En enero de 2019, decidí estudiar un campo inexplorado de las relaciones haitiano-dominicanas. Con la cámara de mi teléfono me puse a dialogar con la acera del Consulado General ubicado en Pétion-Ville. La oficina consular de los vecinos estaba adquiriendo una dimensión comparable a la de los Estados Unidos de América hacia fines de los años 80. La evolución de las proporciones físicas del edificio, durante los últimos treinta años, constituye un excelente punto de referencia. Desde 1987 hasta la actualidad, el consulado ha cambiado de dirección en cinco oportunidades: rue Geffrard, Puerto Príncipe, cerca de la agencia de viajes Chatelain; rue Panaméricaine, entrada de la embajada en Pétion-Ville; rue Métellus, cerca del Royal Market y los dos edificios de la rue Rigaud, el antiguo a cien metros del nuevo. No es necesario ser ingeniero o arquitecto para rápidamente darse cuenta de que en 30 años la oficina ha tenido que mudarse urgentemente para brindar mejor servicio en áreas más grandes, a un número cada vez mayor de visitantes. En las relaciones internacionales sabemos que el embajador es el jefe de misión. En Haití y con respecto a nuestros vecinos, el Consulado General simboliza a los ojos de la población el liderazgo de la misión diplom
Con mucha paciencia empecé mi pionera labor de observación. Consistía en escuchar lo que dicen los solicitantes de visa. No hablaban de Trujillo, de Leonel Fernández o del Presidente Abinader. Yo oía los nombres de grandes centros comerciales, discotecas y hermosas avenidas. Debo confesar que me enamoré de Plaza Lama de La Duarte durante mi primera visita en 1990.
Antes de la llegada del formulario electrónico (29 de noviembre de 2020), las aceras cercanas al Consulado General eran una gran escuela. Todos los prejuicios y las lágrimas del país haitiano desfilaban por instructivas conversaciones. A penas nos dábamos cuenta de la inexistencia del departamento municipal para limpiar la calle Rigaud, cuando los solicitantes trasnochaban en la acera del consulado. También – y como siempre– nos olvidábamos de las convenciones de Viena sobre relaciones consulares. ¿Cómo pudo crecer la juventud haitiana, « el futuro de la nación» – según los políticos de siempre– en tanto desamparo? . El mejor y verdadero futuro de un joven haitiano es la posesión de una visa dominicana. A veces, para empezar a salir del túnel. En un país donde las estadísticas son curiosamente raras, debemos rendir homenaje a los verdaderos protectores de la educación superior, en todos los estratos sociales de Hait
Pedro Henríquez Ureña se instaló temprano entre mis lecturas. Papá era hispanista. En un país donde las estadísticas se destruyen, me gustaría saber cuántos jóvenes haitianos desean estudiar a Henríquez Ureña, Duarte o al maestro Virgilio Díaz Grullón. Conocí a Don Virgilio en la Librería La Trinitaria. Me gusta recordar que fue Don Bernardo Vega quien me recomendó que fuera a visitar a Doña Virtudes Uribe. Los maestros del debate ideológico haitiano, estos políticos con pasaportes diplomáticos para toda su familia, deben rodearse urgentemente de asesores para entender ¿por qué esta fascinación de la juventud nacional hacia el país de Duarte?
Las concentraciones demográficas de solicitantes terminaron borrando todas las letras mayúsculas que indicaban el estatuto del edificio consular. En varias ocasiones, estas largas e impresionantes colas afectaron incluso al tránsito en los alrededores del consulado. El mejor espacio en kilómetros cuadrados que está más cerca del consulado es el campo de fútbol de la iglesia de Santa Teresa. Mientras charlábamos con los vecinos, mucho antes de la llegada del formulario electrónico, decíamos sonriendo, dentro de poco el cura tendrá que poner el parque de Santa Teresa a disposición de los solicitantes de visa. Las relaciones consulares en esta isla están muy lejos de Viena y del Vaticano. Basta pensarlo correctamente…