Uno de los peores vicios políticos es la adulación. La lisonja, la exaltación, la zalamería, la alabanza, las loas, los aplausos y los halagos provienen tanto de políticos, intelectuales, comentaristas y oportunistas o de personas cargadas de pasión y con poca personalidad que cultivan el orgullo de quienes detentan el poder público con el fin de obtener beneficios.
Esta lacra política, aupada y permitida muchas veces por los propios dirigentes políticos, quienes aspiran al poder o lo detentan es transversal en la obra de John Locke. El elogio exagerado, se asocia directamente con las amenazas que sobrevienen a la conservación de un régimen legítimo.
La legitimidad del poder, de la que habla Locke, no deriva de la divinidad. Esto le ganó mucha crítica y muchos adversarios que defendían el origen divino de la concentración del poder en un monarca. Esa posición es perfectamente entendible dada la preocupación de Locke de diseñar un regimen político de poderes limitados, en contraposición a la defensa de un regimen político absoluto (Hobbes).
Para Locke quienes difunden la falsa doctrina del derecho divino de los reyes siembran en un terreno fértil para provocar un efecto pernicioso. En el contexto temporal de sus obras, lo que tampoco deja de ser una realidad hoy, era claro que la legión de cristianos legitimaba la cierne divina de los monarcas.
La adulación es una alabanza exagerada hecha con estudio de lo que se cree que puede halagar al otro, con propósito de ganarse su voluntad para fines interesados. En obras literarias, de filosofía y de teoría política encontramos el serio daño que la coba hace para una gestión eficiente al frente del Estado.
Doy cuenta de todo esto porque quienes queremos que el presidente Luis Abinader, como todos los presidentes y sus respectivos gobiernos, así como los legisladores, alcaldes, jueces y miembros del Ministerio Público, lo hagan bien y realicen una gestión de gobierno central, legislativa, municipal y judicial cada vez más eficiente y eficaz, desde que ejercemos nuestro deber ciudadano, somos objeto de ataques feroces.
No me molestan las críticas. Lo que me preocupa es que quienes nos dirigen no quieran entender que el buen amigo no te ayuda cuando se va en lisonjas, en buena música para el oído de su amigo y no es capaz de advertirle, para no incurrir en errores, en lo que le sea pernicioso y, por el contrario, sea para su bienestar.