Autoeficacia no es más que la creencia que uno tiene que si no rehúye el esfuerzo, la templanza, tenacidad y empeño puestos en todo el proceso de una acción emprendida hacia un fin especifico, un resultado invariablemente exitoso está asegurado

Al momento de redactar estas cuartillas no estoy seguro si fue en  El topo o en El espía que surgió del frío, ambas novelas del famoso escritor inglés John le Carré, donde  leí que la magnitud del coraje humano siempre es cosa subjetiva. Sin embargo, la tensión extrema a la que la pandemia ha sometido el aparato productivo del país, obliga a toda la sociedad a asumir la nueva situación de nuestra economía no con un lote único de coraje subjetivo sino con un lote nunca visto de coraje colectivo y objetivo que además debe llevar en sí  la difícil encomienda de la eficacia y dicha eficacia deberá ser tan completa que todas las acciones que emprendamos han de finalizar exitosamente en la obtención de los beneficios buscados.

La Psicología enseña que los seres humanos nos hemos habituado a sentirnos más desdichados  y angustiados por las pérdidas que nos socavan inesperadamente aunque sean pequeñas que por las grandes pérdidas colectivas que tenemos en plazos largos. Y reaccionamos de esa manera porque cada uno cree, individualmente, que es audaz y que una persona audaz no debe quebrar económicamente. Pero en el caso que nos toca vivir como país, afrontando el incesante y tenebroso desafío de una larga pandemia, donde el miedo a que los pequeños patrimonios que han logrado construir más de dos millones de familias se desvanezcan, pues ahora más que nunca es necesario que toda la sociedad se apropie de una incalculable tenacidad para que el gran burén de la economía nacional vuelva a calentar y a cocer todo lo que se ponga en él con la intención de retornar a los niveles de crecimiento económico que tuvimos previo a la pandemia.

Lo sensato y correcto en las circunstancias que vivimos ahora, es tranquilizarnos como sociedad para que ese sosiego nos permita tomar buenas iniciativas, tomar buenas decisiones y la asunción de una tenacidad ascendente para mantener energizadas las fuerzas productivas de la nación aromatizadas por un entusiasmo como nunca antes tuvimos.

Ni  los funcionarios del Estado que desde la “lomita de los sustos” dirigen la economía ni  los dirigentes de la OTAN financiera y empresarial del país, deben dejar salir una sonrisa triste ni mostrar caras de flechas rotas frente a la complicada situación que vivimos. Todo el mundo sabe que la economía de un país no es como el bombillo del cuarto de baño que cada quien  lo enciende  según lo claro u oscuro que nos parezca dicho lugar. El golpe más débil y el cortocircuito más simple rompen o quema el bombillo, pero jamás un golpe ni el cortocircuito encienden el bombillo. Sustituir un  bombillo quemado o roto es simple, pero revivir el armazón de una economía demanda la tenacidad y eficacia de muchos  ya que, como dijera el poeta Vicente Aleixandre, retornar a una mañana refulgente desde  una larga tarde mórbida y triste, es como intentar hallar en la oscuridad unos labios secretos para besarlos.

La actual pandemia golpea sin piedad  nuestra economía, por lo tanto, mucho antes de que pare este azaroso evento  hay que impedir a todo trance que el país quiebre porque antes de que llegue ese momento, será inevitable que  millones de ciudadanos sean presas inoportunas de la ansiedad y la depresión causada por la sensación y certeza de pérdida de sus respectivos patrimonios. Esta es la razón por la cual tanto el Estado como los grupos que controlan o gerencia la gran factoría de la economía del país, están en el deber de mantener un ambiente de afirmación total en todo el conglomerado de la sociedad.

Si se deja que el desaliento y la falta de fe que, como el fuego se disemine bajo la hojarasca seca, en que venceremos la inesperada “deshidratación” severa que sufre nuestra economía, pues recuperarla de esa deshidratación que le causó el coronavirus será más largo y doloroso.

No es bueno que la ciudadanía se deje enredar el discernimiento con la extraña opinión  que frecuentemente circula en las redes sociales de que era posible prever la diseminación de una epidemia que llegó sorpresivamente y cuya potencia alcanza hoy prácticamente todo el país. Por si usted no lo sabía, creo oportuno decirle ahora que ninguna de las siete civilizaciones que hasta hoy han existido sobre nuestro planeta ha logrado prever un evento natural de graves consecuencias por la morbilidad y mortalidad inherentes como es una pandemia por más que lo han intentado. De modo, que opinar sobre esa posibilidad es como decir que Dios, nuestro Señor y Hacedor, pudo haber previsto que los judíos inventaran los bancos y la usura, sin embargo,  no lo hizo.

No lo olvidemos. La magnitud de la tragedia que vivimos como pueblo ante la ferocidad de la pandemia, no debe hacernos creer que es como el guión de una película donde solo hay que provocar la coincidencia de elementos o contextos opuestos pero imaginados por un realizador o director. Nada de eso es comparable con la economía de la nación; un filme solo necesita uno o dos protagonistas, en tanto que restaurar y proteger nuestra escalada y destreza productiva demanda que todos seamos protagonistas para así lograr un éxito de taquilla.