La semana pasada, la Autoridad Metropolitana de Transporte (AMET) llevó a cabo una serie de pertinentísimas y muy productivas actividades, en lo que se dio en llamar “Semana de la seguridad vial 2016”, para promover el cumplimiento de las leyes de tránsito.
En esa campaña participaron varios directores de medios y/o líderes de opinión pública que, probablemente conmovidos y preocupados, con toda justificación, por el espantoso primitivismo salvaje que exhiben los conductores, han decidido, con su más prístino y lustroso espíritu ciudadano, sumar esfuerzos en pro de civilizar un poco, a las temibles huestes bárbaras que ocupan nuestras calles y las afean con su grosera, impaciente y ruidosa presencia.
Es evidente que la motorizada, envehiculada, enpatanizada y promediada chusma incivil, tan corriente, no puede guardar todas los reglamentos, correcciones y composturas, que de seguro sí guardan los que están llamando a cumplir las leyes de tránsito, y que guardan, sobre todo, las eficientísimas autoridades, que tienen que lidiar con los exabruptos y desenfrenos de todos esos micos insoportables, que infectan con su agresiva temeridad e imprevisibles desaguisados, unos espacios que debían regirse con el orden y el comedimiento, son los mejores ejemplos y representantes, los auspiciadores y participantes en la campaña.
La voz cantante de esa cruzada, la llevó, desde luego, el General Frener Bello Arias, el muy flamante director de AMET, que como corresponde a todo general que sabe para lo que él sirve, siempre dice unas elevadas verdades de Perogrullo. No se distrae enunciando como una vulgar cotorra, esos conocidos clichés esmeradamente pulidos por la babosidad irreflexiva de la repetición.
Y ni por mano del Diablo, se aleja de la respetable y vetusta tradición de no perder de vista al meollo del asunto, es decir, la culpabilidad, la ignorancia, la falta de educación de la gente común, que debe ser reprimida y castigada, para que se eduque; sin tocar jamás las sacrosantas superioridades, a las que los maledicientes y sediciosos atribuyen encabezar, prestigiar y dirigir el desorden.
El General Bello Arias, con los comunicadores cerrando fila atrás de él y supongo que suscribiendo sus postulados, culminó la festividad, abogando por una solución deslumbrante en su refulgente simplismo: penalizar de forma más drástica a los transgresores, mientras se imparten mensajes, medio amenazantes, de prevención y moderación a quienes conducen.
Se trata de una prioridad absolutamente genial, en su minimalismo tan moderno. Debemos felicitarnos por tener una lumbrera que puede enfrentar el abrumador berenjenal del Sistema de Transporte Público, catequizando sobre las conductas recomendables entre los particulares y cobrando multas a los que se resistan.
Otros, con tendencias a complicarlo todo y con vista menos despejada, se habrían puesto a decir que aunque efectivamente, la población necesita educación para que las calles dejen de ser un horrible matadero, esa es apenas la uña del dedo más chiquito del problema, porque en República Dominicana no hay forma de cumplir las leyes de tránsito, ni siquiera para quienes conocen esas leyes y están desesperados por respetarlas.
También dirán, que cumplir las leyes de tránsito es un peligro para quien incurre en semejante dislate y para los demás, que no esperan tanta extravagancia.
Que cuando se intenta actuar con corrección, cortesía y prudencia en un sociedad en las que los de arriba han impuesto y prestigiado tanta violencia, imprudencia, imposición y agresividad, hay muchas posibilidades de acabar convertido en un tostón.
Que la maldita desgracia que es el tránsito en RD, no va a tener jamás ninguna solución, estén o no educados los conductores, mientras persista el sistema de transporte público basado en el concho.
Que este país ha incurrido, una y mil veces, en inversiones para resolver los problemas del transporte y todo termina siempre en un saqueo y un desbarre, o con soluciones chapuceras, cuya prioridad es el enriquecimiento de quienes conceden y reciben contratas.
Que es imposible un desenvolvimiento aceptable, con la cantidad de motoconchos y motores, integrados con tanta preponderancia como opciones de tránsito. Y que el problema no se resuelve persiguiendo a quienes se ven obligados a usar esas opciones (estoy segura que todos preferirían andar montados en los carros de los congresistas) sino proporcionando otros recursos más eficientes para el traslado.
Que la primera regla de tránsito que se debía cumplir es la de encarcelar a cualquier ladrón, que del Metro haya sacado un metrico y no se sabe cuántos millones en sobrevaluaciones, justo el tipo de acciones con las que desarticulan y desprestigian todo despegue del necesario transporte colectivo, desde antes de que levante vuelo y que rinda algún fruto.
Que no solo de noche, sino de día, es menos probable tener un desenlace irreparable, “comiéndose” una luz roja; que parándose en intersecciones donde si no te asaltan los ladrones de medio pelo, te asalta la policía. O, mejor aún, ambos a la vez.
Que es imposible cumplir reglas en una olla de grillos infernal, con un reguero de gente atravesada en las esquinas, con lo que el gobierno deposita sobre los conductores, unas conflictualidades sociales y económicas, a las que el gobierno buscarle solución.
Que nadie puede evitar meterse en vía contraria, si no hay una señalización clara, que indique cuál es la vía correcta. Que no es posible saber de memoria, ni adivinar, cuáles son las calles con preferencia, si no hay letreros bien visibles que así lo consignen, pero que aunque se sepan de memoria esas calles, siempre aparecerán visitantes que no van a adivinar a tiempo que deben pararse. Que no hay forma de saber si se está violando alguna señal, si la señal es un letrero de Coca Cola, que tiene todos los visos de una señal de Pare.
Hay algunos que llegan a creer que quienes deben educarse, en primer lugar ,son las autoridades (y que incluso el director de AMET debía consultar los informes de Hamlet Hermann, para que adquiera alguna idea de lo que realmente tiene entre las manos) y que a las autoridades son las que deben ser penalizadas por los continuos robos, la incapacidad y la irresponsabilidad que nos han traído a todos hasta este Infierno.
Que los agentes, autoridades y directores de la AMET, sólo dejarán de ser unos "mojones" (según diagnóstico aportado tiempo atrás por un especialista en esa disciplina, porque él también resultó ser un "mojón" en su condición de botella) y adquirirán un poco de credibilidad y respeto, cuando se eduquen y puedan actuar más institucionalmente y con menos caprichos y jefismos arbitrarios. Y cuando los agentes dejen de cedacear a quienes detiene, dejando ir a los parezcan y/o sean influyentes, aunque acaben de atropellar a alguno de los que piden limosnas en sillas de ruedas en las esquinas (lo cuál, puede ser difícil de evitar) y retengan a quienes parezcan vulnerables, aunque no hayan hecho nada, aparte de cucutearse los hoyos de la naríz, esperando que cambie el semáforo, lo que ciertamente debía consignarse como un delito.
Como se ve, hay gente que exagera y confunde un elefante con un mosquito. Por suerte, el director de AMET y los comunicadores integrados a la educación vial, nos van a ayudar a enfocar mejor el problema y evaluar su justa dimensión. Inmejorable noticia.