No se puede creer en profesionales e intelectuales sin biblioteca como obras de consulta.

Rufino Martínez sostenía “Se comienza leyendo a todo el mundo, sin saber uno distinguir la calidad de lo leído  pero corrido el tiempo y ya madurado el juicio y formada algo así como conciencia crítica, se acaba por no leer a todo el mundo“. 

He mantenido desde hace más de cincuenta años un ritmo de lecturas constantes, asiduas y sistemáticas. Comencé haciendo mi biblioteca con las mascotas viejas y libros de textos escolares. De vez en cuando compraba un libro.

Para nadie es un secreto, la crisis que vive el libro impreso. Las lecturas de libros conllevan a formar una biblioteca. Vemos como han ido desapareciendo las grandes  librerías locales y nacionales, producto de las crisis económicas y de valores que vive la sociedad  y el no incentivo a las lecturas. No han recibido el apoyo y sostenimiento de los Ministerios de Educación y Cultura, por no existir una política al mantenimiento y desarrollo de las mismas.

A los jóvenes de mi generación el presidente de la República, Lic. Joaquín Balaguer Ricardo, le cerró las puertas de conseguir un empleo en el tren administrativo, que no estaban de acuerdo con su Gobierno.

Vengo de una familia muy humilde, en donde ambos padres eran analfabetos y mis hermanas, la que más alcanzó escolaridad, hasta el quinto curso de primarias. Desde temprana edad ellas abandonaron los estudios y tuvieron que lanzarse al trabajo productivo por la estrechez económica de la familia

Mi madre, siempre se preocupó en que fuera a la escuela a educarme. Ella murió el 7 de noviembre de 1963, cuando tenía 10 años de edad. Siempre recibí la protección y ayuda económica de mis tres hermanas, para que continuará hacia adelante en los estudios. Así lo hice siempre en mi vida de estudiante.

Debo de confesar y destacar, que recibí la gran ayuda de un amigo y sin ese amigo no hubiese llegado a ser nada en la vida. Se llama Lic. Hipólito López Castillo (a) Blanco, hoy en día es un reputado abogado y profesor, quien ayudó a la gran mayoría de jóvenes que habían abandonados sus estudios en el barrio y dándole clases de reforzamiento de gramática, matemáticas e inglés en la cocina de la casa de sus padres y reintegrándose éstos a las aulas.  Así como también, del Lic. Cándido González Guzmán me enseñó álgebra y matemáticas cuando estaba en octavo curso. La familia Núñez, compuesta de José, Eleuterio (a) Tellito y Rafael Núñez me trataban como uno más de la misma. En esa casa escuchaba a la una y media de la tarde, las alocuciones del profesor Juan Bosch,  por el Programa del PRD, Tribuna Democrática, a través de Radio Comercial, de Santo Domingo, en la década del 70, después de la llegada al país desde Benidorm, España. 

En ese entonces, Hipólito López Castillo era la persona que más nivel educativo e intelectual tenía en el barrio y poseía la  mayor cantidad de libros del barrio. Me convertí en uno de los muchachos que siempre andaba con Hipólito López Castillo y visitábamos  asiduamente la Biblioteca de la Sociedad Cultural Renovacion, fundada el 7 de mayo de 1928, atendida por el bibliotecario José Gilbert Suero, hermano del héroe don Gregorio Urbano Gilbert Suero. 

La primera vez que visité en compañía de José Manuel Oliva Ulloa una casa de familia en Puerto Plata, en donde vi una biblioteca con más de 150 libros, fue en casa del profesor y hoy en día, poeta, lingüista, gramático y escritor Guillermo Antonio Pérez Castillo.

Me crié, desarrollé y eduqué en un barrio pobre (Ensanche Dubocq), de Puerto Plata. Hoy en día, dicha barriada se ha convertido en uno de los barrios de la ciudad de Puerto Plata, que más profesionales y técnicos ha dado en las diferentes áreas del saber humano.  Allí fundamos el Club Deportivo—Cultural Gregorio Luperón, el 12 de abril de 1968, que por cierto, acaba de cumplir el 50 aniversario de su fundación.

A partir de la visita a la biblioteca del profesor Pérez Castillo, estando en quinto curso de primarias, con el profesor Aramis Antonio Jerez Álvarez, inicié a formar mi biblioteca con los libros escolares, mascotas y algunos libros de cultura general que me regalaban de obsequio. No tenía posibilidades económicas de comprar libros. No había heredado biblioteca de mis padres por ser ellos analfabetos. El Gobierno del Lic. Joaquín Balaguer Ricardo, le había cerrado a la juventud de conseguir un empleo en el tren administrativo.

Hoy en día, tengo una biblioteca, que he ido formando durante 50 años de lecturas. No será la mejor de Puerto Plata, pero ha sido mi legado y refugio, en donde mejor me siento plácidamente.

Formar una biblioteca, conlleva gastos de dinero y mantenerla al mismo tiempo. He tenido experiencias desagradables al prestar libros de mi biblioteca. Las veces que he prestado un libro, el mismo  no he devuelto. Desde hace varios años, decidí no prestar mis libros a nadie, para no perderlos. Perdí el tomo XIV de las Obras completas, de Eugenio María de Hostos. No me devolvieron dos libros sobre Turismo, de Ángel  Miolán. Estos dos últimos, no he podido reponerlos en el estante. Sí tiene un papel que dice quién lo tiene y en qué fecha fue prestado, aún no entregado.

Me he llevado del consejo del reconocido poeta, escritor, académico, crítico literario, periodista, publicista y ensayista Lic. José Rafael Lantigua, que en un libro de su autoría reproduce un artículo que escribiera hace muchos años bajo el título El préstamo de libros, donde dice: “Aunque te condenen, aunque te murmuren, aunque se rompan los cielos y se abran las compuertas de los infiernos para amedrentarte, no prestes nunca tus libros, que hay muchas bibliotecas que se han  levantado con libros prestados o perdidos.

“Hago la anécdota, que tal vez ya he contado otras veces, para desahogar mi impotencia al perder tres libros prestados a dilectos amigos en fechas recientes y ante mi insistencia de devolución la respuesta común—extrañamente común—ha sido: “Se me ha extraviado”. O peor aún: “Ese libro se perdió”.   

“Ningún otro libro sustituirá al que pierdes, sobre todo si ha sido dedicado por su autor, o ha sido anotado con esos comentarios íntimos, personales, casi secretos, que uno escribe al margen de una línea o de un párrafo.

“Nada te devolverá la vida de ese texto único que pierdes y que ahora ya no está en el anaquel de tu biblioteca. En todo caso de mi  biblioteca, hecha de muchos anos de inversión personal, de membrecía en clubes de lectores extranjeros, de intercambio o de obsequio, nunca de libros prestados o perdidos”. (La palabra para ser dicha. Santo Domingo, Editora Amigo del Hogar, 2012, página 330).

¡No presto mis libros!