ESTO NO es simplemente una lucha entre Israel y EE.UU. Tampoco es sólo una lucha entre la Casa Blanca y el Congreso. También es una batalla entre titanes intelectuales.
Por un lado están los dos profesores de renombre, Stephen Walt y John Mearsheimer. Por otro, el imponente intelectual internacional Noam Chomsky.
Todo es cuestión de si el perro mueve la cola o la cola mueve al perro.
HACE SEIS años, los dos profesores sorprendieron a los EE.UU. (e Israel) cuando publicaron un libro, El lobby de Israel y la política exterior de EE.UU., en el que afirmaban que la política exterior de los Estados Unidos de América, al menos en el Oriente Medio, está prácticamente controlada por el Estado de Israel.
Parafraseando a su análisis, Washington DC es, en efecto, una colonia israelí. Tanto el Senado como la Cámara de Representantes son territorios ocupados por Israel, al igual que Ramala y Nablus.
Esto es diametralmente opuesto a la afirmación de Noam Chomsky de que Israel es un peón de EE.UU., utilizado por el imperialismo estadounidense como un instrumento para promover sus intereses.
(Comenté entonces que ambas partes estaban en lo cierto, y que esto es una relación única del perro y su cola. Incluso cité la vieja broma judía sobre el rabino que le dice a un demandante que tiene razón, y luego dice lo mismo a la parte demandada. “¡Pero los dos no pueden tener razón!”, replica su esposa. “¡Tú tienes razón también!”, responde.)
LAS TEORÍAS INTELECTUALES rara vez pueden ser objeto de una prueba de laboratorio. Pero ésta sí.
Está sucediendo ahora. Entre Israel y EE.UU. se ha desarrollado una crisis, y ha llegado a la luz pública.
Se trata de la bomba nuclear iraní putativa. El presidente Barack Obama está decidido a evitar un enfrentamiento militar. El primer ministro Benjamín Netanyahu está decidido a impedir que se llegue a un compromiso.
Para Netanyahu, el esfuerzo nuclear iraní se ha convertido en un tema decisivo, incluso, en una obsesión. Él habla de ello sin cesar. Ha declarado que se trata de una amenaza “existencial” para Israel, que plantea la posibilidad de un segundo Holocausto. El año pasado hizo una exposición de sí mismo en la reunión de la Asamblea General de la ONU con su infantil dibujo de la bomba.
Los cínicos dicen que esto no es más que un truco ‒un truco exitoso para desviar la atención del mundo lejos de la cuestión palestina. Y, de hecho, desde hace años la política israelí de ocupación y asentamientos ha estado avanzando en silencio, lejos de las candilejas.
Pero en política, un truco puede servir para varios propósitos a la vez. Netanyahu es serio en cuento a la bomba iraní. La prueba: en esta cuestión está dispuesto a hacer algo que ningún primer ministro israelí se ha atrevido a hacer antes: poner en peligro las relaciones israelo-estadounidenses.
Se trata de una decisión trascendental. Israel depende de EE.UU. en casi todos los aspectos. EE.UU. paga a Israel un tributo anual de por lo menos tres mil millones de dólares, y de hecho, mucho más. Nos da el equipo militar de punta. Su veto nos protege de censura del Consejo de Seguridad de la ONU, hagamos lo que hagamos.
No tenemos otro amigo incondicional en el mundo, excepto, tal vez, las islas Fiji.
Si hay una cosa en la que prácticamente todos los israelíes están de acuerdo es en este tema. Una ruptura con los EE.UU. es impensable. La relación entre Estados Unidos e Israel es, para usar una expresión hebrea muy querida por Netanyahu, “la roca de nuestra existencia”.
Entonces, ¿qué cree él que está haciendo?
NETANYAHU SE educó en EE.UU. Allí asistió a la escuela secundaria y a la universidad. Allí comenzó su carrera.
Él no necesita asesores en temas relacionados con Estados Unidos. Él se considera el experto más listo de todos.
No es ningún tonto. Tampoco es un aventurero. Se basa en evaluaciones sólidas. Cree que él es capaz de ganar esta pelea.
Se podría decir que él es partidario de la doctrina de Walt-Mearsheimer.
Sus movimientos actuales se basan en la evaluación de que en un enfrentamiento directo entre el Congreso y la Casa Blanca, el Congreso va a ganar. Obama, ya ensangrentado por otras cuestiones, será golpeado, incluso, destruido.
Es cierto que Netanyahu se equivocó la última vez que intentó hacer algo parecido. Durante las últimas elecciones presidenciales, apoyó abiertamente a Mitt Romney. La idea era que los republicanos estaban obligados a ganar. El barón judío de los casinos, Sheldon Adelson, invirtió dinero en su campaña, mientras que al mismo tiempo mantuvo una circulación masiva de un diario israelí con el único propósito de apoyar a Netanyahu.
