Son pocas las actividades o instituciones a los que no se les dedique un día del año. Así, en adición a la celebración del Año Nuevo, la Navidad, Acción de Gracias (¿?), se añaden el de los enamorados, el jueves de Corpus, la crucifixión de Cristo, la Constitución, los maestros, los agrónomos, las madres, los padres, los ciegos, los sordomudos, los santos difuntos, los periodistas (¡vaya usted a ver!), la virgen de la Altagracia, la de la Merced, el del árbol, el medio ambiente, los emprendedores y un listado más extenso que llenaría el breve espacio reservado a esta columna.
Pero si hay una actividad que merezca seriamente de un reconocimiento de la nación es, sin duda, la empresarial, la que muchas veces ponemos en alto riesgo con medidas y exigencias laborales que hacen de la más productiva de todas las gestiones en el ámbito económico una iniciativa de valientes verdaderos. Si hoy, a despecho de las adversidades que la república ha encarado, ocupamos un lugar de liderazgo indiscutible en el Caribe y Centroamérica, es el resultado del empeño de generaciones de hombres y mujeres que han aceptado el desafío de crear negocios que generan bienes y riqueza, aseguran un alto nivel de abastecimiento y nos permiten marchar parejo con los cambios que ocurren y transforman el mundo. La creatividad y la visión de futuro de esos hombres y mujeres han creado infinidad de oportunidades de empleo y crecimiento material a millones de dominicanos, sembrando así la columna más sólida de la estabilidad política y social que hemos disfrutado por más de 50 años, con solo breves periodos de crisis.
Ignoro si se ha designado un día del año para honrar la actividad. De todas maneras, exista o no, ser empresario no es una condición cualquiera. Los esfuerzos del sector privado han contribuido a convertir a este país en lo que es hoy, abriendo nuevos y seguros senderos hacia el futuro.