Así se expresó con encono mi tía Aura Polanco, de 89 años, al referirse a los desmanes de Trump.
Tía Aura integró la masiva ola migratoria hacia Nueva York de mediados de los años 60, atraída por la política de puertas abiertas ("open door policy") del presidente norteamericano Lindon B. Johnson que incluía la contratación barata de mano de obra no especializada en la industria de la aguja y el ensamblaje y fue instigada a emigrar por la apertura migratoria, la inestabilidad política y la pobreza que subsiguió en el país al asesinato de Trujillo y a la invasión norteamericana de 1965. Trabajó arduamente en las fábricas de abrigos de invierno de Brooklyn que eran propiedad de empresarios judíos.
Tía Aura recuerda con nostalgia la práctica política de aquellos tiempos: "antes los presidentes no hacían lo que les daba la gana, el Congreso los paraba, mira lo que le pasó a Nixon". "Pero mi hija, tu que eres estudiosa, puedes explicarme qué es lo que está pasando ahora, porque yo veo las noticias y no entiendo nada, por ejemplo, en las elecciones vi que Hillary estaba ganando y de repente perdió y ahora Trump lanza bombas a infelices en otros países y no le hacen nada, por eso es que peleo sola cuando veo las noticias, me enojo y dejo de mirar la televisión".
Con mucha dificultad traté de explicarle que la democracia no funciona como la pintan, que la institucionalidad democrática es imperfecta y que existe una enorme distancia entre el ideal y la práctica democrática, entre el diseño del sistema y la aplicación del mismo.
Le cuento que la elección del presidente en los Estados Unidos a través del voto indirecto, que fue establecido originalmente para restringir el poder de decisión de los votantes afroamericanos, impide el triunfo electoral por conteo directo de los votos. Pues, los electores votan para elegir a los delegados del colegio electoral quienes, a su vez, eligen el presidente. Y que, por eso, Hillary Clinton perdió las elecciones, pues, si bien ganó en el conteo directo de los votos (el voto popular), perdió en el número de delegados del colegio electoral.
Añado que el Congreso norteamericano está controlado por los republicanos (el partido de Trump) y que la mayoría de ellos apoyan las decisiones que toma el presidente sin consultarlos, como fue el bombardeo a Siria. Y que, para bombardear Afganistán con "la madre de todas las bombas" (MOAB: Massive Ordnance Air Blast Bomb), Trump no necesitó la aprobación del Congreso, pues, cuenta con la autorización emitida después de los atentados del 11 de septiembre del 2001 para el uso de la fuerza militar (The 2001 Authorization for Use of Military Force).
Me quedo pensativa y reflexiono sobre la necesidad de unos medios de comunicación de masas veraces, que muestren a la gente la verdadera cara del sistema, las intríngulis e imperfecciones del mismo. Unos medios no manipulados, que no respondan a los intereses de los sectores comprometidos con los beneficios económicos del sistema.
Recordé aquella prensa descarnada que presentó la verdad de los hechos sobre la guerra del Vietnam y permitió que el mundo entendiera lo que allí estaba pasando más allá de las imágenes redentoras del poderoso invasor Yanqui. Fue esa misma prensa la que me hizo consciente a muy corta edad sobre el fenómeno del Watergate y el impeachment a Richard Nixon.
Pero claro, la praxis neoliberal se encargó de que los medios de comunicación pasaran a ser propiedad de los mismos que controlan el poder político: las grandes corporaciones que manejan la información a su antojo y presentan a los Estados Unidos como el estandarte de la democracia, la paz y la libertad.
Los medios de comunicación de masas ocultan así la gran verdad: que esa propaganda es la excusa para que los Estados Unidos puedan apoderarse de otros territorios invadiéndolos o imponiéndoles tiranos a cargo de dictaduras o de democracias de papel que les facilitan el acceso a las riquezas en recursos naturales y humanos de los países invadidos. Y luego atraen la mano de obra barata y los cerebros de los inmigrantes de esos propios países para seguir beneficiando a sus corporaciones.
¿Puede la presión de los medios detenerlo? ¿Cómo explicarle esto a mi tía Aura?