Si se observa detenidamente el curso de los hechos socio-políticos y económicos en la República Dominicana, podríamos darnos cuenta de que la sociedad dominicana, sin exagerar, está en una especie de anomia en la que la falta de institucionalidad provoca las situaciones más inverosímiles.
Tenemos una mezcla de características sociales totalmente contradictorias, como por ejemplo la libertad de expresión nos convierte en el “país de las denuncias”, la justicia precaria nos hace un país sin consecuencias donde sólo son castigados los que menos tienen.
La situación llega al colmo cuando la población tiene que estar detrás de los políticos cuando alcanzan el poder para que cumplan con su deber o lo prometido en las inaguantables campañas políticas.
El panorama es triste: corrupción política, justicia comprometida, y un pueblo que no reacciona, es una triste ecuación que da como resultado un estado de desorganización social con situaciones realmente incongruentes.
Dos de esas situaciones son reveladoras de cómo van nuestras instituciones: un policía que es cancelado por reclamar un mejor salario y un coronel enfrentado a un general, en una institución que debe ser enteramente reformada y que al parecer ya ha perdido la capacidad de resolución a sus conflictos internos.
Tal como estudió Emile Durkheim, la anomia, que es un estado social de disolución en el cuan no existen normas que la estructuren o la dirigen, en su estado más crítico surge “cuando se interrumpe el orden colectivo permitiendo que las aspiraciones humanas se eleven por encima de toda posibilidad de alcanzarse y en su estado extremo puede llevar al suicidio”.
De manera general, el ciudadano está desamparado institucionalmente, muchas veces no encuentra respuestas y para que se les preste atención tienen que recurrir a “padrinos” o personas influyentes. Basta con observar a diario las denuncias que los ciudadanos de estratos sociales pobres a través de los medios de comunicación, con dos principales peticiones: exigiendo justicia o llamar la atención sobre la baja calidad de vida que los afecta.
Sin embargo, todos saben que una solución a sus problemas más mínimos está lejos de conseguirse, muchos han “tirado la toalla” o están rendidos emocionalmente. Mientras tanto, tanto los organismos internacionales como las mismas autoridades pintan un panorama muy optimista en la cual con números pretenden demostrar que la “pobreza se ha reducido”.
Venden los mismos sueños de siempre y el país vive en un eterno proceso cíclico de falta de institucionalidad y un liderazgo político comprometido con los mejores intereses de la nación.