SI USTED se encuentra con John Kerry en el aeropuerto Ben Gurión, se preguntará si él viene o va. Él bien podría estar preguntándose lo mismo.

Durante muchas semanas él ha estado dedicando la mayor parte de su valioso tiempo a reuniones con Benjamín Netanyahu y Mamoud Abbas, tratando de reunir a estos dos.

Toma una media hora en automóvil ir de la oficina del primer ministro en Jerusalén hasta la Mukata del presidente palestino en Ramala. Pero los dos están a mayor distancia entre sí que la Tierra de Marte.

Kerry se ha autoimpuesto llegar a reunirlos a ambos, quizás en el algún lugar en el espacio. En la luna, por ejemplo.

¿REUNIRLOS PARA qué?

Ah, ahí está el problema. La idea parece ser una reunión por la reunión misma.

Hemos observado este procedimiento durante muchos años. Los sucesivos presidentes estadounidenses se han comprometido a reunir a las dos partes. Es una creencia americana, enraizada en la tradición anglosajona, que si dos personas razonables, gente decente, se reúnen para discutir a fondo sus diferencias, todo caerá en su lugar. Es algo casi automático: chatear, hablar, ponerse de acuerdo.

Por desgracia, no acaba de funcionar de esta manera con los conflictos entre las naciones; conflictos que pueden tener profundas raíces históricas. En las reuniones entre los dirigentes de estos países, a menudo sólo quieren lanzarse viejas acusaciones uno al otro, con el fin de convencer al mundo de que la otra parte es totalmente depravado y despreciable.

Cualquiera de las partes, o ambas, puede que estén interesadas en prolongar las reuniones eternamente. El mundo ve la reunión de los líderes, al mediador y a los fotógrafos que trabajan duro; todo el mundo habla sin cesar de la paz, la paz, la paz…

Recuerdo a un caballero escandinavo, llamado Gunnar Jarring. ¿Lo recuerdan? ¿No? No se culpe. Es eminentemente olvidable. Fue un diplomático sueco con buenas intenciones (y un turcólogo), a quien la ONU le pidió a principios de los años 70 que reuniera a los egipcios y a los israelíes y lograra una solución pacífica entre ellos.

Jarring tomó muy en serio su misión histórica. Se trasladó sin descanso entre El Cairo y Jerusalén. Su nombre se convirtió en una broma en Israel, y probablemente, también en Egipto.

Los protagonistas en esos días eran Anwar el Sadat y Golda Meir. Como hemos divulgado en su momento, Sadat le trasmitió a Jarring un mensaje trascendental: a cambio de la devolución de toda la península del Sinaí conquistada por Israel en 1967, él estaba dispuesto a hacer la paz. Golda, de inmediato, rechazó la propuesta. Y por supuesto, no hubo ninguna reunión.

(Un chiste popular hablaba de Golda y Sadat frente a frente en las bandas opuestas del Canal de Suez. Golda gritó: "¡Haga el amor, no la guerra!". Sadat miró a través de sus binoculares y respondió: "¡Mejor la guerra!")

Todo el mundo sabe cómo terminó este capítulo. Después de que Golda había rechazado todo, Sadat atacó, logró una sorpresiva victoria inicial, y todo el mundo político comenzó a moverse, Golda fue expulsada, y después de cuatro años de Yitzhak Rabin, Menahem Begin llegó al poder y acordó la misma paz con Sadat que se había propuesto antes de la guerra. Los 3,000 soldados israelíes y unos 10,000 egipcios que murieron en la guerra no la vieron.

Jarring, por cierto, murió en 2002, anónimo y olvidado.

PERO KERRY no es Jarring. En primer lugar, porque no representa a una organización internacional impotente, sino a la Única Superpotencia del Mundo. El poderío de los Estados Unidos de América está a su disposición.

¿O no?

Eso es realmente la más importante ‒de hecho, lo único relevante‒ en este momento.

Él va a necesitar mucho para lograr lo que desea su corazón: la reunión ‒no sólo la reunión, sino El Encuentro‒ entre Netanyahu y Abbas.

Eso parece una tarea fácil. Netanyahu declara, con su sinceridad habitual, que quiere reunirse. No, solo eso: que está ansioso por reunirse. Con el encanto pulido de un presentador de televisión experimentado y familiarizado con el poder de las imágenes visuales, incluso se ofreció a poner una tienda de campaña a mitad de camino entre Jerusalén y Ramala (¿en el infame puesto de control de Qalandia?) y de sentarse con Abbas y Kerry hasta lograr un acuerdo completo sobre todos los aspectos del conflicto.

¿Quién podría resistirse a una oferta tan generosa? ¿Por qué demonios Abbas no salta y la agarra con ambas manos?

Por una razón muy simple.

El mismo comienzo de nuevas negociaciones sería un triunfo político de Netanyahu. En realidad, eso es todo lo que él quiere realmente ‒la ceremonia, la pompa, los líderes dándose la mano, las sonrisas, los discursos llenos de buena voluntad y hablar de la paz.

