No sirve de nada adoptar medidas a las que las masas se oponen, ya que será imposible llevarlas a la práctica” Mandela

La situación por la que atravesamos, conjuntamente con otras sociedades, producto de los estragos que ha ocasionado el coronavirus, parecieran obligar a los analistas a enfilar sus ideas hacia el fenómeno que, por mandato presidencial, nos mantiene desde hace varios días confinados en nuestras propias casas. Debería, por aquello de que lo humano antecede cualquier situación, elaborar una teoría sobre las afecciones de carácter socioeconómico que surgirán de esta crisis sanitaria.

Desgraciadamente, somos del tipo de países en donde los modelos políticos que dirigen el aparato público, obligan al más sensato de los hombres, a establecer planteamientos muchas veces distanciados de la preocupación colectiva. Al punto que, nos hace parecer discordantes ante el interés de la mayoría. Por demás, abrumada con el incremento de un mal que nos trae a todos con el alma en un hilo.

Sumida, como está, en esta ocasión la ciudadanía, entre el miedo, el dolor y la desesperanza de no contar con autoridades responsables y competentes. No sería prudente, partiendo de lo antedicho, abordar el posible brote de un virus más nocivo y peligroso que el “Covid-19”. Justo cuando el temor a perder la vida de los nuestros y la propia, acecha con una intensidad asombrosa.

Si no fuera tan relevante e intrínsecamente vinculante al desarrollo humano de todos los dominicanos, tal vez, reflexionáramos en dirección de llevar palabras de sosiego a nuestros compatriotas. Si no se tratara de una afección que ataca el corazón y el espíritu democrático de esta nación, ya lacerados en estos últimos años y afectados gravemente el dieciséis de febrero, por la intolerancia de un grupúsculo temeroso de que el pueblo tome las riendas de su destino en los próximos cuatro años, el tema fuera otro.

Se escucha y se lee, sin atinar el propósito de tales pretensiones, que producto de la crisis de salud colectiva, se hace necesario la posposición de las elecciones presidenciales y congresuales, pautadas, para mayo próximo. Del mismo modo, se crea el escenario para el montaje de una estrategia que pudiera ser efectiva si la clase política de oposición y la siempre vigilante Sociedad Civil no se colocan a la altura de las circunstancias.

La atmósfera que vivimos, sirve para crear más confusión de la existente por ineptitud del gobierno. No obstante, se pone de manifiesto el interés de provocar inestabilidad institucional en el país y lacerar el ya atrofiado sistema eleccionario dominicano con el abordaje mal sano de una suspensión de los comicios. La finalidad, se advierte desde lejos. El peledeísmo pretende extender el proceso para tratar de conseguir una oxigenación que solo podría obtener, extenuando los plazos fatales que le pronostican una muerte segura.

Para entender la preocupación que me invade, es justo acudir a tres aspectos básicos de nuestra realidad política: “El mundo en que vivimos, como somos gobernados y la necesidad de cambio” como plantea Nelson Mandela. Sobre todo, partiendo de la forma despiadada en que nos han dirigido todo este tiempo los alumnos de Bosch, con artimañas propagandísticas envilecedoras y la perenne necesidad de dar un giro a veinte años de secuestro institucional.

Sería justo, siempre que de ello resulte la posibilidad de la eliminación de la propagación del virus, replantear el calendario electivo. Y, si, la crisis se extiende más allá de lo previsto por el Ministerio de Salud, buscar vías alternativas que, sin atrofiar nuestro marco legal, contribuyan a restablecer nuestra convivencia social. Trazando pautas que eviten, más allá de lo permitido por ley, la permanencia en el poder de quienes se han constituido en el cáncer de la democracia y evitar que el pueblo iracundo, tome las calles en busca de justicia.