TENGO MIEDO.

No me avergüenza admitirlo. Tengo miedo.

Temo al movimiento Estado Islámico, alias ISIS, alias Daesh.

Es el único peligro real que amenaza a Israel, que amenaza al mundo, que me amenaza a mí.

Aquellos que lo tratan hoy con ecuanimidad, con indiferencia, se arrepentirán.

EN EL año que nací, 1923, un pequeño demagogo ridículo con un bigote cómico, Adolf Hitler, protagonizó un intento de golpe de estado en Munich. Fue apagado por un puñado de policías y olvidado en poco tiempo.

El mundo tenía peligros mucho más graves con que lidiar. Había una inflación galopante en Alemania. Ya estaba ahí la joven Unión Soviética. Estaba la competencia peligrosa entre dos potencias coloniales poderosas, Gran Bretaña y Francia. Y se produjo, en 1929, la terrible crisis económica que devastó la economía mundial.

Pero el pequeño demagogo de Múnich tenía un arma que no llamó la atención de los estadistas experimentados ni de los astutos políticos: un poder mental de gran alcance. Convirtió la humillación de una gran nación en un arma más eficaz que los aviones y los barcos de guerra. En poco tiempo, sólo unos pocos años, conquistó Alemania, luego Europa, y parecía que iba a ocupar el mundo entero.

Muchos millones de seres humanos perecieron en el proceso. Una miseria indescriptible se instaló en muchos países. Por no mencionar el Holocausto, un crimen casi sin paralelo en los anales de la historia moderna.

¿Cómo lo hizo? En primer lugar, no mediante el poder político y militar, sino por el poder de una idea, un estado de ánimo, una explosión mental.

Fui testigo de esto en el primer trimestre de mi vida. Me viene a la mente cuando veo el movimiento que ahora se hace llamar el Estado islámico, EI.

A PRINCIPIOS del siglo VII de la era cristiana, un pequeño comerciante en el desierto árabe olvidado de Dios tuvo una idea. En un período de tiempo increíblemente corto él y sus compañeros conquistaron su ciudad natal, La Meca; a continuación, toda la península arábiga, el Creciente Fértil, y posteriormente la mayor parte del mundo civilizado, desde el océano Atlántico hasta el norte de la India, y mucho más allá. Sus seguidores llegaron al corazón de Francia y sitiaron a Viena.

¿Cómo una pequeña tribu árabe logró todo esto? No fue por superioridad militar, sino por la fuerza de una nueva religión embriagadora, una religión tan progresista y liberadora que el poder terrenal no pudo resistirse.

Contra una nueva idea embriagadora, las armas materiales son impotentes, los ejércitos y armadas se desmoronan; imperios poderosos, como Bizancio y Persia, se desintegran. Pero las ideas son invisibles: los realistas no las pueden ver; los estadistas experimentados y los generales poderosos son ciegos a ellas.

“¿Cuántas divisiones tiene el Papa?”, respondió Stalin despectivamente, cuando se le habló del poder de la Iglesia. Sin embargo, el imperio soviético cayó y desapareció, y la Iglesia católica sigue ahí.

AL-DAULA AL-ISLAMIYA, el Estado islámico (EI), es un movimiento “fundamentalista”. Su fundamento es el Estado islámico concebido hace 1,400 años por el profeta Mahoma en Medina y La Meca. Esta postura retrógrada es una estratagema de propaganda. ¿Cómo puede alguien resucitar algo que existió hace tantos siglos?

En realidad, el EI es un movimiento extremadamente moderno, un movimiento del presente, y probablemente del mañana. Utiliza los instrumentos más avanzados, como el Internet. Se trata de un movimiento revolucionario, probablemente el más revolucionario en el mundo de hoy.

En su ascenso al poder utiliza métodos bárbaros de antaño para lograr objetivos muy modernos. Crea el terror. No el término de propaganda “terrorismo” que hoy se utiliza por todos los gobiernos para estigmatizar a sus enemigos. Sino atrocidades reales, hechos abominables, como cortar cabezas y destruir antigüedades de valor incalculable, todo ello para infundir un miedo debilitante en los corazones de sus enemigos.

En realidad, al movimiento no le interesa Europa, ni Estados Unidos ni Israel. No por ahora. Los utiliza como combustible de propaganda para lograr su verdadero objetivo inmediato: apoderarse de todo el mundo islámico.

Si tiene éxito en esto, uno puede imaginar cuál será el paso siguiente. Después de que los cruzados conquistaron Palestina y las áreas circundantes, un aventurero kurdo llamado Salah-a-Din al-Ayyubi (Saladino, para los oídos europeos) se propuso unir al mundo árabe bajo su liderazgo. Sólo después de tener éxito en esto se volvió contra los cruzados y los borró.

