Los que justifican hechos injustificables utilizan siempre los mismos argumentos. Poco importa que se trate del Holocausto o de la matanza de los haitianos en 1937. Poco importa que se trate de Donald Trump o de los “patriotas” dominicanos, los métodos son idénticos: equiparar las opiniones encontradas, deformar la realidad histórica, recurrir a un maniqueísmo absurdo, caricaturizar las posiciones opuestas, combatirlas sin pruebas, utilizando argumentos sin sustentación y responsabilizar a las víctimas de su martirio. Es preciso ser conscientes de estas falacias si se quiere combatirlas eficazmente.

No hay ejemplo más propicio para mostrar el primer argumento, el de equiparar las partes en conflicto, que las recientes declaraciones de Donald Trump. Para Trump entre los racistas, los neonazis, los supremacistas blancos y el Ku Klux Klan no hay diferencia alguna: son solo dos bandos que se oponen. Al pasar por alto la moral o la ley, los que las defienden son tan culpables como los que las violan y los que las violan son tan inocentes como los que las defienden. Los admiradores criollos hacen exactamente lo mismo: durante la Guerra de Abril no hubo golpistas ni constitucionalistas, ni defensores ni asesinos de la democracia, ni patriotas ni traidores. Estos fascistas apelan a la fraternidad entre ambos bandos. No me opongo a la misma, pero esta debe darse una vez los golpistas paguen por sus crímenes de lesa Patria. Un último ejemplo es el de la Guerra Civil Española. Los franquistas acusan a los republicanos de “querer ganar la guerra” décadas después. Y, precisamente, cada vez que se desmonta una estatua de Franco o se le cambia el nombre a una de las numerosas calles que, vergonzosamente, conservan el nombre del dictador, los franquistas hablan de que hay que dejar cicatrizar la herida de la guerra. De castigar a los culpables no dicen nada, por supuesto.

Otra técnica engañosa que utilizan es deformar la realidad. Así, además de equiparar – cómo no – a aliados y nazis en la última guerra mundial, llegan al colmo de afirmar que el culpable de la guerra fue Churchill y no Hitler, o que Churchill fue tan malo como Hitler, dicho de otra manera, que Hitler fue tan bueno como Churchill. Ciertamente, Churchill cometió errores y pueden imputársele hechos reprobables, pero estos no son ni un átomo de las barbaridades que cometió Hitler.

Otra de sus técnicas favoritas es la de caricaturizar la posición de sus contradictores. De nada vale que, en mi caso, admita las faltas de Churchill: un buen amigo, apologista de Hitler, insiste en caricaturizar mi posición y simplificarla, argumentado que soy un incondicional o fanático de Churchill, cuando lo cierto que quien lo es de Hitler es precisamente él.

Acusar a toda rigurosa investigación histórica de ser una “obra del sistema” es muy frecuente. Esto así porque de esa manera se deshacen de toda prueba que contradiga sus erradas opiniones. Paradójicamente, son capaces de rechazar una obra como la de Anthony Beevor, una de las máximas autoridades sobre la Segunda Guerra Mundial y de apoyar teorías conspirativas como la del gobierno mundial judío, del cual no se ha presentado una sola prueba.

La peor de todas estas argumentaciones es la de acusar a las víctimas de sus desgracias. Así, si millones de judíos fueron aniquilados, “algo habrán hecho, por algo habrá sido”. Y si Trujillo mandó a matar a miles de haitianos, fue porque eran invasores, obviando antes como ahora, hay migración y no invasión y, a diferencia de 1822, los de ahora son civiles y no militares y no buscan la anexión de nuestra patria sino su propio sustento.

Combatir este tipo de argumentos es muy importante. Los mismos no solo se usan para justificar matanzas y genocidios del pasado, sino para provocar genocidios y matanzas en el futuro.