante la melodía o el silencio reflexivo- que emiten las obras, hay una conciliación armoniosa o en un choque estruendoso y desgarrador, con un tipo de propiedad curativa y un valor energético e inspirador, que ilumina y alienta.
Al menos de las últimas dos bienales del Museo de Arte Moderno y de la última exposición del Concurso de Arte Eduardo León Jimenes, he salido poco menos que en estado de Epifanía y muy conmovida y sacudida por el discurso social, las historias, los dramas, la libertad -o la pugna por la libertad- el goce y el tormento erótico y sexual, la búsqueda de caminos, la osadía en el empleo del cuerpo como parte de la materia prima de una creación artística, el lenguaje técnico y creativo, la redefinición de la belleza o la huida de ella, para expresar a veces mediante lo tremendo y lo grotesco, las metáforas audio visuales de un mundo que es hermoso y también intenso, dramático y atroz.
Las controversias que critican la crítica, juzgan al jurado y cuestionan la "autoridad", pueden ser muy interesantes y productivas. Es parte necesaria y debía ser cotidiana y natural, en la medida en que impulsan a los artistas a abrazar, revisar, definir, defender (para defender, a veces basta con persistir) su arte y a hacer más inclusivos, abiertos, democráticos, transparentes y mejor definidos, los procesos.
También suele haber una parte menos fértil, pero al parecer inevitable, que incluye un cierto canibalismo irracional, despiadado y cruento y una negación a abrirse un poco y ofrecer una mirada más flexible, menos policíaca, más sensible y generosa.
¿Satisfecho, Leonel? ¿Satisfecho, Félix Bautista? ¿Satisfecho, Hipólito?¿Satisfecho, Vargas Maldonado?¿Satisfecho, Carlos Morales Troncoso? ¿Satisfechos señores congresistas?¿Satisfecho Vincho?
Desde luego, la cultura del pataleo y la suspicacia, por desdicha, no siempre tiene como punto de partida alguna aislada paranoia, sino una práctica común de imposición e injusticia, aunque a veces no se sabe si la querella es una defensa o una agresión.
A algunas creaciones se les regatean méritos, sin detenerse a sentirlas y escucharlas; saboteando de antemano su proximidad, con unos odios sangrientos y un reconcomio roñoso y primitivo, que impide a los creadores verse en conjunto, aunque eso es un poco difícil, por la misma forma en que funciona la sociedad, el mercado y la infatuación fraudulenta de obras y firmas.
Con relación específica a la Bienal, a mí me gustaron mucho las obras que resultaron premiadas, las que recibieron mención de honor y también otras que no recibieron premios y por lo menos una, de Diógenes Abreu, que fue rechazada y a la que tuve oportunidad de ver en fotos.
Aunque me parece que las únicas obras sobre las que se puede tener alguna idea precisa por fotos, son las fotografías y no en todos los casos, la obra de Diógenes tiene, según mi parecer, una fuerza dramática, una locuacidad plástica y un sobrio, sólido y enraizado asentamiento en nuestra historia e identidad, que la hace lo suficientemente espléndida como para sentirla excepcional, fuerte, definitiva, inapelable como el resguardo que efectivamente es.
A modo de ejemplo sobre lo que, desde una particular perspectiva, puede encontrarse en la Bienal, quiero hacer tres breves comentarios, sobre tres obras premiadas y realizadas por tres jóvenes artistas dominicanas.
El "gran" premio de la 27 Bienal correspondió a la obra, absolutamente magnífica, de una jovencita llamada Joiri Minaya y que es catalogada en el museo como dos obras, el performance, con el título de ¿Satisfecha? y el vídeo del performance. Se trata de una sola obra en dos momentos diferentes, pero si se insiste en considerarla como dos y no como una, pues está bien, porque los capítulos son diferenciables, igual que los lenguajes y técnicas.
La obra está llena de metáforas de interpretaciones múltiples y esas metáforas se desarrollan con un dominio de los elementos, propio de un sencillo, perfecto y desgarrador ballet.
