Este viejo cuento es antológico y sirve como silogismo para explicar muchas cosas que ocurren en este paraíso caribeño. Abuelita, abuelita viene un lobo, decía el niño entrando a la casa corriendo y burlándose de la abuela cuando la veía salir desesperada con un palo en la mano.

Lo repetía insistentemente para joder, porque niño al fin, disfrutan cuando llaman la atención de los adultos o lo ponen en aprietos.

Pero sucedió un día. El lobo llego, el niño grito y la abuelita ni se inmutó. Adiós niño.

Con la reforma fiscal pasa exactamente lo mismo aunque son adultos los que juguetean con el tema. Para crear pánico e incertidumbre muchos insisten en que viene otra reforma, viene otra reforma. Pero el gobierno le sale al frente y espanta los demonios, devolviendo la tranquilidad.

Sus ministros insisten en que no habrá lobos durante esta gestión y advierten que no sigan jodiendo con ese jueguito.

Pero como van las cosas, el lobo llegará más pronto de lo pensado y se comerá a más gente que el carajo.

Y veamos las razones:

En primer lugar, el endeudamiento total del gobierno está corriendo demasiado rápido mientras la capacidad de pago va a paso de tortuga. Se estima que para el 2016 estaremos pagando unos RD$220,000 millones en capital e intereses, algo así como el 48% de los ingresos tributarios, con una deuda/PIB del 55%, sin incluir muchas que no se contabilizan.

En segundo lugar, el déficit consolidado sigue muy alto y este año podría superar al del año anterior que fue de 5.1%. En esto influye el incontenible aumento de los gastos en sueldos y salarios, las gigantescas perdidas del sector eléctrico y el tradicional proselitismo vía los múltiples programas de subsidios que han pervertido a la sociedad, inoculándole el virus del parasitismo. Pero de algo hay que vivir en un país cargado de pobreza y desempleo, donde el botín se reparte cada vez entre menos gente.

En este patético escenario nos encontramos con una economía que se dice sana y en pleno crecimiento, pero que no genera los ingresos tributarios que se supone debe generar, lo que arroja dudas sobra las cifras del PIB. La otra explicación es que cada vez más negocios pasan a la informalidad al no soportar las cargas tributarias.

Esto conduce a que cada año el presupuesto sea más y más deficitario porque los ingresos que el gobierno estima recibir se quedan cortos, mientras sus gastos no paran de aumentar.

Al país le quedan solo dos caminos: o seguir endeudándose y aumentando el déficit hasta que la reforma sea impuesta desde afuera y con mano dura (algo así como la de Grecia) o evitar el colapso con una nueva reforma fiscal sin presión externa. Esto solo para posponer por unos años más una crisis que reventará tarde o temprano si se persiste en continuar con la misma política economía.

¿Porque insistir en que no habrá otra reforma fiscal? Para los empresarios, los consumidores y el público en general, esta puede ser una buena noticia. El gobierno siente que sus simpatías crecen y su presidente se populariza aún más.

Pero en el fondo, todos están cavando su tumba porque lo que vendrá después, no es un lobo sino el mismísimo  demonio.  Por eso sigo jugueteando con el tema.

En conclusión, ya se debería estar trabajando en esa nueva reforma y de ser posible hacerlo con suficiente tiempo para buscar algo de consenso con la sociedad civil. No hablamos del famoso pacto fiscal, que es pura teoría mientras el partido en el poder entienda que reestructurar el gasto o reducirlo, como lo exigen las circunstancias, pone en peligro su continuismo.

Hay que seguir cargándole al pueblo ese costo político como si todos fuéramos miembros de un solo partido. No queda otra porque la otra es mucho peor.