Como parte de la construcción de la identidad dominicana, la africanía es uno de sus singulares soportes. Recibidos los negros africanos en el inicio del gobierno de Nicolás de Ovando en el 1501, llegaron como parte del séquito que acompañó a los miembros de la corte que vinieron con el llamado Pacificador de la isla.
Como muchos autores han destacado, entre ellos el sociólogo Ruben Silié en su obra: Economía, esclavitud y población: ensayo de interpretación histórica del Santo Domingo español en el siglo XVIII, se dedicaron a la llamada esclavitud doméstica: caldereros, cocheros, cocineros, nanas de cuna, domésticas de la servidumbre, acompañantes de las damitas, limpiadores de establos, jardineros, entre otros oficios.
Si bien estos trabajos estaban alejados de la intensa explotación de plantaciones que aún no era parte del proyecto económico colonial, su inserción en la vida social era un hecho que de una u otra manera comenzaría a influir la cotidianidad de sus habitantes.
Estos negros esclavizados dedicados al trabajo doméstico, se familiarizaron de forma tal con el amo, que se influyeron mutuamente. La culinaria, la tradición oral, hábitos y formas de vida de ambas culturas, a la que se sumó la aborigen, se fueron tejiendo desde un principio, lo que explica un proceso muy temprano de mestizaje, independientemente de la violencia que le acompañó.
Muchos cuentos tradicionales, historias, canciones, adivinanzas, juegos y canciones infantiles, se produjeron en esa fase del encuentro. La comida sufrió igualmente modificaciones debido a que quien la cocinaba era la esclavizada, y a veces echaba manos de lo que tenía cerca en ausencia de productos españoles, lo cual fue generando la comida criolla y cambios en el paladar de colonizadores y colonizados.
La lengua se acomodaba por la fuerza a la necesidad de entenderse, sea para dominadores como para dominados y en ese conflictuado escenario, se fueron construyendo palabras, formas y giros lingüísticos que dieron un español más cantado, palabras cortadas y fonéticamente distintas a los de los españoles.
Los movimientos corporales de la cintura, el uso de las figuras al danzar de los pies y las manos, brazos y cabezas, como los hombros y las rodillas, provienen de las danzas africanas hoy presentes en muchas de nuestros bailes. La percusión entona muchos de nuestros ritmos dándole movimiento y cadencia, siendo los palos o atabales su principal icono.
La música y la danza, sufre en esos momentos primarios del encuentro, modificaciones que la fueron especializando, de un lado los movimientos danzarios y la rítmica de impronta afro, y del otro, la manera de bailar o coreografía que quedó bajo patrón europeo.
Más luego se dieron otros procesos sociohistóricos más complicados en que la lucha por adaptarse de uno u otro de los grupos que habitaban la isla, obligaba a la reinterpretación de cosas, maneras y formas culturales, que, no solo se acomodaban al modelo de dominación, sino que su respuesta era a la vez mecanismo de resistencia ante la imposición haciendo que surgieran formas culturales híbridas, expresión del convulsivo momento histórico en que se fueron articulando los diferentes grupos humanos y sus forma culturales propias, perdiéndose en el camino, algunos referentes ancestrales y reciclándose con nuevas maneras y apropiaciones que permitieron su permanencia y convivencia en esas tierras hijas del modelo agroexportador dominante en la Europa de los siglos XV, XVI, XVII y XVIII.
No obstante, la mezcla racial agregó como componente adicional al mestizaje, el mulato en sus distintos matices. Éramos ya para 1750 dominantemente mulatos, y altamente mestizos e híbridos en lo cultual. Traducido este elemento en una sociedad afroamericana donde muchas cosas de la cotidianidad y la mentalidad se fueron haciendo a la manera criolla, y cuya criollidad entretejió lo taíno, lo africano y lo hispánico, eta vez sin el predominio de los ancestros, sino como referencia, y comenzamos a construir una identidad propia ya para el siglo XIX, desde esa criollidad forjada en siglos anteriores.
Es evidente una influencia afroamericana en la cultura dominicana, presente está en la gastronomía, la sacralidad, la música, la danza, el divertimento, los adornos, los gestos y la lengua como bien es notorio al conocer de cerca la forma fonética del pororó y la geminación d la lengua en regiones del país como el Este, hablado en el norte de la capital: Villa Mella, Mendoza, Los Mina, la Victoria, Guaricamo, y otras zonas aledañas.
La corporeidad nuestra, la rítmica, la cadencia al caminar, gesticular o danzar, es de procedencia africana, como lo es el dominio de colores encendidos en la vestimenta y colores de las viviendas. El coco como condimento de algunos platos nacionales, es un ingrediente africano a la culinaria dominicana: arroz con coco, habichuelas con coco y carne guisada con coco y perteneciente a una dimensión ritual. Lo es también el plátano en sus diferentes modalidades y una muy nuestra es el mangú. Así mismo víveres como el ñame, la yautía, la batata, tienen una procedencia del viejo continente africano.
Los movimientos corporales de la cintura, el uso de las figuras al danzar de los pies y las manos, brazos y cabezas, como los hombros y las rodillas, provienen de las danzas africanas hoy presentes en muchas de nuestros bailes. La percusión entona muchos de nuestros ritmos dándole movimiento y cadencia, siendo los palos o atabales su principal icono.
Sin embargo, la más compleja de las herencias radica en el mundo sagrado dado que en él interviene el inconsciente como parte del arquetipo mental que se termina de construir a partir de una conjunción de diferentes mentalidades es lo que conocemos como sincretismo religioso. Divinidades africanas y europeas se articulan en una mentalidad en que lo sagrado y lo popular confluyen, el bien y el mal se hacen presentes en la misma dimensión y lo sagrado y lo secular son parte de una misma realidad.
Son todos estos hechos de la cotidianidad dominicana que nos definen como un pueblo afroamericana y caribeño que definió una estructura mental múltiple sobre la cual vive el día a día y en su imaginario construye una esperanza valiéndose de su memoria social y de una apuesta al futura, a pesar de los contratiempos y de los desencuentros que arroja una mirada a sus discursos identitarios, complejos y contradictorios a veces, pero es indudable el peso de la africanía en la definición de la dominicanidad.