¿Y después? Después, nada. Las negociaciones se prolongarían indefinidamente, meses, años, décadas. Todo eso ya lo hemos visto antes. Yitzhak Shamir, uno de los predecesores de Netanyahu, como es bien sabido, se jactaba de que él habría arrastrado las negociaciones eternamente.

El beneficio para Netanyahu sería claro e inmediato. Él sería visto como el Hombre de la Paz. El gobierno actual, el más derechista y nacionalista que Israel ha conocido, sería rehabilitado. Las personas de todo el mundo que predican el boicot a Israel en todos los ámbitos se avergonzarían y quedarían desarmadas. La alarma creciente en Jerusalén acerca de la “deslegitimación” y “aislamiento” de Israel, desaparecería.

¿Qué conseguiría la parte palestina con esto? Nada. No se detendrían los asentamientos. Ni siquiera la liberación los viejos presos que han estado encarcelados por más de 20 años (como los que fueron liberados por Hamas a cambio de Gilad Shalit). ¡Lo sentimos, no hay “precondiciones!

Abbas exige que el objetivo de las negociaciones se precisen de antemano: el establecimiento del Estado de Palestina con sus fronteras "basadas en" las líneas anteriores a 1967. La omisión de esta declaración de los acuerdos de Oslo de 1993 llevó a su eventual evaporación. ¿Por qué cometer el mismo error dos veces?

Además, Abbas quiere establecer un límite de tiempo para las negociaciones. Un año, más o menos.

Netanyahu, por supuesto, rechaza todo esto. Por el momento, el pobre Kerry está tratando de armar algo que satisfaga al lobo, manteniendo vivo al cordero. Darle a Abbas garantías estadounidenses sin garantías israelíes, por ejemplo.

EN TODO este devaneo, se ignora un hecho básico.

Es ese elefante, de nuevo. El elefante en la habitación, cuya existencia Netanyahu niega y que Kerry está tratando de ignorar.

La ocupación.

Generalmente se supone que las negociaciones son entre iguales. En los dibujos animados, Netanyahu y Abbas parecen ser de igual tamaño. La foto estadounidense de dos personas razonables que conversan entre ellos presupone dos socios más o menos iguales.

Pero este panorama completo es básicamente falso. Las “negociaciones” propuestas son entre una potencia ocupante omnipotente y un pueblo ocupado casi totalmente impotentes. Entre el lobo y el cordero.

(De nuevo el viejo chiste israelí: “¿Se pueden mantener un lobo y un cordero juntos? Por supuesto que se puede: si usted trae un cordero nuevo cada día.)

El ejército israelí opera libremente en toda la Ribera Occidental, incluida Ramala. Si así lo decide Netanyahu, Abbas pudiera encontrarse mañana por la mañana en una prisión israelí, junto con los viejos que Netanyahu se niega a liberar.

Menos drástico, el gobierno de Israel puede en cualquier momento, a voluntad, dejar de transferir las grandes sumas de dinero de los impuestos y de aduanas que recauda en nombre de la Autoridad Palestina, como ya lo ha hecho varias veces. Esto llevaría inmediatamente a la Autoridad Palestina al borde de la quiebra.

Hay cientos de formas, unas más refinadas que otras, en las cuales las autoridades de ocupación y el ejército de ocupación pueden hacerles la vida insoportable a los palestinos individualmente y a la comunidad en su conjunto.

¿Qué pueden hacer los palestinos para presionar al gobierno israelí? Muy poco. Existe la amenaza de una Tercera Intifada. Eso preocupa el ejército, pero no lo asusta. La respuesta del ejército es más represión y derramamiento de sangre. U otra resolución de la Asamblea General de la ONU que elevara a Palestina a la categoría de miembro de pleno derecho de la organización mundial.  Netanyahu se pondría furioso, pero el daño real sería limitado.

NINGUNA PRESIÓN para iniciar negociaciones serias que conduzcan a un acuerdo de paz en, digamos, un año, debe provenir del Presidente de los Estados Unidos de América.

Esto es tan obvio que casi no hace falta mencionarlo.

Este es el quid de la cuestión.

Kerry puede llevar dinero en efectivo, una gran cantidad de dinero en efectivo, para sobornar a los palestinos, o susurrar en sus oídos graves amenazas para atemorizarlos con el fin de que se encuentren con Netanyahu en su tienda imaginaria: Eso no significaría casi nada.

La única posibilidad de iniciar negociaciones reales para Barak Osama es poner todo su peso detrás del esfuerzo, enfrentar al Congreso y al enorme y poderoso lobby Pro-Israel, y dictarle a ambas partes el plan de paz estadounidense. Todos sabemos lo que parecería: una combinación del esquema de (Bill) Clinton y la iniciativa de paz pan árabe.

Si John Kerry no puede presionar en esa forma, no debería ni siquiera intentarlo. Realmente, es una imposición venir aquí y sacudir las cosas cuando no se tienen los medios para imponer una solución. Es simple Impertinencia.

O, como se dice en hebreo: chuspatz.