Este sábado, que se hizo largo esperando el final del conteo de votos de las elecciones en Estados Unidos, el mundo vivió la tendencia estadística que apuntaba al triunfo del candidato demócrata Joe Biden y su compañera de fórmula Kamala Harris.

Cuando el partido demócrata alcanzó, y sobrepasó, los 270 votos electorales necesarios, asistimos todos a un hito: por primera vez en la historia estadounidense el segundo cargo más importante del país lo ocupa una mujer, que además es negra e hija de migrantes, padre jamaicano y madre india: la exsenadora que al dirigirse al país a agradecer el voto, vistió de blanco y dorado en homenaje a Las Sufragistas.

De inmediato recordé el caso judicial llamado “Estados Unidos vs. Virginia”, en el que la jueza Ruth Bader Ginsburg, icono liberal y defensora de la igualdad de género, anuló la política que admitía solo a hombres en el Instituto Militar del estado de Virginia y en cuya argumentación ella analizaba que ninguna ley o política debería negar a las mujeres “la plena ciudadanía, la misma oportunidad de aspirar, lograr, participar y contribuir a la sociedad en función de sus talentos y capacidades individuales”.

Kamala Harris es un nombre que sugiere esperanza, ya que en la lengua de su madre significa flor de loto y es una de las denominaciones de la diosa hindú Laskshami. La cultura materna de Kamala adora a las diosas y produce mujeres fuertes, como decía su progenitora, que es su mayor referente y fuente de toda la fortaleza en su carrera política.

“La razón para todo”, llama Kamala a su madre en su autobiografía titulada “The Truths We Hold”, en la que explica que siempre se ha sentido bien con su identidad de origen multicultural, y se define simplemente como una estadounidense orgullosa de ser afroamericana y con confianza en sí misma, detalle de su personalidad que le agradece.

Con la exsenadora Harris vive la mujer a la que le encanta la cocina, que disfruta bailando e inventando juegos de palabras. Habla algo de francés, suficiente para defenderse. Vivió una infancia feliz y despreocupada, aunque con una gran carga por su origen racial que siempre ha soportado y soportará, como soportó las críticas por su soltería.

Y a ella nunca le preocupó no ir acompañada de un hombre a las recepciones, aunque era muy consciente de que en política a las mujeres solteras se las mide con un rasero diferente que a los hombres solteros. Llegado el momento, en el 2004 se casó con Douglas Emhoff, un abogado, divorciado con dos hijos, que se convierte en el primer “segundo caballero” de la historia de Estados Unidos.

Harris, inteligente, ágil de palabra, culta, ha trabajado por la aplicación de la ley penal, la justicia social y la justicia racial, es una jurista y legisladora de primera categoría, con amplio conocimiento de la ley, del ordenamiento jurídico norteamericano y su aplicación.

En el país de las oportunidades y del sueño americano, la historia de Kamala está llena de primacías: fue la primera fiscal de distrito negra y la primera fiscal general en la historia de California; la primera indio-americana en llegar al senado y ahora la senadora de California es la primera vicepresidenta de una potencial mundial, que además es negra y de origen migrante.

Hoy Kamala Harris no solo está haciendo historia, sino que ha roto un techo de cristal para las mujeres del mundo, afianzando con su triunfo un paso más en la carrera por la igualdad, en el ejercicio de un poder diferenciado donde pondrá de manifiesto, nueva vez, el liderazgo femenino.

En la actualidad para cualquier mujer sigue siendo desafiante el ejercicio del poder en la política, porque ser candidata en un mundo tradicionalmente masculino, ganar elecciones o llegar a una posición de poder implica, no solo romper techos de cristal, sino romper densos muros de concreto armado que muchas veces se vuelven murallas impenetrables y siempre surgen preguntas como ¿qué hay que hacer? ¿Cuál es la estrategia para llegar?

He afirmado que no existe una fórmula ideal, cada mujer lucha desde su propia historia de vida, enfrentando obstáculos y reinventándose en cada batalla, ganada o perdida, para seguir avanzando hacia el objetivo trazado. La estrategia es participar, no quedarse atrás.

Kamala Harris es una de esas mujeres que van subiendo peldaños hacia ese tope acristalado, invisible pero real, y se convierte en referente inspirador para las niñas y mujeres del mundo, y con su triunfo nos invita a atrevernos y lograr nuestros sueños, reafirmando que la igualdad y el éxito se logran con trabajo sostenido en el tiempo.

Como la flor de loto ella es la prueba de que una vida audaz y brillante puede surgir desde los lugares más oscuros, expresando el renacer de la esperanza y prosperidad de una sociedad que demanda un cambio en el ejercicio del poder político.

En su discurso en el acto de este sábado en la noche dejó claro que la democracia más que un concepto es acción, por lo que siempre debemos actuar para garantizar y proteger su integridad. Una política que cree en el poder de la gente para construir un mejor futuro, afirmó que es la primera mujer en llegar a la vicepresidencia del país pero que no será la última, refirió los últimos cien años de mujeres que lucharon por la igualdad, agradeció a todas las mujeres que votaron y trabajaron en estas elecciones e hizo un llamado a las niñas para que sueñen en grande y les prometió su apoyo en un país que apuesta a las oportunidades.

En su expresión de fuerza, convicción y compromiso, se refleja un liderazgo que ha de caminar hacia el futuro del partido demócrata. Kamala Harris representa un paso adicional en el camino iniciado por Obama, Estados Unidos ha cambiado y los demócratas necesitan una plataforma más progresista que ella representa.

A partir del 20 de enero del 2021, cuando Joe Biden jure su cargo en las escalinatas del Capitolio, se podrá oír la voz, por primera vez, de una mujer y será la voz a veces suave, a veces litigante, a veces reivindicativa de Kamala Harris la vicepresidenta de Estados Unidos.