Septiembre llegó este año con una noticia explosiva para los cubanos de cualquier orilla: la adopción de nuevas regulaciones por parte de la Aduana General de la República. Y cada vez que alguien aquí habla de Aduana, el mundo se parte en dos. Los que están dentro de la Isla y los que permanecen fuera. El que recibe algo y el que lo envía o trae. Contradicciones. Intereses. Conflictos. El pueblo situado en el medio de la balacera. Palabras. Silencio.
La vida de mucha gente, de diversas maneras, pasa hoy por las taquillas de los aeropuertos. Desde la madre que espera la ayuda de sus hijos residentes en el exterior, hasta el pequeño negociante que se abastece de productos que el Estado es incapaz de suministrar. Diferentes fines y una misma verdad: sobrevivir. Pero las leyes no preguntan nombres y apellidos. Y se redactan para ser cumplidas.
Cada cierto tiempo y en dependencia de las circunstancias, las autoridades modifican las normas aduaneras y la Nación completa entra en pánico. Tantos cambios asustan al cubano de a pie, quien solo pide una existencia digna y sin sobresaltos. Algunos piensan que la improvisación rige los destinos del país y que los encargados de sacar cuentas andan tirando piedras a diestra y siniestra. A lo mejor aciertan. Es posible.
A fines del 2012, se pusieron en práctica un conjunto de regulaciones con el propósito de establecer el «orden» en la Aduana. En ese entonces, las ordenanzas dejaban bien claro la cantidad de artículos, el peso, y los impuestos a pagar por los viajeros (según su condición) en el momento de entrada o salida del territorio nacional. Muchos aplaudieron, pese a las elevadas tarifas, mientras otros quedaron mudos y pensativos.
El decreto de 2012 trató de frenar el continuo comercio de mercancías, mediante personas naturales, desde varios países latinoamericanos hacia Cuba. Ecuador fue uno de los principales emisores, por su abierta política migratoria y los atractivos precios. El sector privado y el mercado «subterráneo» se convirtieron, por ende, en vitrinas de las producciones ecuatorianas. Aunque Venezuela y México también aportaron su cuota.
Las conocidas «mulas», famosos personajes que entran y salen continuamente de la Isla cargados de maletines ajenos, aprovecharon el alto costo de los envíos a través de las agencias transportadoras de paquetes y sacaron un buen dinero. Quizás sean la causa indirecta de las actuales medidas. «Mano dura y la economía nacional será salvada», parece ser la frase de moda. Y todos pagan justos por pecadores.
Aquellos que vengan a Cuba traerán, desde ahora, lo indispensable y nada más. Se acabaron los regalos colectivos o las ayudas desproporcionadas. El sartén está cogido por el mango y las cosas tomarán el curso correcto, piensan los de «arriba».
La posición del gobierno en el asunto tiene cierta lógica. El decreto de 2014 pone contra la pared a los intermediarios o comerciantes que ingresan al país un número considerable de mercancías y, por consiguiente, frena la salida de divisas hacia el exterior (para la adquisición de nuevos productos). Asimismo, los negocios privados se transformarán en clientes potenciales del mercado estatal, único beneficiario de las grandes y baratas importaciones. ¡Bingo! Así de sencillo.
Sin embargo, los mercados estatales no poseen la capacidad suficiente, por múltiples motivos, para dar respuesta a la creciente demanda del sector privado. Ante la ausencia de tiendas mayoristas y la imposibilidad de importar artículos, los propietarios particulares acudirán en masa a las tiendas donde compra el pueblo y los productos se agotarán enseguida. El desabastecimiento y los elevados precios serán el resultado. O puede que exista una carta escondida debajo de la manga y los hechos sucedan de otra forma. Quién sabe.
Por lo pronto, crece el monopolio estatal sobre la economía y, aunque los medios de prensa oficiales digan lo contrario, los pequeños negocios privados se ven cada día más acorralados y con las manos atadas. Al final, el cubano común y corriente pagará los platos rotos, como siempre.
Si el experimento de las nuevas normas aduaneras sale mal, tendremos otras regulaciones el año que viene y así sucesivamente. Entretanto, la guerra prosigue y los tiros van y vienen. Respiramos todavía. ¡Aleluya! Y que Dios nos proteja.