Me permito compartir con ustedes una historia perenne y universal. En una morada subterránea con forma de caverna, habitan unos prisioneros encadenados desde niños. Las cadenas les impiden girar las cabezas, por lo que solo pueden ver delante de ellos. Detrás, se encuentra una pared y la luz de un fuego.

En la pared, el fuego refleja las sombras de unas personas que caminan detrás de los prisioneros. Cuando las personas dialogan entre sí, los prisioneros atribuyen las voces a las sombras, no a las personas.

Entonces, un prisionero es liberado y a través de un camino escarpado es forzado a salir de la caverna. Después de ajustar lentamente sus ojos a la luz del sol, comienza a darse cuenta que el mundo que había percibido hasta ese momento no constituye la única realidad. Intenta entonces retornar para concientizar al resto de los prisioneros sobre el mundo que yace fuera de la caverna, pero los prisioneros se burlan del prisionero liberado tildándole de loco.

Así, los prisioneros continúan percibiendo las sombras, deleitándose en su condición y discutiendo entre sí sobre quien percibe mejor la realidad.

La historia que acabo de compartir con ustedes es la recreación de un relato  que forma parte del libro VII de la República, de Platón, conocido como ¨la alegoría de la caverna¨.

Como toda alegoría, el relato tiene distintas interpretaciones y puede leerse a distintos niveles. Quiero destacar tres momentos del relato:

Primeramente, la historia nos habla de unos prisioneros encadenados desde la infancia. ¿Quiénes son estos prisioneros? Antes de contar el relato, el personaje de Sócrates nos habla del estado de nuestra condición humana con respecto a la educación. Por tanto, Platón nos da la clave de que los prisioneros de la caverna podemos ser nosotros mismos, encadenados por los prejuicios y las creencias no examinadas del entorno cultural que nos forma desde la niñez.

En segundo lugar, los prisioneros observan sombras, perciben una realidad ilusoria a la que entienden como el único mundo posible. Alienados, se divierten con su situación y son incapaces de trascender la inmediatez de su rutina cotidiana. Una rutina empobrecedora, envilecedora y deshumanizante.

En tercer lugar, tenemos un prisionero quien, liberado, accede  a un nuevo tipo de realidad, trasciende la inmediatez y se siente comprometido con mostrar a los demás un horizonte distinto al que configura las mentalidades del resto de los prisioneros.

He querido traer a colación esta historia a propósito del proceso electoral que se efectuará el próximo domingo. Durante mucho tiempo, el compromiso partidario dirigido a la solución de los problemas personales nos hace perder la perspectiva sobre la realidad de la nación en su conjunto.

El sistema de las prácticas políticas en República Dominicana, que ha permitido durante décadas el enriquecimiento y la seguridad de unos pocos en detrimento de la mayoría de los habitantes  de esta tierra bañada por el mar y la corrupción, amenaza nuestro futuro de concretizar una sociedad próspera, civilizada y pacífica.

Como el prisionero liberado, los comprometidos con un proyecto nacional de vida civilizada podemos aspirar a caminar solitariamente –una opción ilusoria, pues, como escribió Aristóteles, la soledad es el privilegio de una bestia o de un dios-  o comprometernos desde nuestras posibilidades con un proyecto realmente transformador de la realidad dominicana.

Esta transformación no es posible sin un punto de giro en la historia de las    mentalidades dominicanas, de las actitudes, creencias y prácticas que conforman nuestra sociedad. Por momentos se avizora en la articulación de movimientos marginales que comienzan a tomar fuerza –por ejemplo, en los movimientos que demandan la protección del medioambiente o una educación de mayor calidad-.  Pero todavía queda mucho por delante antes que los indignados dominicanos puedan articular políticamente sus demandas sociales. Se trata de una empresa gigantesca, realizable solo a largo plazo, e inviable si se intenta guiar mesiánicamente. Puede ser una empresa desgastante, desalentadora o frustrante. Pero es la única que puede proporcionarnos lo que no pueden darnos los proyectos políticos inmediatistas, ni los privilegios derivados de los mismos; un futuro, fuera de la caverna.