Desde semanas antes se venían percibiendo señales de repunte en los precios del petróleo. Precisamente como una de las presuntas variables a encarar en el futuro inmediato y sus posibles efectos adversos dejó constancia de alerta la comisión técnica evaluadora del Fondo Monetario Internacional durante su mas reciente visita al país, en un amplio comunicado que vio la luz pública en todos los medios de prensa donde ofreció los resultado de su análisis sobre el comportamiento, retos y perspectivas de crecimiento de la economía nacional.
Esa tendencia alcista cobró mayor e inusitada fuerza una vez formalizada oficialmente la decisión del Presidente Donald Trump de romper el tratado de no proliferación nuclear suscrito con Irán, bajo el mandato de su antecesor Barak Obama, la revocación de varias de cuyas más importantes decisiones parecen ocupar sitio de prioridad en la agenda del actual ocupante de la Casa Blanca.
Tal, la marcha atrás en la apertura hacia el régimen castrista de Cuba cuya puerta Trump no ha cerrado del todo pero la cual ha dejado entornada, y sus menos afortunados intentos de derogar el Obama Care y del especial status migratorio que ampara a los llamados “dreamers”.
No bien se anunció la retirada de Estados Unidos del pacto, a disgusto de Gran Bretaña, Francia y Alemania, sus principales aliados europeos que han decidido mantener el mismo, el mercado del petróleo se disparó al alza con precios que sobrepasaron los setenta y siete dólares el barril.
Los efectos del incremento no han hecho esperar sobre la proyección de las finanzas públicas para el presente año. El gobierno ha tenido reajustar sus estimaciones originales sobre el precio promedio del barril de petróleo referencial, elevándolo a US$60.3 dólares el barril. Este valor es un 24 por ciento superior a la cifra considerada al momento de elaborar el actual presupuesto. El alza asciende a once dólares setenta centavos barril.
Un estudio llevado a cabo por especialistas de la Universidad Tecnológica (INTEC) que acaba de ser dado a conocer, señala que por cada diez dólares de aumento en barril de petróleo, el país tendrá que desembolsar 700 millones de dólares adicionales para mantener el actual flujo de consumo. Es una cifra muy significativa que pudiera multiplicarse más de una vez de seguirse alentando la cotización del crudo.
Salvo otro plan PETROCARIBE de casi imposible resurrección dadas las precarias condiciones por las que se encuentra atravesando Venezuela y el desplome de su producción petrolera, hoy reducida a poco más de un millón 250 mil barriles diarios, obligará al gobierno hacer recortes muy significativos en su presupuesto de gastos.
Se verá afectada la balanza comercial ya grandemente deficitaria; tendremos nuevas alzas inevitables en los precios de la gasolina y demás combustibles; una factura de luz más cara al igual que el transporte público y de mercancías; incrementados los sobre-costos que soportan la industria y demás sectores productivos tornando aún mas reducidos sus limitados niveles de competitividad y aumentos generales en el costo de la vida.
¿Qué podemos hacer frente a una situación que escapa totalmente de nuestras manos? Sin entrar en pánico, tenemos, sin embargo, que colocarnos en alerta. Se nos ocurre que por lo pronto, si bien distante la nuestra de ser una opinión calificada, que de una u otra forma el gobierno tendrá que tomar medidas para reducir el consumo de combustibles fósiles, comenzando por las propias instancias públicas. Mientras otros países importadores de crudo, aún sin estar en situación de emergencia mantienen programas y disposiciones permanentes en ese sentido, aquí hemos hecho del consumo creciente y a menudo dispendioso, un permanente festín como si fuésemos una nación productora de petróleo, o una sociedad desarrollada del primer mundo.
Lo otro es seguir fomentando en forma cada vez más acelerada el mercado de las energías alternativas, donde el país ha hecho algunos importantes progresos en los últimos tiempos, a través de proyectos públicos y privados basados en energía eólica y solar, gas natural y en menor medida, pequeñas presas y bio-masa. Pero es preciso agilizar el proceso ofreciendo mayores incentivos a los inversionistas y facilitando el otorgamiento de los permisos, sometidos en algunos casos a un largo y fatigoso trámite burocrático.
Y por no perder la costumbre, volver la mirada, la súplica y la esperanza hacia el Santuario de La Altagracia, invocando como tantas veces la intercesión de la Patrona para poder superar este nuevo reto que sin duda constituye una más que molestosa piedra en el zapato de nuestra economía y un freno en sus índices de crecimiento.