Que ningún drama humano nos sea ajeno es un recurso creativo para el arte cinematográfico y una oportunidad para la industria que lo produce.
Sea la tartamudez del rey del imperio más grande de la historia o la soledad de una joven mixteca en labores domésticas en la capital mexicana, cada conflicto individual, nos involucra en exámenes personales o colectivos, respecto de nuestra propia condición, tanto en sus aspectos luminosos como en los opacos y oscuros.
Sentados en la oscuridad de una sala de cine, o más recientemente, frente a la televisión hogareña, como decía un querido amigo, las películas nos permiten vivir otras vidas. Pueden formularse en géneros que provocan reflexión, asombro, sonrisas, evasión o simple entretención a las audiencias.
También pueden servirle a sus realizadores para comunicarse artísticamente sin lecciones morales de ningún tipo. Mank, la oda de David Fincher a El ciudadano Kane (1941) y al proceso creativo que agita la mente de un escritor, es un digno ejemplo de esa categoría de propuestas íntimas. Su amplia composición estética no contiene subtextos sociales.
El cine no tiene siempre por qué servir de vehículo para luchas de clases o de las minorías. El arte puede, pero no tiene que ser comprometido. Sin embargo, el convulso período social que vivimos en los Estados Unidos y el mundo se refleja en la lista de las películas nominadas al Óscar de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográfica del presente año. Al menos seis de las ocho películas nominadas en la categoría principal versan sobre problemas sociales y otras nominadas también abordan conflictos de tipo racial.
Esa premiación, si bien está más enfocada en el cine anglosajón, y particularmente al estadounidense, es la misma que define los flujos de inversión en las producciones venideras a nivel global. La influencia de la Academia en la industria del cine no puede tomarse a la ligera.
Desde la escuela se enseña al estudiante los principios rectores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El Séptimo Arte le ofrece musculatura a las fuerzas que construyen los espacios de la dignidad humana.
Durante la introspección que hacemos al ver una película, existe la posibilidad, acaso más palpable que aprender teóricamente los principios de universalidad, progresividad, interdependencia, indivisibilidad y la combinación de estos, en las aulas.
Sus valores intrínsecos cobran sentido gracias al ingenio de los creadores de las películas que observan los problemas sociales.
El juicio de los siete de Chicago y Judas y el mesías negro, reintroducen a las nuevas generaciones al convulso 1968. Elogio para ambos directores Aaron Sorkin y Shaka King, respectivamente, por retomar fragmentos de la lucha por los derechos civiles con evidencias desestimadas por la tiranía de la historia única.
Sorkin, más enfocado en su talento para construir diálogos dinámicos. King, en mi opinión mejor apoyado en el lenguaje cinematográfico más allá de los parlamentos, con especial mención a la extraordinaria cinematografía a cargo de Sean Bobbitt en esa última película.
De acuerdo al principio de universalidad de los derechos humanos, para lograr la igualdad real se debe atender a las circunstancias o necesidades específicas de las personas. Ambos filmes refuerzan ese criterio primordial.
El cine británico disfruta del merecido respeto de la Academia. Este año el director Florian Zeller saca de las tablas del teatro a las técnicas del cine a El padre. Muestra la perspectiva del paciente afectado por el mal de Alzheimer y a la vez, la de su cuidadora, sometidos a una situación indigna cada uno.
Es más fácil explicar el principio de interdependencia de los derechos humanos que implica la protección de múltiples derechos que se encuentran vinculados, después de ver los trabajos actorales de los oscarizados Anthony Hopkins y Olivia Colman en esta película.
Minari es cine estadounidense sobre migrantes coreanos. Dirigida por Lee Isaac Chung tiene la virtud de hacer de una trama pequeña una resonante denuncia social. Muestra las dificultades que enfrenta la gente común para hacer efectivo el principio de progresividad de los derechos humanos.
Trata sobre la vulnerabilidad de una familia de escasos recursos, que retrocede en su progreso económico sin que nadie responda en su provecho, y sin otras oportunidades para hacer mejores sus condiciones de vida que su propio empeño personal. Es una película delicadamente poderosa. La abuelita, interpretada por la actriz Yuh-Jung Youn, encarna el influjo inherente al ser humano para sobrevivir y proteger.
Promising Young Woman o Hermosa Venganza, de la directora Emerald Fennell, emprende una conquista cinematográficamente extraordinaria. Revierte el orden clásico del cine negro y el estereotipo de la mujer fatal, para dar paso a un relato individual sobre una hipótesis de abuso sexual con ecos de problemática social.
Fennell y su actriz protagónica Carey Mulligan, liberan al personaje femenino de la misoginia que afectaba a los escritores de cine negro clásico como Raymond Chandler, actualizando de esa manera el esteticismo noir.
Por décadas, Barbara Stanwyck, Lana Turner, Sharon Stone, Glenn Close fueron femmes fatales porque sí. Aceptamos esa premisa modificada en esta película con una denuncia abierta contra el establishment que perpetúa la discriminación entre géneros. El movimiento Me Too pinta de rosado el cine negro.
El noir es de todos los géneros cinematográficos el que posee la antología más rica. Sus realizadores no cesan de explorar nuevos alcances semióticos. Fennell ha puesto su fino conocimiento de esa tradición al servicio de uno de los presupuestos del principio de interdependencia de los derechos humamos.