Romney “no podía perder” ‒pero perdió. Esto debería haber sido una lección para Netanyahu, pero él no la absorbió. Ahora está jugando el mismo juego, sin embargo, con apuestas muy altas.
AHORA ESTAMOS en el medio de la pelea, y todavía es demasiado pronto para predecir el resultado.
El lobby judío pro israelí, AIPAC, con el apoyo de otras organizaciones judías y evangélicas, están moviendo sus fuerzas en el Capitolio. Es un espectáculo impresionante.
Senador por el Senador, congresista tras congresista da un paso adelante para apoyar al gobierno de Israel en contra de su propio presidente. Las mismas personas que saltaron arriba y abajo como marionetas cuando Netanyahu hizo su último discurso ante ambas cámaras del Congreso, tratan de superarse unos a otros en las afirmaciones de su lealtad inquebrantable a Israel.
Esto se hace ahora abiertamente, en una exhibición de desvergonzada. Varios senadores y congresistas declaran públicamente que han sido informadas por los servicios de inteligencia israelíes, y que confían en ellos más que en las agencias de inteligencia de EE.UU. Ninguno lo contrario.
Esto hubiera sido impensable si cualquier otro país estuviera involucrado, digamos Irlanda o Italia, de los cuales descienden muchos estadounidenses. El "Estado Judío" está solo, una especie de antisemitismo invertido.
De hecho, algunos comentaristas israelíes han bromeado al decir que Netanyahu cree en los Protocolos de los Sabios de Sión, el famoso ‒e infame‒ panfleto fabricado por la policía secreta del Zar. Se pretendía exponer una siniestra conspiración de los judíos para gobernar el mundo. Cien años más tarde, el control de los EE.UU. se acerca a eso.
Los senadores y representantes no son tontos (en todo caso, no todos ellos). Ellos tienen un objetivo claro: ser reelegidos. Ellos saben de qué lado está untado su pan con mantequilla. La AIPAC ha demostrado, en varios casos, que puede desbancar a cualquier senador o congresista que no siga la línea recta israelí. Una frase de crítica implícita de las políticas israelíes es suficiente para condenar a un candidato.
Politicians prefer open shame and ridicule to political suicide. No kamikaze pilots in Congress.
Los políticos prefieren la vergüenza pública y el ridículo al suicidio político. No hay pilotos kamikazes en el Congreso.
Esta situación no es nueva. Tiene, por lo menos, varias décadas de antigüedad. Lo que es nuevo es que ahora es a la intemperie, sin adornos.
Es difícil saber, a partir de ahora, lo mucho que la Casa Blanca está intimidada por esta situación.
Obama y su secretario de Estado, John Kerry saben que la opinión pública estadounidense está totalmente en contra de cualquier nueva guerra en el Oriente Medio. El compromiso con Irán se respira. Está apoyado por casi todas las potencias del mundo. Incluso las rabietas francesas, que no tienen un propósito claro sino es poner su supuesto peso, no son graves.
El presidente François Hollande fue recibido en Israel esta semana como el precursor del Mesías. Si uno cerrara los ojos, uno podría imaginar que los felices viejos tiempos previos a De Gaulle estaban de vuelta, cuando Francia armó a Israel, le suministró su reactor atómico militar y los dos países se fueron de parranda juntos (la malograda aventura de 1956 en Suez).
Pero si Obama y Kerry se aferran y mantienen su rumbo sobre Irán, ¿puede imponer el Congreso el camino opuesto? ¿Podría esto convertirse en la crisis constitucional más grave en la historia de EE.UU.?
Como espectáculo secundario, Kerry sigue adelante con su esfuerzo por imponerle a Netanyahu una paz que este no quiere. El Secretario de Estado tuvo éxito en impulsar a Netanyahu a “negociaciones sobre el estatuto final” (nadie se atrevió a pronunciar la palabra “paz”, Dios no lo quiera), pero nadie en Israel o Palestina cree que algo va a salir de esto. A menos, por supuesto, que la Casa Blanca ponga todo el poder de EE.UU. detrás del esfuerzo ‒y esto parece más que improbable.
Kerry le ha asignado nueve meses a la tarea, como si se tratase de un embarazo normal. Pero las posibilidades de que salga un bebé al final son prácticamente nulas. Durante los tres primeros meses, las partes no han avanzado un solo paso.
Y entonces, ¿quién va a ganar? ¿Obama o Netanyahu? ¿Chomsky o Walt/Mearsheimer?
Como comentaristas les encanta decir: “El tiempo dirá”. Mientras tanto, hagan sus apuestas.