Una joven (la artista), sentada sobre un viejo pupitre de madera torneada, con unos utensilios de cocina (una greca, un pozuelo, dos recipientes y un tazón con unas pequeñas esculturas de formas orgánicas y flexibles, semejantes a pedazos de mariscos). La chica se va entrando los trozos, creo que humedecidos con café, a la boca y sin masticarlos, ni tragarlos, se va atiborrando hasta que ya no le cabe más nada.
De su boca, grotescamente expandida y distorsionada, quedan colgando los trozos no engullidos que entró en ella, no para saciar el hambre, sino para satisfacer una codicia sin freno y sin fin, que se desborda a sí misma monstruosamente, prefiriendo explotar antes que renunciar al exceso.
La obra, de enérgico contenido histórico, social y político, describe la insaciabilidad de lo que cada quien prefiera elegir en el acápite que se le ocurra: las multinacionales, la grosería depredadora de una parte de la humanidad, aún a costa de destruir el mundo, el acaparamiento y mal uso de los recursos; la corrupción política o la desmedida ambición personal.
A mi muy personal parecer, es una obra para preguntarse ante ella: ¿Satisfecho Wall street? ¿Satisfechas las petroleras?¿Satisfechas las mineras?¿Satisfecha, la Barrick Gold? ¿Satisfechos, los que se tragaron las costas de RD?¿Satisfecho, Leonel? ¿Satisfecho, Félix Bautista? ¿Satisfecho, Hipólito?¿Satisfecho, Vargas Maldonado?¿Satisfecho, Carlos Morales Troncoso? ¿Satisfechos señores congresistas?¿Satisfecho Vincho? ¿Satisfechos, señores empresarios e industriales, que aliados al gobierno se recuestan sobre la clase media y los pobres?¿Satisfechos los que impusieron la reforma tributaria?¿Satisfecha, Señorita Iglesia Católica?¿No les falta nada por meterse en la boca? Si todavía no la tienen llena, yo puedo hacerles algunas sugerencias de cómo atiborrarla.
La instalación-escultura de Ariadna Canaán, "La Casa de Piedras" es una obra extraordinaria y tremenda. Tiene dimensiones monumentales. Está conformada por escombros de construcciones y es una referencia metafórica, con pertubadores rasgos de literalidad, a la vida nómada, sin asiento, ni estructuras, de los trabajadores haitianos de la construcción, que no tienen sitio fijo donde vivir, sino que se instalan en las obras a medio talle y cuando esas se acaba de construir, se trasladan a otros proyectos, para vivir siempre entre restos de rocas, bloques, tierra, fundas vacías de cemento, botas harapientas, inodoros descuartizados y vasijas destartaladas, no exentas de algunos rastrojos de algún "bien por tí", naufragado entre la hecatombe y dejando como saldo final el beneficio de una irreductible capa de polvo.
La artista consiguió meter dentro del museo toda la incertidumbre, la aspereza, la mugre, la miseria, la injusticia, el desamparo, la desolación, la fealdad, la hipocresís, la ironía y la atrocidad de una realidad demasiado abrumadora, para ser vista de frente, sin llevarse un pañuelo ¡perfumado a la nariz y exclamar: "¡Ay! ¡Qué contaminación! Se va destruir el edificio!"
En el tríptico "Sesión con Salomé" de Citlally Miranda, el personaje central, Salomé, es una señora de mirada angustiada, en cuyo entorno, hacia el que ella se prolonga fundiéndose -o a la inversa, que se incorpora a ella y le añade complejidades, texturas y dimensiones- convergen los componentes, en unos casos complementarios y en otros rabiosamente opuestos y en tensión, de la historia dominicana.
Es personaje y momento que bien pueden asumirse como los de apertura hacia el naturalismo y el positivismo hostosiano en Salomé Ureña. De lo taíno a lo hispano y africano, de lo bíblico a lo científico, de lo moderado y convencional a lo revolucionario y desafiante; la Salomé de Citlally, sintetiza la lucha de lo contradictorio, el deslumbramiento ante la revelación de lo racional, el momento alucinante de encender una lámpara y ver retroceder las sombras, que no desaparecen, sino que se resguardan y transmutan.
Me encantaron las obras. Hay una excelente generación de jóvenes artistas dominicanos, con muchos desafíos y muchos logros. Invito a todos a que vayan a ver las obras. Son fuertes, confrontativas y excitantes.