En su permanente e irracional intento de retomar la Presidencia de la República, cargo para el que se cree el único y mejor dotado, el expresidente Leonel Fernández  se ha lanzado de nuevo al ruedo. Todavía no se han oficializado los ganadores de las elecciones del 15 de mayo y ya el hombre se ha puesto a correr a la espera de que los vientos, que ya lo sacaron del camino, soplen esta vez a su favor.

Su pasión por el puesto carece de parangón. A pesar de cuanta habilidad se le atribuye, no posee la paciencia ni la sangre fría de un Balaguer capaz de sopesar las circunstancias y medir sus posibilidades. Ese déficit  de su personalidad se reveló patético en agosto de 2012. El mismo día de la terminación de su presidencia ya estaba en la búsqueda de la candidatura, sin esperar siquiera que el texto del discurso inaugural de su sucesor llegara a los diarios.

Su vano intento de regresar a la presidencia hará germinar la semilla de la división que ya él sembró al pretender erigirse como única opción de su partido, con una reforma constitucional que prohibía a su sucesor aspirar a la reelección que ya él había obtenido, y abrirse así el sendero a un regreso que la Carta que anuló le tenía prohibida. Y germinará al congelar el derecho de otros a optar por la sucesión, por lo que han estado esperando, fenómeno propio y natural en toda democracia.

Ante los esfuerzos extemporáneos del señor Fernández y de su gente  con vista a las lejanas elecciones del 2020, me pregunto si en verdad creen que un país en plena evolución, con los enormes desafíos a enfrentar en un mundo que cambia y se transforma cada día, los dominicanos mirarán hacia quien ya le gobernó por doce años, dejando un legado de corrupción y desigualdad sin precedentes. La carrera por una Presidencia que cree suya por una fuerza superior, estorbará la marcha hacia un clima de convivencia política y erosionará la hasta ahora rígida estructura del oficialismo.