Hoy es Sábado Santo, un gran día para los cristianos pues esperamos la Resurrección del Señor. Es el principal motivo de alegría, morir y resucitar, tal como se nos prometió. Es el día de la esperanza.

Soy católica de nacimiento y por convicción. He criado a mis hijos dentro de esta religión y son excelentes seres humanos, por eso no me arrepiento de los preceptos aprendidos y los he formado cumpliendo con el deber que manda nuestra Santa Madre Iglesia.

En estos días he tenido tiempo de reflexionar en el silencio que nos brinda la gran partida de la mayoría de personas que marchan al bullicio de playas, balnearios, montañas, pueblos, hoteles y todo cuanto podamos imaginar con tal de decir qué hicieron durante estos días de recogimiento, pero que son convertidos en un verdadero  jolgorio.

Hemos tenido de todo, hasta un fuego que destruyó gran parte de la Catedral de Notre Dame, en París, el monumento más visitado, incluso más que la Torre Eiffel y que fue inmortalizada por Víctor Hugo en la novela “Nuestra Señora de París”, que dio origen a la película de Disney “El jorobado de Notre Dame”.

A propósito de esta tragedia que no solo ha tocado a Francia, sino al mundo entero, recuerdo que en una visita que hice a Nueva York, mi hermana que vive allá hace casi cincuenta años, me preguntó qué había sentido cuando vi la “Zona 0”, le contesté que en realidad vi un espacio y una profundidad, pero que como no conocí lo que estaba antes, no podía tener el mismo sentimiento de todos los que sí conocían las torres gemelas y habían vivido ese inolvidable y trágico momento, yo lo viví desde una transmisión por televisión en vivo todo el tiempo, aunque mi corazón palpitaba y lloraba ante esta inhumana acción en que hubo tantos muertos.

Con Notre Dame me ha pasado diferente, tuve que recordar el momento en que visité este histórico monumento que sobrevivió tres guerras. La larga fila que tuve que hacer para poder entrar, igual como hay que hacer  para poder entrar a cada atracción de París. Admirar y disfrutar cada detalle, los hermosos vitrales, las esculturas… Sabía lo que era antes. Sentí una gran tristeza.

Pues bien, durante esta semana ha habido también una serie de opiniones que han girado en torno a las de los obispos de mi iglesia, Monseñor Osoria, Arzobispo de Santo Domingo, Monseñor Masalles, Obispo de la diócesis de Baní y Monseñor Fausto Mejía Vallejo, Obispo de la diócesis de San Francisco de Macorís, sobre el momento político que estamos viviendo. Todo eso me preocupa y me entristece.

Dentro de mis reflexiones recordé que hace mucho tiempo leí en un periódico que un arquitecto inglés quería casarse, pero buscaba  a una mujer analfabeta, que no se inmiscuyera en su trabajo, que no opinara y que fuera su fiel compañera para toda la vida. Yo para mis adentros protesté, pues me dije que  lo que buscaba era una trabajadora, sin voz.

Hoy luego de tantísimos años, quisiera ser analfabeta,  tener mi tarjeta de solidaridad, recibir mi bono gas, mi bono por cada hijo y cada nieto, mi bono de colmado, mi plaquita de luz, mi seguro médico para poder ir a los hospitales, donde van todos, aunque tenga que hacer la misma fila, igual que todos  y asistir a las caminatas del partido por mis 200 pesos, mi pica pollo, mi cerveza, mis cigarrillos y ser feliz, porque así sabría que salí de la pobreza y sin tener que trabajar, sino aprovechándome de los  otros que trabajan. Sería un número más de las estadísticas, sin tener que preocuparme, ni coger pique o “quillarme”, como dicen los jóvenes, cada vez que escuche hablar a los políticos, lea los periódicos y revise las noticias.

¡Rompan fila y viva el jefe!