Si bien Paul Kennedy fue cauteloso en el análisis publicado por The Economist en lo relativo a la pérdida de hegemonía de los Estados Unidos,  aunque dejó claro que el país norteamericano no estará operando solo en el escenario global, Zachary Karabell, autor de “Inside Money”, en una publicación aparecida en la revista estadounidense Foreign Policy  antes que la del autor británico -13 de julio de 2020- es más categórico y directo, pues  afirma que se ha derrumbado el antiguo orden liderado por los Estados Unidos por más de medio siglo. En su análisis aborda aspectos que son determinantes para entender el derrumbe: el económico, el militar y el político; diríamos que los mismos que sirvieron de base para el análisis del profesor de la Universidad de Yale. “Lo que lo reemplazará puede ser justo”, especula, para agregar que puede ser lo que el mundo, e incluso los propios Estados Unidos, “necesitan” y recuerda al inicio de su artículo -como marco de referencia para el desarrollo de su trabajo- una publicación de Henry Luce de 1941, fundador de la revista Time y Life and Fortune, que puede ser nostálgica para algunos, en el que éste anuncia que “el siglo XX es el siglo estadounidense” y “que EE.UU. haría del mundo ‘un lugar seguro para la libertad, el crecimiento y la creciente satisfacción de todos”.

“Y lo haría”, según Luce, “debido a una combinación de poder y prestigio estadounidense que engendraría una fe casi universal en las buenas intenciones, así como la inteligencia y la fuerza supremas de todo el pueblo estadounidense”. Aquello parecía una proclama propagandística en el marco de un poder global en redefinición que se acercaba a un relato religioso adornado de la supremacía que los dioses otorgan a ciertos pueblos, o a la fresca narrativa de la raza aria. Pero así, más o menos, ocurrió, Estados Unidos comenzó a dominar el mundo occidental, y luego del colapso de la URSS, a todo el globo terráqueo casi de manera absoluta, solo que no siempre fue para bien del resto de los países ni de su propio pueblo, si tomamos en cuenta la tesis de Juan Bosch expuesta en su ensayo “El pentagonismo sustituto del imperialismo”, en el que afirma  -el capítulo uno del libro- que el país pentagonista -Estados Unidos- explota a su propio pueblo, debido a que la ciencia puesta al servicio del sistema capitalista lo “sobredesarrolló” hasta prescindir de las antiguas colonias y llegar a colonizar a su propio pueblo. Por ello Karabell desmonta aquella apología impresa en el Time al decir: “…a veces para bien, a veces para mal”.

El siglo XXI se está convirtiendo, de acuerdo al escritor y economista nacido en Nueva York, en el “siglo antiamericano” – o “antiestadounidense” sería lo correcto, porque aquí no cuenta el resto de América- pues para él es el 2020 el año que marca esa señal clara e inequívoca, ya que, aunque esa identidad se venía formando desde antes, es allí, con la pandemia causada por la Covid-19, que se comienza a acelerar y cimentar. Esta nueva realidad resulta innegable y “puede resultar agresivamente hostil a los Estados Unidos”, porque ocurre que el siglo XXI  “es antitético” al siglo estadounidense en razón de que, alega, los pilares fundamentales del poder estadounidense, el militar, el económico y el político que “definieron el siglo pasado, han sido socavados, si no aniquilados” como sugería en su artículo de The Economist el afamado historiador y profesor de Yale, y aseguran otros pensadores  que vaticinan, desde el colapso total, hasta la disminución del poder de los Estados Unidos que lo igualará o colocará por debajo de otras potencias emergentes que amenazan, como ya hemos dicho, con superarlo en el plano económico, como ya se avizora o pronostica; en el militar con las armas inteligentes que sustituirán a los soldados entrenados a la antigua usanza; y en el político, partiendo del diseño de nuevas alianzas estratégicas.

Como el adicto que no reconoce su adicción, no podrá superarla. Si Estados Unidos no entiende que se encuentra en un proceso de decadencia como potencia global, no podrá enfrentar los desafíos que le presenta su actual condición, pues como dice el escritor neoyorquino, “creer solo que el país de uno es excepcionalmente poderoso y que la historia y la cultura están destinados a la grandeza, es una receta para la caída”. Eso no lo entendió el exmandatario estadounidense Donald Trump que hacía esfuerzo por imponer su música haciendo que el volumen de su instrumento fuera más alto que el resto del escenario instrumental, con lo que creaba un ruido que rompía la armonía orquestal, lastimando el oído del público, avergonzando al resto de sus compañeros que comenzaron a verlo como un elemento disociador que ponía en riesgo el prestigio de todos.

También como el actual presidente que decide improvisar o colocar una partitura diferente en medio del concierto, como lo ocurrido con el golpe a Francia tras auspiciar la alianza estratégica AUKUS -Australia, Reino Unidos (Kingdom) y Estados Unidos (US)- para la fabricación de los submarinos nucleares a los australianos ya acordada con el país galo, un arriesgado paso centrado en la finalidad de frenar a China en el Mar Meridional con la idea de liderar el conflicto generado entre el gigante de Asia y sus vecinos Corea del Sur, Japón, Arabia Saudita, Malasia, Irán, Filipinas y Vietnam, algunos de los cuales se están entendiendo comercialmente con China y no quieren la presencia de un intruso tan incómodo, de ahí el rechazo a la oferta estadounidense de “protección” que hiciera el gobierno del país de Ho Chi Ming a la vicepresidenta de EE.UU. en visita por aquellos países. Esta movida podría desarticular sus ya resentidas viejas alianzas; recordemos el “impuesto Google”, las manifiestas diferencias sobre la OTAN, el Nord Stream 2, las revelaciones de espionajes de WikiLeaks, el empujón del magnate mandatario estadounidense al primer ministro de Montenegro y otros desencuentros marcados por la desconfianza, la desesperación del que se hunde y el desamparo a que se siente sometido el dependiente que debe buscar en otro lado los recursos que necesita para sobrevivir ante el evidente desgaste o abandono del tutor proveedor.

