¿Tiene sentido hablar de una banalidad de la corrupción? Empleo este término rememorando el concepto “banalidad del mal”, de Hannah Arendt (1906-1975). La filósofa judía empleaba el término para referirse a la situación de un sistema donde las personas contribuyen a aceitar una maquinaria de maldad sin ser intrínsecamente malvados.

¿Acaso no ocurre algo similar con la sociedad dominicana? ¿No habita en ella una maquinaria de la corrupción donde miles de personas contribuyen a conformarla y sostenerla sin tener una condición “especial” para la transgresión de las normas morales?

Con frecuencia, el fenómeno de la corrupción se analiza en nuestro país desde la perspectiva exclusiva de los gobernantes, como si disolver la corrupción política dependiera  de un mero acto voluntario de los funcionarios públicos.

Pensemos por ejemplo en el caso del nepotismo, la práctica de contratar al familiar de un funcionario por sus lazos consanguíneos. En determinados países, especialmente los de tradición anglosajona, esta práctica está muy mal vista desde el punto de vista social y cuando es descubierta puede arruinar la carrera política de quien la practica. Siguiendo la misma tendencia, el hecho se explica en nuestro país simplemente por el carácter corrupto del gobernante o ministro de turno.

¿Es esa nuestra situación? ¿Se ve de modo negativo, desde el punto de vista del ciudadano común, que el funcionario público se aproveche de su puesto para beneficiar a un familiar, a un amigo o a un allegado? ¿O por el contrario, el nepotismo se ve con malos ojos sólo a través de los antejuelos del intelectual comprometido, del periodista o del moralista?

¿Acaso no se asume lo opuesto? ¿No se parte en nuestro contexto cultural de que es prácticamente un deber “ayudar” al familiar o al allegado con un puesto, una contrata o algún tipo de ayuda económica proveniente de los fondos públicos?

¿No es el fenómeno de la corrupción dominicana un proceso donde las personas asumen complicidades sin sentirse a sí mismas responsables de actos rechazables? ¿Significa que nuestros funcionarios son intrínsecamente malvados, corruptos por naturaleza en un grado superlativo? O por el contrario ¿ellos mismos no son el resultado de un sistema social, político y cultural que envilece todo lo que toca?

Si los supuestos implícitos en mis preguntas tienen un mínimo de validez, entonces estamos enfocando el problema de un modo equivocado. Significa que el fenómeno de la corrupción no desaparecerá con la focalización personalista del problema. Esto podrá tener una función social de catarsis, pero no erradicará el mal.

El fenómeno de la corrupción dominicana es más complejo de lo que indican la mayoría de nuestros análisis y requieren al respecto estudios más integrales. Son necesarios procesos de análisis que trasciendan las conocidas generalizaciones negativas asociadas con el denominado “pensamiento pesimista dominicano” y que vayan más allá de las manidas condenas sociales tendientes a personalizar el fenómeno de la corrupción. Significa adentrarse en una investigación sistemática sobre la corrupción como sistema.