Actuaciones del expresidente Leonel Fernández resaltan dos aspectos  de su personalidad: su falsa modestia y su incapacidad para administrar  enconos. Recuerdo dos sorprendentes artículos publicados en mayo del 2014 sobre el liderazgo que él redujo a la capacidad de un gobernante para repartir dinero del Estado en “sobrecitos”, interpretándose, no habiendo otra lectura posible, como un intento de desvalorización del creciente liderazgo de su sucesor. Luego vino un tercero  comparándose con Moisés—seguro habrá leído El papel del individuo en la historia, de Plejanov, siendo probablemente el único dirigente que se iguale a sí mismo con el  personaje bíblico que condujo en larga peregrinación al pueblo judío a la tierra prometida.

En un cuarto artículo se atribuyó el “mérito” de haber encontrado  siendo muy joven una contradicción o error en Cien años de soledad, la obra cumbre del Nobel colombiano Gabriel García Márquez, hecho que según Fernández  llamó de tal modo la atención de Juan Bosch, presente en la tertulia en la que habría ocurrido el hecho, que le abrió años después el camino a la presidencia de la República. Días después, obviamente con su previo conocimiento, su jefe de prensa publicó un artículo en Diario Libre, en el que resulta muy fácil encontrar  en él un paralelismo con Jesucristo, en una mordaz  crítica a Temístocles Montás, quien entonces era  un débil contrincante  a la candidatura presidencial que él y su gente entienden que le pertenece mientras vida tenga.

La confrontación que el señor Fernández  saca frecuentemente a  la superficie subió en el 2014 de tonalidad con un discurso en el que claramente advertía  al presidente Medina del peligro que correría si intentara quitarle la “antorcha” al líder que, según él, le llevó a la presidencia; pira más que antorcha, con la que cree  alumbra al país, a pesar de los apagones que le dejó en herencia.