«Nos quedamos sin Kopa», se lamentó el periodista Thibaud Leplat. En efecto, el pasado viernes 3 de marzo moría una de las mayores glorias que Francia le ha dado al futbol. Aunque ese país se enorgullece de amar más a la literatura que al balón o de preferir la cultura de los museos a la adrenalina del estadio; nadie pudo negar la oleada de tristeza al conocerse la noticia.

Raymond Kopaszewski, mejor conocido como Kopa, era hijo de emigrantes polacos (atención Madame Le Pen, y no es el único con raíces foráneas: Zidane de Argelia, Platini de Italia, Tigana de Malí, Luis Fernández de España). Nació en 1931, en un barrio duro de Noeux les Mines, al norte de Francia, donde la gente se ganaba el pan en las ominosas minas de carbón. Solía acompañar a su padre a esos descensos no aptos para claustrofóbicos y luego se ponía a jugar con sus colegas mineros. En esos socavones perdió un dedo índice, pero no la magia de sus regates por la banda.

Era bajito y ligero, igual que Messi (los dos medían 1.68), Maradona o Platini y, como ellos, poseedor de un talento innato para dar el pase genial. Esto nos confirma que en el futbol no necesitamos, como en otros deportes, medir un par de metros o poseer un cuerpo de búfalo, ni siquiera tener las piernas rectas, pues las de Garrincha eran tan chuecas como la moral de cualquier político (había padecido polio); gracias a lo cual ejecutaba gambetas imprevisibles.

El polaco-francés tuvo un 1958 de ensueño: fue nombrado el mejor jugador del mundial en Suecia, además de hacerse del Balón de Oro y de ganar la copa de Europa con el Real Madrid. Por si fuera poco, al frente de los bleus casi llegan hasta la final, pero se les apareció el Brasil de Zagallo, Garrincha y el todavía niño Pelé. Si Just Fontaine rompió trece veces la red en dicho campeonato (record que aún subsiste), mucho le debió al toque magistral de Kopa.

Asimismo, fue el primer francés en irse a jugar a España; actitud que sus paisanos juzgaron con dureza, tachándolo incluso de traidor, según confesó en alguna entrevista. Luego de que un puñado de desconocidos del Stade de Reims estuviera a punto de arrebatarle la copa de Europa a los merengues (quienes ya empezaban con sus contrataciones explosivas: Di Stefano, Puskas, Gento), Santiago Bernabéu, no dudó en ficharlo.

Durante su breve época madridista lo ganó todo: desde tres copas europeas hasta su boleto a la inmortalidad. Después regresaría al Reims, la otra escuadra de sus amores, de donde se retiró en 1968.

Uno de los partidos más memorables fue quizás contra España. Los locales saltaron al campo de Chamartín como amplios favoritos pues eran fuertes y ‘veloces’ como un tractor; por su parte, los nietos de Descartes, pequeños y ligeros. Francia vino de atrás (1-2) y sorprendió a todos con sus vertiginosos atacantes, que intercambiaban posiciones sin cesar. Era el llamado juego de tourbillon (torbellino). A partir de ese momento, lo apodaron el Napoleón del futbol: el bajito conquistador de territorios, como lo describe Galeano en El futbol a sol y sombra.

Kopa también fue solidario fuera del césped. El y su amigo Just Fontaine organizaron el primer sindicato de futbolistas de Francia. No en balde dijo que el jugador es un esclavo. La veracidad de dichas declaraciones le costaría su exclusión del equipo nacional, donde había jugado 45 partidos y convertido 18 goles entre 1952 y 1962.

Hábil con y sin la pelota, Kopa desplegó un futbol demasiado moderno para su época. Hoy, en duelo por su partida, vemos como le pone un centro a la eternidad.