Entonces ocurrió algo de lo cual hablaré con Dios después de muerto; en caso de que se me olvide, quiero ahora dejar constancia resumida de lo que acontecióJulio Vega B. “Los imbeles”

Todos los cultores de la lectura estamos convencidos que la relectura de algunas obras tiene entre otras derivaciones la de interesar al lector en aspectos del texto que en un principio se habían pasado por alto, sea por estar un poco al margen del argumento central o quizás porque no figuraban en la agenda de nuestras preocupaciones en aquel momento.

A inicios de este siglo-creo en 2005- escribí en el periódico “Hoy” un artículo titulado “Chasseriau y Julio Vega Batlle” en el que además de cuestionar los merecimientos locales para que el Ayuntamiento de Samaná consagrara con el nombre de este pintor una calle de  dicha ciudad, ponderaba a su vez los méritos literarios del libro “Anadel” de la autoría de Vega.

Destacaba entre otras cosas la maestría de este último al relatar las bellezas naturales de la península y su bahía, los ciclones bandoleros que las azotaban, sus terremotos epilépticos y los aguaceros bíblicos que cíclicamente las visitaban, así como el ejercicio magisterial desplegado en sus páginas para que los lectores se informaran tanto de la culinaria aborigen como  mundial.

Como el ejemplar que leí de esta obra llamada “novela de la gastrosofía” era prestado, el pasado mes de octubre durante la celebración de la Feria del libro de historia dominicana exitosamente organizada por el Archivo General de la Nación –AGN- adquirí por solo cien pesos una hermosa edición de la  misma publicada por el Ministerio de Cultura cuya portada es un evocador testimonio de los viejos tiempos.

En su relectura me apercibí, que si bien la gastrosofía y el inventario medioambiental de Samaná eran los temas más relevantes del texto, igual protagonismo tenían el descubrimiento de la sensualidad por Trigarthon, el nativo descendiente de pastores de la iglesia wesleyana quien es el personaje central, así como también sus aventuras eróticas con la seductora europea Rosina Simoni descritas de una manera tal que en ningún momento bordean la obscenidad  o la impudicia.

Espoleado por este imprevisto y voluptuoso hallazgo, no vislumbrado inicialmente, solicité ayuda al compueblano artista Danilo De los Santos para que me localizara en su archivo personal o en el de la PUCAMAIMA un ejemplar de una obra del mismo autor titulada “Los imbeles” impresa por la Universidad antes mencionada justamente cuando el pintor antes evocado estaba al frente de su editorial.

Afirma Vega Batlle que la misma es una “novela poemática” aunque al leerla notamos que la versificación –tal y como la conocemos- está ausente por completo de sus páginas, y de acuerdo a la editora se trata “de una obra cargada de lirismo, de bien construidas imágenes dentro de un plano que conduce al lector de la realidad a la surrealidad.  Es un poema narrativo de asunto idílico y mágico “según leemos en la solapa de la portada.

Sin embargo desde los primeros párrafos el autor nos conduce a una casa sin puertas ni ventanas ubicada en la alturas de un lugar denominado  “Cerro Gordo”, donde rodeada de pinares, frío, arroyos, ríos y mucha soledad conviven desnudos un anglosajón y una muchacha quienes como acompañantes ocasionales tienen una vaca rubia ciega y a un niño sordo con los cuales dialogan en sus correrías por montes y laderas.

Son tantas las imágenes y reseñas voluptuosas que con respecto a la existencia de esta pareja hace el autor, que únicamente sus grandes recursos verbales e intelectuales permiten escamotearlas frente al gran público, aunque existe la posibilidad de que cualquier joven con una gran presión espermática pueda en el transcurso de su lectura experimentar una transitoria interrupción respiratoria o una tímida y discreta erección.

Sus cantos a los muslos, piernas y al hirsutismo de las axilas femeninas pueden compararse a los del marqués de Sade o a las del conde de Lautreamont, y en relación a estas últimas señala: “Tus axilas selváticas y sinfónicas encarnan el segundo y el tercer pubis de toda tu grandiosa anatomía hasta el recodo en que el sexo se convierte en idea sosegada”. Lector, interprete esta indeterminación final.

Ante la grata impresión de ver su amada bañándose en el río exclama jubiloso: “las piedras del río parecían pintadas por la brocha de la insincera naturaleza.  Ante su vista la brisa murmuraba atrocidades, a lo mejor obscenidades.  Las aguas querían salirse de su cauce y la mañana se empinaba frente a la espesura para así verla mojada en su grandiosa desnudez”.  Cuánto barroquismo literario.

