De las elecciones de marzo y julio 2020, mucho se hablará. Para los analistas del hecho social, es evidente que los resultados de esos procesos electorales, por separados y unidos, se prestan a analizar el comportamiento social y por igual, a revisar los esquemas analíticos de expertos que también fueron sorprendidos con dichos resultados, porque, a pesar de que estos científicos sociales analizan un objeto de estudio voluble e inestable como la sociedad, los marcos de interpretación de la realidad social, pueden ser muy mecánicos y estacionarios, y todo era igual siempre y seguiría igual, y así no se hace un análisis agudo de la realidad, si admitimos que la sociedad es cambiante y frágil.
Es por igual interesante ver las lecciones que nos dejaron estos procesos electorales, como fueron la incapacidad de los órganos responsables de organizar el proceso, su incondicionalidad al poder de turno, su deficiente papel para organizar el proceso, su ridiculez justificándose en medio del desorden creado en las elecciones de febrero y su inacción ante el atropello del poder en un proceso desigual de participación entre los protagonistas del certamen electoral, donde desde la propaganda, el manejo de los recursos estatales al servicio del partido y candidato de turno en desfavor de la oposición, reinaba por doquier.
Este divorcio llevó a muchos políticos a ignorar los sentimientos de la gente, la sociedad arquetipo que se desea y la lejanía de los políticos en dar respuestas a estas nuevas realidades socio-políticas, y fueron barridos por los vientos de una sociedad cansada de que la usen
El órgano electoral sintonizó muy de cerca con el partido y el delegado oficialista ante la Junta y era recurrente su indiferencia ante las propuestas de la sociedad civil y los partidos de la oposición. Su arbitraje fue muy parcial y su credibilidad se deterioró mucho ante la población y no guardaron las formas, además de su actitud ante los procesos y las violaciones consideras normales, como la de compra de cédulas, presiones de todo tipo contra delegados y centros electorales y fraudes evidenciados en los que la Junta Central Electoral no presionó un expediente para condenar, como la ley electoral enuncia ante estas violaciones, entre otras situaciones que sucedieron durante las elecciones.
Los encuestadores y sus empresas se vieron en el filo de la navaja dado que se produjo una verdadera competencia de números, muchos manipulados y otros menos condicionados por el poder político y económico. Cada vez perdiendo credibilidad entre la gente, las encuestas se han convertido en parte de las estrategias electorales de los partidos políticos para manipular la opinión pública y la intención del voto lo cual no ha tenido aun límites y acciones legales que controlen el uso y manejo de las encuestas en los procesos electorales, materia pendiente para ordenar el proceso electoral y el mercado persa en que se ha convertido el instrumento científico.
Tal vez sea a la clase política a quien mayor lección dejaron los procesos electorales recién pasado y cuyos resultados no solo recompusieron el mapa electoral del país, lo cual podría decirse que se ha dado en otros momentos de la historia política dominicana y lo aceptamos como bueno y válido. Sin embargo, son más que esas hoy las razones envueltas en esta convulsión política que trajo el resultado de las elecciones.
Lo primero es el despertar de la gente, la reacción de los jóvenes, el papel protagónico de la clase media, y la decisión de la población de salir del régimen, gobierno y su modelo de dominación. A la clase política le conviene analizar las consignas y las motivaciones del hastío político de la sociedad. Si así no lo hacen los estrategas de los partidos políticos y por igual, los grupos dominantes que controlan la economía y que deberían ser los primeros en exigir leyes claras y regulación estatal de la vida pública, la presión social sería inaguantable para la gobernanza del país.
La gente se cansó, el pueblo asumió su condición de sujeto social y se convirtió en protagonista de la historia. Si bien se volcó una votación hacia un partido en especial, visto como olfato político de la gente y el canal para expresar su voto de castigo, la crisis que subyace en el trasfondo es un agotamiento de un modelo de dominación y de ejercicio político que ya se decidió a enfrentar y que no se reproduzca ese modelo, deseando cambios democráticos que adecenten la vida pública y el comportamiento de los políticos ante el ejercicio de su función a la sociedad.
Lo que se le cuestionó al partido saliente en estas elecciones, queda como telón de fondo a la clase política que no contará esta vez con la aprobación del pueblo hacia aquellas inconductas de los políticos que se las arreglan para ocultar sus malas prácticas. Esta vez, se exige transparencia, eliminación de la impunidad, condena a la corrupción pública y privada, ordenamiento de las instituciones y eficiencia del manejo presupuestal y de su uso para lograr el bien común.
Poner la vida de los políticos en un salón de cristal es la preocupación de la gente y el político que siga actuando, ignorando lo que sucede hoy en la mentalidad de la sociedad dominicana, corre el riesgo de desaparecer en la simpatía de la gente.
Si bien el clientelismo de un país no lo borra unas elecciones, da lecciones de que las cosas no son iguales que antes, el trabajo de la clase política debe cambiar y sintonizar con los modelos y expectativas que la sociedad espera. ¿Quién decide? La gente, cuando entienden de una vez y por todas, que ella quita y pone. Los políticos dominicanos se creían por encima del bien y del mal, hasta que estas elecciones los puso en su sitio.
El reto se traslada hacia la nueva gestión encabezada por el partido ganador, que debe actuar y ejercer el poder en función de lo que la gente espera y no querer torcer el curso de la historia, es ese el valor de la historia, entenderla para actuar dentro de su proceso y no al margen de este.
Otra gran lección de estos procesos electorales del 2020 se refiere a la cantidad de gente, líderes, partidos, discursos y prácticas políticas que ya hoy son hechos del pasado, barridos por la historia dominicana que tiene los pies en el siglo XXI y una clase política, que aún está estacionada en el siglo XIX.
Este divorcio llevó a muchos políticos a ignorar los sentimientos de la gente, la sociedad arquetipo que se desea y la lejanía de los políticos en dar respuestas a estas nuevas realidades socio-políticas, y fueron barridos por los vientos de una sociedad cansada de que la usen, la instrumentalicen cada cuatro años y le construyan una percepción de la realidad desde los medios de comunicación, y decidió que ya estaba bueno y que con su voto dejaría fuera del juego a muchos personajes que se jugaban su último capítulo de la historia y cuya recordación nunca será grata para las generaciones futuras.
Por eso la clase política, que tuvo por mucho tiempo el papel hegemónico en la construcción del destino nacional; deformado por la mala gestión, la corrupción, la impunidad y su visión parqueada en el siglo XIX, debe reflexionar junto a los grupos dominantes, por ser responsables de construir una sociedad con grandes inequidades, con un modelo de desarrollo excluyente, con un crecimiento económico sin impactar en la calidad de vida de la mayoría, con privilegios hacia la clase política porque gobierna para ellos primero, y luego, para el resto del pueblo; y de eso se cansó la sociedad dominicana, y el que no lo entienda así, que se prepare a ser igualmente barrido por el vendaval social que ya tiene su agenda, a la que la clase política debe ajustarse o dialogar, pero nunca imponer.