Muchos diputados están aterrorizados por la campaña de la Iglesia contra las observaciones presidenciales a los artículos del reformado Código Penal que penaliza el llamado aborto terapéutico. Se les amenaza con llamar a los católicos a votar en su contra en las elecciones del 2016 y con excomulgarlos.

El miedo por lo primero se justifica en el descontento  de los electores por las actuaciones de sus “representantes”, la mayoría de los cuales está consciente de que no serían reelegidos, independientemente de  si la Iglesia se les opone y le abre una guerra mediática. Lo que no entiendo es el miedo por lo segundo, porque la excomunión no alteraría sus vidas, en vista de que las sanciones que ella conlleva de hecho ya la practican casi todos. Cuando la Iglesia aplica la ley canónica y excomulga a un feligrés lo priva de la eucaristía y lo excluye de sus actividades  por lo cual se le niegan los sacramentos.

Seamos ahora sinceros. ¿Cuántos diputados, senadores y dirigentes políticos van a la iglesia, se confiesan y comulgan? Alguna firma encuestadora podría ayudarnos a descifrar ese secreto tan bien guardado de la cristiandad de la mayoría de nuestros dirigentes políticos, con las excepciones por todo el mundo conocidas. De manera que una parte importante de los diputados amenazados por la Iglesia, por su propia voluntad, consciente o no, se ha auto-comulgado. Existe otra modalidad de la excomunión, la llamada automática (latae  sententiae) aplicable a todo aquel que cometa delitos considerados graves por el Vaticano, como apostasía y herejía, que probablemente impida a muchos católicos confesarse ante su sacerdote u obispo para no provocarles infartos o evitar que se vean retratados en ellos.

Yo me auto  excomulgué cuando, siendo monaguillo en San Juan, un cura nos dijo en la clase que las manchas de la luna eran las de un campesino y su burro tragados por Dios por desobedecer la orden divina de no trabajar en Viernes Santo.