En días pasados disfruté de una simple y amorosa llamada telefónica que por motivo de su cumpleaños, hice a mi compañera de estudios y más que amiga, hermana -amiguermana como me gusta llamarla- Katia, a quien, entre otros de sus regalos, me acercó a conocer al Jesús del que tanto tiempo me había alejado.
Con las facilidades que nos brindan las tecnologías telefónica y cibernética, comentamos lo mucho que gustó a su nieto Mateo, el video que le envié. En el mismo, unos ratoncitos saltan sobre el teclado del piano, tocando la entrañable melodía del cumpleaños feliz. Doblemente satisfecha, agradecí a Nuestro Señor, las bondades que ahora podemos disfrutar.
Extraordinario resulta poder comunicarnos cuando se nos antoja, sin miedos ni temores, tal cual experimentábamos en los días finales de la dictadura, época en la que debíamos medir cada milimétrica palabra a decir por los hilos telefónicos. Y así sucedía en nuestro hogar.
Familia etiquetada como anti-trujillista, debido al apresamiento de mi padre, Eugenio Perdomo Ramírez -acontecido en Santiago de los Caballeros, el 25 de enero del 1960, por su participación en el Movimiento Clandestino 14 de Junio-, resultaba muy doloroso que mis amigos y colegas, también adolescentes, mostraran miedos para aproximarse donde pudiera estar, hablarme y hasta invitarme a sus fiestas de cumpleaños o cualquier “bonche” de la época.
De esos encuentros, lamentablemente escuchaba sus comentarios en las horas del recreo, tiempo de disfrute por los pasillos, las gradas y canchas de juegos de bolley-ball y basket-ball, del Liceo Secundario “Ulises Francisco Espaillat”, en Santiago de los Caballeros.
La situación descrita, que también vivían mis hermanos Virgilio Eugenio y Elia, se repetía en aquellos hogares en los cuales uno o varios de sus miembros luchaban contra Trujillo y su dictatorial régimen. Por citar un caso, las vivencias de los hijos del célebre Santiaguero don Moisés Franco y Franco, quien desde su emisora de radio criticó la política de Rafael Leónidas. Por órdenes del “Jefe”, vivió años de cautiverio, tanto en cárceles como en su propio hogar.
Hablando con Moisés Franco Llenas – uno de los hijos mayores de los 8 procreados por el matrimonio Franco Llenas-, me comentaba: “En fin, fueron años de pesadilla, inspirando temor entre los demás, y a los niños de la escuela les prohibían visitarnos porque "en esa familia hay gente tuberculosa". Cuánta maldad, ¡los niños también eran víctimas por el antitrujilismo de sus mayores!
La evolución de mis años me permitió comprender el comportamiento de mis compañeros y amigos de siempre. Resultaba arriesgado mezclarse con alguien de mi parentela, porque la detención de mi padre – cuyos restos aún ignoramos donde reposan- nos “etiquetó” hasta el final del gobierno del “Perínclito Barón de San Cristóbal, además de Benefactor de la Iglesia”.
En el transcurso de estas décadas, y justo por la fiesta del cumpleaños de Katia, recordé lo muy solidarios que resultaron algunos amigos de aquel nefasto período.
Cultivar la amistad es un don que no todos poseemos y en tiempos difíciles, mantenerla, cuidarla y mimarla, resultan joyas de incalculable valor. En este sentido, ¡porque el viaje puede detenerse y sorprendernos en cualquier instante!, quiero agradecer lo mucho que me aportaron mis valientes amigos de antaño, quienes jamás temieron a las represalias que pudieran sorprenderles y siempre, sin proponérmelo ni mucho menos pedirlo, estuvieron presentes brindándome su apoyo.
La ausencia de mi padre restó mis deseos por los estudios, todo carecía de importancia, excepto ¡volver a verle! Asistir a clases era casi un martirio pero a Quisqueya, madre valiente, ¡sus hijos debían graduarse de Bachiller!, puertas para una mejor preparación profesional.
Ante tal proceder, diametralmente opuesto a mi comportamiento habitual, me invitaban para estudiar y divertirnos juntos. Sin mejores opciones, íbamos a la misa dominical, al cine para ver películas de nuestros actores favoritos o reunirnos a escuchar música del momento.
En la casa de Flérida y Danilo Franco, qué deleite, conversar sobre Bill Halley, Elvis Presley o Frank Sinatra. ¡¡¡Increíble!!! Porque mientras muchos jóvenes guardaban prisión y/o fueron desaparecidos por haber lanzado volantes contra el dictador Trujillo -grupo Los Panfleteros de Santiago- nosotros hablábamos caballá, coreábamos melodías norteamericanas y también comentar algún libro de Neruda o temas interesantes.
En los días del “Padre de la Patria Nueva”, la lectura era un refugio para nosotros. Allí nos reuníamos con Fabio, Lula, -de la familia Estévez, perseguida durante años por anti-trujillistas- y otros que los espacios periodísticos permitidos, me impiden nominarles.
Con Katia, de los Estévez, frente al Liceo, -como eran reconocidos- nos reuníamos de igual manera. Siempre existía el motivo para nuestras tertulias, hoy “juntaderas”, y además disfrutar de exquisitas limonadas. En días de Semana Santa, jamás faltaron las sabrosas habichuelas con dulce.
¡Qué bien me sentía con la camaradería que nos unía! Tropiezo con las normas ante la imposibilidad de mencionarlos a todos, pero no puedo dejar de reconocer la solidaridad y la amistad que me brindaron Liliana, David, Flérida, Milo, Belkis, Nelson, Farah, José Miguel, Libertad, Armando, Scarlett y Katia.
Con sus nombres, quiero agradecer a todos mis leales amigos y “panitas”, quienes en plena “Era de Trujillo”, me enseñaron el valor de la verdadera amistad. ¡Que Dios les bendiga! A Juany Bisonó, Estela Hidalgo, y otros que ya no están con nosotros, ¡descansen en paz!