- En memoria de mi padre, el Dr. Antonio Tejada Guzmán
Durante el período clásico de la cultura Griega, el arte de curar dejó de ser magia para orientarse por principios de observación clínicos. De esa época nos llegó el primer escrito ético relacionado al compromiso que asumían los médicos de actuar en beneficio de los pacientes y no perjudicarlos. El juramento público se atribuye al médico Hipócrates durante el siglo V antes de la Era Común.
En su versión original en español, el juramento implora el poder divino: “Juro por Apolo, médico, por Esculapio, Higía y Panacea, por todos los dioses y todas las diosas, tomándolos como testigos, cumplir fielmente, según mi leal saber y entender, este juramento y compromiso”. La esencia del juramento era el compromiso del médico de actuar siempre en beneficio del ser humano y no perjudicarlo. “En cuanto pueda y sepa, usaré las reglas dietéticas en provecho de los enfermos y apartaré de ellos todo daño e injusticia”. Entre otras cosas, afirma “No tallaré cálculos sino que dejaré esto a los cirujanos especialistas. En cualquier casa que entre, lo haré para bien de los enfermos, apartándome de toda injusticia voluntaria y de toda corrupción, principalmente de toda relación vergonzosa con mujeres y muchachos, ya sean libres o esclavos. Todo lo que vea y oiga en el ejercicio de mi profesión, y todo lo que supiere acerca de la vida de alguien, si es cosa que no debe ser divulgada, lo callaré y lo guardaré con secreto inviolable”.
En su esencia, el juramento de Hipócrates ha resistido las transformaciones de dos milenios y medio de historia universal. En 1948 la convención de Ginebra hizo una versión modernizada del juramento:
“En el momento de ser admitido entre los miembros de la profesión médica, me comprometo solemnemente a consagrar mi vida al servicio de la humanidad.
Conservaré a mis maestros el respeto y el reconocimiento del que son acreedores.
Desempeñaré mi arte con conciencia y dignidad. La salud y la vida del enfermo serán las primeras de mis preocupaciones.
Respetaré el secreto de quien haya confiado en mí.
Mantendré, en todas las medidas de mi medio, el honor y las nobles tradiciones de la profesión médica. Mis colegas serán mis hermanos.
No permitiré que entre mi deber y mi enfermo vengan a interponerse consideraciones de religión, de nacionalidad, de raza, partido o clase.
Tendré absoluto respeto por la vida humana”.
Escribo este artículo debido al conflicto que actualmente enfrenta al gobierno y la AMD. El problema del incumplimiento de horarios y de médicos en nómina por razones políticas que no cumplen sus obligaciones, se arrastra por décadas. Los estudios que lo reportan y analizan sus causas se engavetan y las organizaciones que las financian no los entregan a la prensa.
Yo no descubrí las penurias de los hospitales y clínicas públicas hasta que las estudié de 1993 1996, como encargada de las evaluaciones de CARE-Dominicana a principios de los noventa.[i] Durante el período 2001-2002, participé en la evaluación estratégica de los servicios de salud sexual y reproductiva en los hospitales públicos y clínicas de ProFamilia. Este fue financiado por USAID y ejecutado por el Population Council de los Estados Unidos, con la colaboración de personal de SESPAS e importantes ONGs.[ii] Trataré en otras entregas los resultados de estas investigaciones. Esta entrega la dedico a mi padre, porque fue parte de este sistema y supo utilizarlo para ofrecer servicios de calidad y ser formador de médicos jóvenes. Es un ejemplo digno de ser imitado.
Soy hija de uno de los primeros 13 cirujanos del país, el Dr. Antonio Tejada Guzmán, nacido el 13 de junio de 1900 en Ojo de Agua, de la entonces provincia de Salcedo, de padres humildes de Moca, y de Doña María Basilisa Yangüela Ureña, de padre vasco de Logroño y madre dominicana de Cabrera. Papá describió a sus padres, diciendo: “Desde un rincón obscuro de un campo apartado, pobres, sin ninguna cultura ni posibilidad económica, más que su gran fuerza de voluntad y el tesoro de su amor, lograron realizar el ideal y el milagro de sacar a sus hijos de la miseria y la ignorancia”.
Logró graduarse de médico en 1926, bajo el entrenamiento del Dr. Carl Theodor Georg residiendo en San Pedro de Macorís. Ejerció medicina en Puerto Plata hasta 1929, cuando se trasladó por un año al Hospital Eppendorf de Hamburgo, y por otro año al Hospital Santa Cruz de Barcelona. Regresó en 1931 a dirigir el Hospital de Puerto Plata “Ricardo Limardo” hasta 1933. En esa fecha asumió la dirección del Hospital San Vicente de Paul en San Francisco de Macorís. Permaneció unos 10 años, hasta 1943, cuando se dedicó a su clínica privada en SFM.
Leía asiduamente libros de medicina y se actualizó en el extranjero por sus propios medios 16 años después de regresar de Europa, dejando su clínica y su numerosa familia con siete hijos/as. Viajó en 1947 a Buenos Aires, donde pasó un año en el servicio de cirugía del Profesor Finochet, y de ahí viajó y se integró al New York Hospital, regresando al país en 1949.