Pero volvamos al artículo leído en Foreign Policy para entender lo que pareció una digresión en el párrafo anterior con lo que sólo buscábamos graficar lo que hemos afirmado antes y que respalda Karabell al decir que Estados Unidos venía presentando “fisuras estructurales” desde mucho antes de la pandemia de la Covid-19, ubicando su inicio hace dos décadas. Esas “fisuras” de que habla el intelectual estadounidense de marras, son las que identifica Paul Kennedy en las potencias en decadencia, las que suelen llevarlas a moverse con desesperación hacia errores que aceleran el colapso. Para el neoyorquino “el primer pilar del siglo estadounidense que se derribó fue el militar” alegando que la intervención de Estados Unidos en Afganistán luego de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 “contó con un apoyo considerable de la comunidad internacional como una respuesta justificada al refugio de Al Qaeda y Osama bin Laden por parte de los talibanes. Pero que la posterior invasión de Irak en marzo de 2003 con escasez de apoyo internacional seguida de una ocupación fallida y años de guerra de guerrilla contra las tropas estadounidenses evocó la Guerra de Vietnam”.

Pero no solo fue la falta de apoyo internacional, según afirma, lo que dio inicio a las “fisuras estructurales” y proceso de decadencia de los Estados Unidos, sino todo lo que se produjo en aquella guerra: torturas que salieron a la luz pública y el centro de detenciones en la bahía cubana de Guantánamo que pusieron en evidencia la violación a los derechos humanos y en tela de juicio el discurso que en esa materia levantó para justificar hostilidades contra gobiernos que no respondían a sus intereses. Pero algo que puso de entrada en cuestionamiento aquella intervención, fue la mentira a que se recurrió para justificar la acción militar: la presencia de armas de destrucción masivas. “Agregue a eso”, remacha, “las revelaciones de espiar a ciudadanos nacionales en nombre de la seguridad nacional y la guerra contra el terrorismo…Estados Unidos emergió en 2008 de un embrollo en Irak con sus fuerzas armadas aún insuperables en tamaño y capacidad, pero con una imagen severamente socavada”.

Respecto al segundo pilar, el económico, el autor del trabajo dice que después del colapso de la Unión Soviética y las reformas estructurales que emergieron del llamado Consenso de Washington, las economías experimentaron crecimiento, a excepción de Rusia, porque incluso China con su ingreso a la Organización Mundial del Comercio (OMC) comenzó a “evolucionar por su propio camino” y que Estados Unidos pudo sacar provecho de ello -he expuesto ya que en esa iniciativa nació el germen que provocaría las “fisuras”- y que el declive económico estadounidense comenzó  a partir de la crisis financiera que estalló en 2008: El éxito de China erosionó el dominio estadounidense, pero fue la crisis financiera de 2008-2009 la que realmente barrió el pilar económico…el sistema financiero liderado por Estados Unidos sobrevivió, pero la reputación económica de Estados Unidos, el prestigio que Luce entendía como un elemento clave de su poder, quedó devastada”.

En cuanto al tercer pilar, el político, Karabell, lo atribuya a la llegada de Trump a la presidencia de los Estados Unidos: “En medio de la administración Trump, la respuesta a la pandemia estadounidense ha aplastado por completo la imagen de Estados Unidos como embajador del buen gobierno y la democracia, y con ello, el último pilar del siglo estadounidense”. Confiesa que la democracia más completa y eficiente no fue la estadounidense, que los que se dedicaban a medir los valores democráticos -en Occidente- siempre mostraban resultados que favorecían a los países escandinavos; sin embargo, sostiene que su país se mantuvo “como símbolo y faro” de la democracia, exhibiendo principios, diríamos, que le dieron universalidad al modelo. Obviamente que el magnate no podía ser la causa, fue el producto de la desintegración social, de la fractura que causaron aquellas reformas estructurales gestadas en el Consenso de Washington que desembocaron en la toma del Capitolio como ya hemos analizado. Y en una reflexión con mira internacional, que Karabell asocia a la crisis de la democracia de su país, manifiesta que “después de todo, a menos que uno crea que Estados Unidos tiene el monopolio del deseo de paz, derechos individuales y prosperidad, 7. 800 millones de personas de casi 200 naciones grandes y pequeñas son tan capaces como los estadounidenses de actuar en esos intereses colectivos. Creer lo contrario es sostener que la única fórmula para la estabilidad y la prosperidad internacionales es una continuación interminable del siglo estadounidense”.

Y continúa: “Eso conduce inevitablemente a la cuestión de China y su estatus como potencia global emergente, especialmente cuando Estados Unidos se retira o se ve obligado a hacerlo. Es cierto que China defiende los derechos de manera diferente a los Estados Unidos, y es posible que muchos fuera de China no encuentren esa plantilla atractiva. Pero el modelo chino sigue siendo chino, propagado por un gobierno que parece bastante interesado en mantener la paz mundial incluso mientras afirma su poder”.