Deben protegerse a los múltiples titulares vinculados. El arquetipo de mujeres que, por ser rubias, hermosas, misteriosas son malas ya no es funcional. La directora le da una mirada de trescientos sesenta grados al género. Lo hace a plena conciencia de la maestría alcanzada por el cine negro americano, saludando el estilo de Billy Wilder y de John Huston.
Fennell podría ser la ganadora del premio al mejor guion original. No obstante, en la categoría de dirección, tiene una destacada competidora en Chloé Zhao.
Nomadland es cine de carretera, un género que ha dado grandes películas sobre las luchas sociales, como Las viñas de la Ira (1940) de John Ford; y otras más líricas como Fresas Salvaje (1957) de Ingmar Bergman. Su directora Chloé Zhao, formula una poesía de imágenes y palabras minimalistas, cargadas con alto contenido de denuncia social.
Frances McDormand, interpretando a Fern, es una especie de Venus invisible al volante, quien como el segundo planeta, solo se avista en las horas del alba y el atardecer; viaja en círculos contra las manecillas del capitalismo y el obligado consumismo. Me parece que es la más completa de todas y por tal motivo, la merecedora del premio a la mejor película.
El principio de indivisibilidad de los derechos humanos reza que éstos no pueden ser fragmentados. Como dice uno de los personajes de la película, Fern evoca una tradición americana, la búsqueda permanente de la nueva frontera. Fern necesita el camino para no quedar fragmentada por el orden social y económico, para ser plenamente libre.
Finalmente, para cada espectador hay una mejor película, la que complace a su gusto o historia personal. Al inicio de esta temporada de premiaciones vi Soul de Pixar y declaré que iba a ser difícil encontrar otra mejor que esos dibujos animados. Soul invita a mirarnos por dentro, en la dimensión no material de nuestro ser y llega en el problemático período 2020-21 a decirnos eso en un modo genial. Su exclusión de la lista de nominadas a la mejor película es una típica injusticia de la Academia.
Sin embargo, hace un par de noches me encontré en una plataforma con Una noche en Miami y creí haber encontrado una nueva favorita. Se trata de una obra teatral potencializada por el cine, gracias al agudo trabajo de dirección de Regina King, una tercera mujer que se destaca en el esfera de la realización. No obstante, sus otras dos colegas femeninas, en mi opinión, la superan. A pesar de esto, la película se adueñó de mi predilección.
Ahora bien, ni Aaron Sorkin o Shaka King me impresionaron más que Regina King y las otras damas directoras. De los caballeros en la silla del director, solo Fincher ha hecho algo superlativo. Creo que Una noche en Miami debió quedar en la lista de mejores películas, ¿no que eran diez por año?
Al igual que Florian Zeller, Regina King tuvo que adaptar la dramaturgia al cine. Me parece que la estadounidense superó al británico en ese esfuerzo. La constante entrada y salida de los personajes en El padre es demasiado teatral.
Regina King, por el contrario está en mejor control de los mandatos del cine: aprovecha decorados, movimiento de cámaras y actores, así como el intercambio de interiores y exteriores, para tumbar la cuarta pared. El espectador percibe hasta la brisa que soplaba a Miami el 25 de febrero de 1964; y más importante aún, la tensión emocional que produjo conquistas y derrotas en la lucha por los derechos civiles durante esa etapa clave.
La conjunción de los cuatro estelares del deporte, la música, el cine y la política, Muhammed Ali, Sam Cooke, Jim Brown y Malcom X, tiene la potencia de una bomba de paz. La proyección de la cultura y la independencia económica como factores de cambio en la lucha por la igualdad me alcanzaron.
A diferencia de sus colegas orientales Zhao y Chung, Regina King, ensaya la confrontación. Explora el estilo acalorado de Sidney Lumet. Los debates de sus personajes son duelos de argumentos que recuerdan a los de Network (1976), Tarde de perros (1975) o 12 hombres en pugna (1957).
Al terminar de verla corrí a leer los créditos en Internet Movie Data Base. Descubro que Una noche en Miami y Soul comparten un mismo crédito. Los guiones de ambas son autoría de Kemp Powers, también codirector de Soul. Ya no tuve que decidir. Lo mejor de este año no ha sido una película sino descubrir a este versátil autor.
En una ocasión Malcom X dijo: Nadie puede darte tu libertad. Nadie puede darte tu igualdad o justicia o cualquier otra cosa, debes tomarla. La industria cinematográfica estadounidense sabe que produce para una sociedad cada vez más empoderada.
No fue que el cine se cansó de entretener. Siempre habrá comedias, fantasías, musicales o romances despreocupados y audiencias en búsqueda de la receta del doctor Hollywood, médico anestesista. Pero 2020 fue distinto y produjo un notorio desplazamiento de la curva de su oferta cinematográfica.
Los derechos humanos serán los protagonistas de la ceremonia de los premios Óscar el próximo domingo. Ante este fenómeno, mi amigo Pancho Álvarez me expresó alegría. Dice que al fin tiene algo que agradecerle a Donald Trump. Las audiencias despertaron.