Fue un hombre de ciencia, no un político. Su actividad política la ejecutó como un deber patriótico. Presidió el ayuntamiento de San Francisco de Macorís cuando el cargo no era remunerado y participó en dos movimientos políticos pero no en los partidos que estos más tarde conformaron. En 1959 participó con acciones y recursos en el movimiento clandestino anti-Trujillista. Tuvo el dolor de ver a dos de sus hijos, Miguel y Dulce junto a su esposo Luis Álvarez (Niño), a familiares y amigos encarcelados.
En 1961 nuestra vivienda fue incendiada mientras dormíamos. Papá nos despertó gritando ¡Vístanse rápido y no saquen nada! ¡No les daremos ese gusto! A unos días fue encarcelado acusado de incendiario. En el juicio, que por suerte tuvo lugar en SFM, el juez Jesús Antonio Pichardo (Pichardito) desobedeció la orden de sentenciarlo a 20 años de prisión y lo puso en libertad. Arriesgó su vida y perdió su cargo. El día del ajusticiamiento de Trujillo fue encarcelado de nuevo, esta vez acompañado de sus hijos y celebrando desde la cárcel la libertad futura con la muerte del tirano.
A los 43 años de ejercicio profesional nuestro padre recibió el reconocimiento de la Asociación Médica Dominicana (AMD) el 27 de septiembre de 1967, junto a los eminentes médicos Heriberto Pieter y Carl Theodor Georg. En esa ocasión de él dijeron, “en los 43 años que lleva de ejercicio profesional, el doctor Antonio Tejada Guzmán ha sido un verdadero consagrado a la medicina, ejerciendo su profesión con extrema liberalidad, viendo ante que su propio beneficio, al cliente que busca la salud perdida. Ha hecho de la medicina un sacerdocio, honrándola y propiamente de su práctica un ideal del servicio prestado”.
En 1995 la Regional del Norte de la AMD le rindió un homenaje póstumo en SFM. El Dr. Ángel Concepción dijo en su discurso introductorio: “Conocí al Dr Tejada perfectamente; a su lado me inicié en el conocimiento de la medicina y a él primero y luego al Dr. Moscoso Puello, debo mi formación. Nunca olvido su generosa ayuda, sus manos pródigas se tendieron generosamente a muchos, proporcionándonos los indispensables medios para realizar nuestros estudios. Mi gratitud para él, es imperecedera”.
“Permítanme resaltar algunos de los principales rasgos de su personalidad. De una extraordinaria capacidad de trabajo realizaba jornadas de alta cirugía que iniciaba muy temprano y concluía sin descanso en horas de la tarde. Dominaba todas las técnicas conocidas y operaba en todas las áreas. Tenía además amplio dominio de la medicina interna; estaba siempre de llamada, y se complacía cuando rescataba una vida en una emergencia quirúrgica. No tenía horario de trabajo. En la práctica hospitalaria, en las consultas externas que presidía, nos enseñaba a diario como un verdadero Maestro. Imponía el respeto y la disciplina en todas las actividades. Consideraba al paciente como la primera unidad y exigía para él, las mejores atenciones”.
“En el ejercicio privado, tenía una entrega y una actuación impoluta, una inmensa consagración. Generoso, desinteresado, afable, con una sonrisa a flor de labios, llena de ternura, su mayor satisfacción era curar o aliviar los enfermos sin distinción de clase. De profundas convicciones, de un alto sentido de humanismo, amaba la niñez desvalida, la ancianidad abandonada, a los pobres, a los sufridos, en fin a todo ser humano. Nunca maltrató a un paciente; nunca negó un servicio a nadie; tenía respeto y confraternidad para sus colegas médicos, y no albergó sentimiento contra nadie, albergando en su alma solo pureza y amor de vastas dimensiones”.
“La escasez de recursos y el esfuerzo personal que él tuviera que realizar para lograr sus conocimientos y entrenamiento profesional, lo hizo quizás más consciente de las necesidades de la juventud sin recursos y con deseos de estudiar. Siendo director de hospitales estatales y luego en clínica privada, abrió la sala de cirugía a la enseñanza. Muchos fueron los estudiantes que hoy en día deben su carrera de medicina a su generosidad, ayudándoles con la compra de libros, hospedaje y dinero para sobrevivir en Santo Domingo cuando fuere necesario.
[i] Argelia Tejada Yangüela, (1996). Rural Clinics Mid-Term Evaluation, Impact Study 1993-1996.Santo Domingo: CARE-Dominicana. (traducido al Español) y Tejada Yangüela, Argelia (1996). Proyecto Materno-Infantil II, Estudio de Impacto 1993-1996.Santo Domingo: CARE Dominicana, 124 pp. (Diseño cuasi-experimental con comunidades similares de control, en inglés y español).
http://fsrc.counterpart.org/details.aspxCallId=3559&Geo/@ID=40
[ii] Suellen Miller, Argelia Tejada Yangüela, et al. (2002). Strategic Assessment of Reproductive Health in the Dominican Republic. Santo Domingo: Pop Council, SESPAS, y USAID. http://www.popcouncil.org/pdfs/dr_strat_assessment.pdf