La filósofa española Adela Cortina ha recuperado en artículos recientes un concepto aristotélico de singular importancia para una sociedad democrática: La noción de “amistad cívica”. El término no debe confundirse con buenas maneras de comportamiento social o relaciones de afabilidad protocolar. El mismo remite a las relaciones  conformadas por ser partícipes de un proyecto común y a la convicción de que, de manera conjunta, debemos buscar soluciones a las situaciones problemáticas del espacio público.

La ausencia de “amistad cívica” ha caracterizado la historia de nuestros países latinoamericanos. Resulta una paradoja, tomando en cuenta el interminable número de agrupaciones que se han conformado y se siguen constituyendo en nuestra región.

El problema es que estas agrupaciones no responden a un proyecto común, sino a metas de individuos que se asocian de modo coyuntural. Este es una de los motivos de las constantes divisiones al interior de estos grupos, así también como una de las razones del incumplimiento de los compromisos acordados.

La “amistad cívica” implica la asunción de que existen unas tareas que independientemente de nuestras diferencias étnicas, religiosas, sexuales y políticas, deben ser asumidas como sociedad para que podamos realizarnos como individuos: el mejoramiento de las condiciones materiales de existencia, educación de calidad, salud integral, etc.

Por tanto, La “amistad cívica” implica el respeto al derecho de los otros, de nuestros conciudadanos, conlleva la aceptación de que bajo ningún concepto puedo satisfacer ningún deseo o necesidad personal a costa de las necesidades, aspiraciones y derechos de los demás.

Por consiguiente, es una condición necesaria para lograr lo que Aristóteles llamó  “la homonoia de la polis”, la concordia social sin la cual no podemos aspirar a convivir modo pacífico.

No comprender esto es un grave error político de quienes aspiran a ocupar posiciones de poder solo lograr el enriquecimiento o la gloria personal a costa de todo y por encima de todos. Lo que de modo paulatino va generando es una situación social de “discordia” que se manifiesta en las múltiples formas de violencia que caracterizan las relaciones sociales de nuestras sociedades y que termina arrastrando a quienes en un primer momento se benefician de dicha situación.

La asunción de la “amistad cívica” no constituye por tanto, convertirnos en “sentimentalistas”. Es un presupuesto político inscrito en nuestra condición de animales sociales. Como dijo Aristóteles: “El amor de amistad debe ser recíproco por lo que lleva consigo correlación de libertades: Hay que velar por el bien del amigo”.