Saladino, por supuesto, no era comerciante de atrocidades al estilo del EI. Él era un gobernante profundamente humano, y como tal fue agasajado en la literatura europea (véase: Walter Scott). Pero su estrategia es familiar para todos los musulmanes, incluyendo a los líderes del actual “Califato” Islámico: primero, unir a los árabes, y sólo entonces ocuparse de los infieles.

DURANTE LOS últimos doscientos años el mundo árabe ha sido humillado y oprimido. La humillación, incluso más que la opresión, se ha grabado con fuego en el alma de cada niño y niña árabe. Antiguamente, todo el mundo admiraba la civilización árabe y la ciencia árabe. Durante la Edad Media europea, los occidentales bárbaros quedaron deslumbrados por la cultura islámica.

Ningún joven árabe puede abstenerse de comparar el esplendor del antiguo Califato con la miseria de la realidad árabe contemporánea ‒la pobreza, el atraso, la impotencia política. Países atrasados antes, ​​como Japón y China, han resurgido de nuevo y se han   convertido en potencias mundiales, superando a Occidente en su propio juego; pero el gigante árabe sigue siendo impotente, y atrae el desprecio del mundo. Incluso un pequeño grupo de judíos (¡nada menos que de judíos!) vencieron a los países árabes.

Se ha ido acumulando una enorme reserva de resentimiento en el mundo árabe, invisible y desapercibida por las potencias occidentales.

Para salir de tal situación, hay dos formas. Una es la vía difícil: divorciarse del pasado y construir un Estado moderno. Esa es la fórmula que aplicó Mustafá Kemal, el general turco que prohibió la tradición y creó una nueva nación turca. Fue una revolución profunda, tal vez la más eficaz del siglo XX, y le valió el título de “Ataturk”, el Padre de los Turcos.

En el mundo árabe hubo un intento para crear un nacionalismo panárabe, una imitación débil del original Occidental. Gamal Abd-al-Nasser lo intentó y fue fácilmente sofocado por Israel.

La otra forma es idealizar el pasado y proclamar revivirlo. Ese es el camino del EI, y está siendo sumamente exitoso. Con poco esfuerzo se ha apoderado de una gran parte de Siria e Irak, borrando las fronteras oficiales creadas por los imperialistas occidentales. Algunos imitadores han establecido réplicas en todo el mundo musulmán y han atraído a muchos miles de combatientes potenciales de los guetos musulmanes en Occidente y Oriente.

Ahora bien, el Estado Islámico está comenzando su marcha hacia la victoria. No parece que haya nadie que lo detenga.

EN PRIMER lugar, porque nadie parece darse cuenta del peligro. ¿Combatir una idea? ¡Al diablo con las ideas! Las ideas son para los intelectuales, y gente así. Los verdaderos estadistas observan los hechos. ¿Cuántas divisiones tiene el EI?

En segundo lugar, hay otros peligros en el ambiente. La bomba iraní. El caos sirio. La desintegración de Libia. Los precios del petróleo. Y ahora, la avalancha de refugiados, principalmente los provenientes del mundo musulmán.

Al igual que un párvulo gigante, EE.UU. no puede hacer nada. Apoya una oposición siria secular imaginaria, que sólo existe en las universidades estadounidenses. Combate al enemigo principal del EI, el régimen de Assad. Apoya al líder turco que pelea contra los kurdos que luchan contra al Estado Islámico. Bombardea al EI desde el aire, sin arriesgar nada y logrando nada. No pondremos botas sobre el terreno, ¡Dios nos libre!

Gobernar es elegir, dijo una vez Pierre Mendes-France. En el mundo árabe actual, la elección es entre lo malo, lo peor y lo mucho peor. En la lucha contra lo peor, el malo es un aliado.

Digámoslo sin rodeos: tratar de detener al EI significa apoyar al régimen de Assad. Bashar al-Assad es un personaje abominable, pero ha mantenido a Siria junta, ha protegido a sus muchas minorías y mantenido la calma en la frontera con Israel. En comparación con el EI, es un aliado. Como lo es Irán, un régimen estable con una tradición política que se remonta a miles de años, contrariamente a Arabia Saudita, Qatar y otros países que apoyan al EI.

Nuestro propio Bibi es tan inocente para comprenderlo como cualquier recién nacido. Él es ligero, superficial e ignorante. Su obsesión con Irán lo ciega ante las nuevas realidades.

Fascinado por el lobo que tiene en frente, Bibi es ajeno al tigre terrible que se le acerca por detrás.