No solo el carnaval, sino el detalle de la forma, la creatura luminosa, el signo de los tiempos. La síntesis y el cuerpo de la “cosa” fotográfica absorbida por la cámara-ojo de Mariano Hernández aparecen frente al espectador como huellas de lo visible y lo cercano de la cultura insular con sus especificidades identitarias. Los contenidos  generados por el ojo del fotógrafo complementan los ejes  de la obra  en cuyo espacio encontramos los principales núcleos de sentido.

El dictum fotográfico activa los puntos fuertes de la materia-forma luminosa. El contraste, la mezcla, la identidad memorial que se lee en el Rostro del tiznao (1980), Deja verte el corazón muñecón (1990), La reina del juego (1993), Juanpa en la jungla roja (2012) y Negro de La joya (1996), construyen un universo desde el lente-ojo con valor de fiesta, cuerpo, movimiento y cultura. Este tipo de tratamiento de lo diverso influye y “habla” como obra y espacio en el arte fotográfico de Mariano Hernández, acentuado por los diversos culturemas visuales que conforman la imagen como orden, tiempo, espacio de la luz y el color.

De hecho, la fotografía artística de Mariano Hernández tiene su propio estatuto antropológico y policromático, textualizado en su mismo encuadre y en sus operantes estéticos. Se trata de una narrativa del color y la luz suspendidos en un instante que da cuenta de la memoria a través de los diversos significantes fotográficos. Mediante nexos formales y temáticos, la caribeñidad en sus piezas está asociada a una artisticidad de la luz, el objeto cultural y el orden propiamente visual, siendo estos signos-símbolos una visión preclara de su mundo fotográfico.

La parodia de lo real constituye también un lenguaje  del cuerpo y lo real  percibido mediante el tiempo-espacio, lo que a su vez implica una lectura intensiva del carnaval entendido como obra de cultura. Dicha lectura moviliza el propio concepto de identidad y el lugar de la memoria como proceso de significación artística. Ambos procesos funcionan asimilados a un orden visual cuyo mundo fotográfico revela su propia cardinal y sustancia en superficie y profundidad. La movilidad ecofotográfica del carnaval sintetiza fórmulas, contenidos antropológicos y artísticos mediante una figuración  polisémica  en los ejes y márgenes del registro fotográfico.

En el caso del fotógrafo Mariano Hernández se trata de una construcción fotográfica de la tierra, el sujeto, los elementos y los símbolos de la identidad caribeña mágica y mutante, tal como podemos destacar en piezas como Califé de fantasía (2014), Canillita, Robalagallina, Lechones, Santiago (2011), Vejigante come coco (2014), Carroza de máscaras (1991), Macarao de Santiago (2012), y otras.

La fórmula que pronuncia y a la vez revela el arte fotográfico de Mariano Hernández absorbe una visión acentuada en el espacio cromático y luminoso caribeño, asegurado por una captura del objeto en orden, lugar y sincronía de los elementos. Allí donde color, cultura y tiempo crean una impresión de realidad superponiendo contenidos y expresiones de lo real, lo fotográfico se construye como poética de lo imaginario orientado al hecho cultural denominado arte, fiesta, carnaval, historia y movimiento.

En efecto, una tematización de los signos culturales sugiere un corpus insular motivado y registrado por ejes, narrativas y trazados que en  forma y significación concretiza el ojo, el punto fuerte donde la cámara capta la vivacidad y originalidad de los colores con sus matices, tensiones y temperaturas. En el caso de la fotografía de Mariano Hernández su obra-mundo se convierte en un espaciamiento estético de motivos identitarios.