En la obra de Pedro Henríquez Ureña hay que confrontar contradicciones problemáticas.  Por ejemplo, en un texto fundamental sobre el lenguaje como sistema lingüístico propuso que “tanta diversidad lingüística y desequilibrio inestable” se resuelve mediante la “ansiedad que motiva a uno refugiarse en el centro,” es decir, en la normatividad y la homogeneidad.  Párrafos más adelante declara que “el lenguaje es fenómeno de perpetua evolución, en perpetuo flujo y mudanza: no es obra sino actividad.”  En otras palabras, la variación lingüística es lo normal.  Estas han sido tan solo algunas de las contradicciones que nos han ocupado en nuestros estudios sobre la intersección de lo lingüístico y lo racial en su obra. 

Al leerlos detenida y críticamente, los contradictorios planteamientos de Henríquez Ureña constituyen un reto para el analista de ideologías y aún para el lector más misericordioso.  De todos modos, aunque con ciertas dificultades, dicho desafío se puede superar, siempre y cuando evitemos concentrarnos solo en uno o dos hechos aislados, abarquemos más de un solo contexto y evitemos llegar a conclusiones precipitadas.   

Aprovechando la oportunidad de releer a Henríquez Ureña para reflexionar otra vez más y considerar otras posibilidades hermenéuticas, intentamos mirar con los lentes de aquellos quienes apuestan por la retención de los mejores valores utopistas—la tentativa emancipatoria—en nuestras luchas sociales contemporáneas, tal y como nos recuerda Rafael Mondragón en su ensayo.  En efecto, reconocemos que cuando uno lee joyas como la siguiente en “La utopía de América” hay que detenerse a apreciar la genialidad de Henríquez Ureña: “en el mundo de la utopía no deberán desaparecer las diferencias de carácter que nacen del clima, de la lengua, de las tradiciones; pero todas estas diferencias, en vez de significar división y discordancia, deberán combinarse como matices diversos de la unidad humana.”

¡Cómo no conmoverse ante esta expresión o frases como las que aparecen en “Patria de la justica!” donde destaca su gestión por “la emancipación del brazo y de la inteligencia.”  Ante estas bellas palabras de esperanza para construir un mundo mejor, el lector atento y comprometido se inspira a apartarse del prejuicio, a ser menos egoísta, menos apático, a ser más útil, más creativo o trabajador, a aspirar de nuevo por el bien de la mayoría y a asumir con plena responsabilidad la parte de la lucha que a cada uno le corresponde.

Después de muchos años de análisis y reflexión en torno al modo en que convergen las ideas sobre la raza y la lengua en su obra, concluimos que, por complicadas y diversas razones, Henríquez Ureña concibió el tema negro como un obstáculo en su representación y elaboración de la dominicanidad y del latinoamericanismo.  Sin duda, esa miopía y titubeo con respecto a lo racial representan una limitación dentro de la admirable obra de Henríquez Ureña. 

En parte, su reacción se debe a la influencia de la ideología nacionalista dominicana (antihaitiana) que muchos hemos analizados pero el problema de explicar esta dimensión ideológica de su obra no termina allí.  Henríquez Ureña también insistió en ignorar o minimizar la dimensión racial para circunvenir el racismo que atribuye cualidades de inferioridad a determinados grupos sociales y que produce agresión simbólica o material: “cada nación moderna se defiende de las demás atribuyéndoles cualidades inhumanas.”  

En cierto modo, Henríquez Ureña reconocía lo difícil que era, limitándose uno a solo enumerar y a celebrar las diferencias, aceptar, aprovechar y avanzar el concepto de igualdad entre los seres humanos: “es difícil, luego admitir la igualdad o la equivalencia de las aptitudes que existen, en potencia o en acto, en todos los hombres, en todas las naciones o en todas las razas.”  En efecto, Henríquez Ureña creía que el distanciamiento teórico de lo racial contribuiría a ampliar la esperanza y el dominio de la justicia social.  En este sentido, vale la pena repetir su advertencia en sus frases más significativas y bellas: “a esa amplia visión [de la igualdad], solo llegan pocos, los unos, por el camino de la ciencia, los otros por el camino del amor.” 

Entonces, ¿qué hacemos con la alergia de Henríquez Ureña al tema negro?  ¿Con las contradicciones ideológicas que problematizan su sueño utopista de inclusión y justicia social?  Hacer este tipo de pregunta, especialmente desde la perspectiva crítica, no significa tachar la memoria del maestro magistral.  Inevitablemente, tenemos que aceptar que aun cuando se trata de nuestros mejores maestros, los estudiosos más rigurosos, pensadores más admirados, habrá momentos de decepción, dudas, desajustes, de desequilibrio, de vulnerabilidad que responden a variados y complejos factores.  Por lo tanto, juzgar los discursos ideológicos nada más por los primeros efectos que producen, es con frecuencia entenderlos solo superficialmente.