La juventud es una etapa hermosísima de la vida humana. Es un ser especial que inspira alegría, fuerza, energía, utopía, rebeldía, cuestionamiento, toma de decisión y casi siempre le interpela las inconductas de los más adultos y los males que prevalecen en la sociedad, sean estos políticos, económicos o sociales.
Una de las fortalezas de muchos jóvenes es su autenticidad en lo que creen y por lo que se afanan y luchan. No podemos seguir generalizando, diciendo que la juventud está perdida, alienada o secuestrada por la sociedad de los antivalores. Son incontables los jóvenes que toman las cosas en serio, que están organizados en iglesias, grupos sociales, entidades no gubernamentales, en partidos políticos, juntas de vecinos, clubes deportivos y culturales.
No echemos la culpa de manera directa a los jóvenes descarriados, sumergidos en las drogas y en acciones delincuenciales. Hay innumerables factores sociales, económicos y familiares que provoca e incide en sus conductas desviadas. Los problemas de la familia, por ejemplo, el divorcio; hacinamiento, desempleo, insalubridad, falta de alimentación, falta de educación hogareña y académica; es decir, los jóvenes adolecen de que el Estado preste la debida atención, implementando políticas públicas que cree bienestar, felicidad y realización personal a éstos.
En su carta pastoral del 21 de enero del presente año, la Iglesia Católica “ve con preocupación que amplios segmentos de la juventud muestren apatía y temor en participar de las luchas para la construcción de un porvenir colectivo de paz, de dignidad y de libertad democrática”.
Es necesario e indispensable que las universidades, institutos superiores e iglesias se empeñen con mayor ahínco en la formación de valores y principios éticos de nuestros jóvenes, incitándole, interpelándole y provocándole acerca de un mayor y tenaz compromiso con la sociedad que le vio nacer.
Esas instituciones deben despertar un elevado interés por la formación y participación política, con el fin de dignificar y adecentar la tan cuestionada actividad política y con ella las conductas de los funcionarios públicos, que ha degenerado en las últimas décadas en acciones que avergüenza a la sociedad misma.
El 31 de enero es el día internacional de la juventud. Es un día propicio no solo para felicitar a cada joven dominicano y celebrar con él sus éxitos, su emprendurismo, su alegría y su creatividad, sino que también ese día sea de reflexión para los más adultos y las instituciones públicas, cívicas, culturales, académicas y religiosas con el fin de escucharlo, acompañarlo en su camino y ver en ellos el verdadero potencial para el presente y el futuro y no dejarlos solos en sus dificultades, momentos críticos y cruciales de su vida. Sigamos haciendo acopio de la famosa máxima de que realmente “la juventud es un divino tesoro”.