“La tarea de construir un nuevo orden mejor para reemplazar al viejo y defectuoso no forma parte de ninguna agenda actual, al menos no de la agenda donde supuestamente se sitúa la acción política”. –Zygmunt Bauman-.
El Partido de la Liberación Dominicana, controlado en la actualidad por el grupo de nuevo cuño que dirige, junto a Danilo Medina, el Estado Dominicano, es consciente de las debilidades estructurarles que padece el actual gobierno, así como de las pocas posibilidades de mantenerse por vía de la democracia plena, en el poder más allá del 2020. Sin embargo, ha sabido jugar de forma cuasi perfecta a la construcción de una narrativa sistémica, magistralmente dirigida, que lleva a conclusiones simples: ellos son invencibles.
Han elaborado, partiendo de la anemia discursiva que atraviesa el conjunto de partidos denominados de oposición, y una alianza de corte empresarial con sectores que aglutinan los espacios de comunicación, la idea que permea desde hace un tiempo al imaginario popular y advierte sobre la inexistencia de fuerza política alguna capaz de desterrarlos del poder. Esquema perfecto para tratar a todo costo permanecer ordeñando el Estado para usufructo propio.
En cambio, la oposición ha sido tímida en proponer por la vía comunicativa pertinente y las acciones sociales, el conjunto de herramientas reivindicativas que devuelvan al ciudadano la confianza en un sistema político que languidece frente a la mirada indiferente de sus principales actores.
La oposición, no da señales, a pesar de la estela de irregularidades existentes, de encausar junto a un pueblo harto de los gobiernos morados, un proyecto de nación que vincule las necesidades de la gente a un conjunto de medidas programáticas, que tengan como fin garantizar la salida del PLD y el establecimiento de un real Estado de bienestar. Adoptando como en otros tiempos, una arenga romántica o quizá de barricada que cause sensación y atraiga como azúcar a las hormigas, adeptos que asuman como suya la causa por las que fueron creados.
En cambio, desde nuestro primitivo punto de vista, ejecuta una agenda opositora desligada del conglomerado social cuyos intereses en papeles dice representar, y juega cual la inocencia de un mocito a coincidir, en medio de su franca desventaja monetaria y comercial, con los sectores económicos y fácticos que han apostado tiempo, dinero y esfuerzo para impedir, por razones entendibles, la salida de los peledeístas del Palacio Nacional. Olvidando que los partidos son el vehículo social de carácter electoral, que anclan su visión en ideas y aspiraciones materiales de un grueso social al que se denomina base partidaria.
Corresponde a la oposición, además, acompañar a los ciudadanos en justos reclamos, fomentar la insatisfacción de la gente no conforme con las ejecutorias oficiales, diferenciarse con propuestas de políticas públicas del actual régimen, fomentar el debate sobre temas de relevancia nacional, crear las condiciones para mantener temas que filtren las barreras de la agenda pública, y destacar sobre la base de tácticas y maniobras novedosas, su indignación ante los males que atraviesa el pueblo al que pretende dirigir.
Actuar como lo ha venido haciendo hasta ahora, embebidos en asuntos pueriles y de poca relevancia social, permite que el consumidor final o elector perciba erróneamente una parálisis funcional que le refuerce la creencia de que al PLD, mantendrá el control de la cosa pública hasta con Euclides Gutiérrez de candidato presidencial.
La tarea de la oposición en estos días cruciales consiste en elaborar un proyecto de nación creíble, aceptado por el pueblo, que sustituya el modelo político morado y, tener la energía y madurez para comprender el rol que la historia le ha encomendado. De igual modo, salir de la burbuja que los mantiene aislados de la clase media y los sectores económicamente vulnerables, para exigir con sus hechos, el apoyo de un pueblo que espera impaciente su reacción, y siente que es anémica y pobremente discursiva frente a este sistema que le impone adaptarse a lo que el pueblo espera.