Las figuraciones sensuales permean casi la totalidad del libro, y como sucede en contados escritores dotados de una gran erudición, en sus descripciones hace galas de vocablos de su invención como: odoroso, sombroso, dulcedumbre, impresencia, crudecencias, tremulosa, adulterosa, nigrecente, inganoso por falto de ganas, tibiura por tibieza y abundosa por abundante.

Cuando yo era profesor universitario hacía una publicación titulada “La recreación Cultural” donde intentaba ofrecer respuestas a preguntas no agronómicas de mi alumnado.  En una ocasión un estudiante me  interpeló del porqué a los hombres les gusta hacer el amor con luz encendida mientras las mujeres prefieren lo contrario. Le avancé una respuesta de la cual no estaba muy seguro aunque me parecía correcta.

Leyendo “Los imbeles” su protagonista en el capítulo “Transparencias en la oscuridad” brinda la misma réplica que le expresé al alumno: “En el amor es necesario que cooperen los sentidos todos. Detesto el amor a oscuras. Tocarte, olerte, mirarte, acechar tus gestos, ser testigo visual de tus contorsiones y adivinar los quejidos que se cortan en tu pecho”. Jamás podía sospechar que en esta obra hallaría la confirmación de lo avanzado por mí hace 30 años.

En homenaje a la honestidad debo indicar, que resultó fascinante la lectura de esta obra que sin lugar a dudas merecerá los honores de una relectura –como me ocurrió con “Anadel” –disfrutando al mismo tiempo de los estallidos ampulosos y  la retórica rococó típicas en la mayoría de los escritores dominicanos de principios de la pasada centuria, pero que en este santiaguero representa un atractivo suplementario.

Parece ser que sus piezas teatrales –sainetes, comedias –puestas en escena en sus años juveniles lamentablemente no fueron apresadas  en un libro y por consiguiente no están disponibles,  lo cual no es el caso de dos cuentos suyos “El tren no expreso” y “El espejo ustorio” que sí fueron publicados  así como algunos versos libres que mucho me placería encontrar para regocijarme con su particular estilo de escribir.

Lo único que me parece objetable, tanto con respecto a “Anadel” como a “Los imbeles” es lo siguiente: estamos viviendo unos tiempos de grandes desinhibiciones como lo demuestra que un afroamericano ocupe la presidencia de los Estados Unidos, que un argentino y jesuíta por más señas sea el Sumo Pontífice y que una madre pueda parir un niño que no sea biológicamente nada de ella y luego pueda ser eventualmente criado en una familia homoparental.

Considero farisea y mojigata la ponderación que ciertos escritores del patio vierten en la contraportada y solapas de ambas obras expresando que la primera es únicamente un excelente trabajo de gastronomía, de prosa lírica y romántica mostrando la eterna lucha entre la naturaleza y la civilización; en tanto de la segunda subrayan sus bien construidas imágenes, su aliento poético y que se trata de un poema narrativo de asunto idílico y mágico.

Los dos volúmenes son muchísimo más de lo que ellos certifican, no haciendo constar por ningún lado que en sus páginas palpita una intensa y avasallante sensualidad, sobre todo en “Los imbeles”, ignorando que con su hipócritas comentarios y sus eufemismos encubridores podrían invitar a un menor de edad a incursionar en su contenido, llevándose éstos por consiguiente una extraordinaria sorpresa.

Presumo que el mismo Vega Batlle fue víctima también de la moral prevaleciente en la época de la concepción de las obras citadas, al designar la primera como la novela de la gastrosofía y la segunda como novela poemática.  Refuerza un poco mi suposición el hecho de que en vida del autor éste nunca las llevó a imprenta al conjeturar quizás que los demás pensarían que su brillante intelecto no debería estar al servicio de los sentidos sino del pensamiento abstracto.

Tan persuadido parecía estar Don Julio del paso que daba al escribir “Los imbeles”, que en una parte de éste llamada “Epitalamio” hace decir al personaje central  esto: “vacila mi mente al pensar en los alcances de mi obra. Será perdurable?  Padecerá fatigas o pobreza suma y terminará extinguiéndose en los siglos?  Construyo una mujer de carne y hueso o solamente un Epitome levante? !Respóndeme, Corporación del mundo! Los amigos que tuve se han ido diluyendo y sólo tú puedes contestarme Corporación del mundo!

Esta temerosa postura de hacerle concesiones a la época donde se vive es muy común en muchos intelectuales y yo la respeto mucho.  Ahora bien el mejor juez de las obras artísticas no es el presente y sus corifeos sino la posteridad, creyendo que en el devenir la producción de Vega Batlle, si se superan las dificultades que han obstaculizado su reproducción, gozaría de la estimación del pueblo dominicano en general y de su “ciudad literaria” en particular.

Casi como remate a la mal designada “novela poemática” hay dos párrafos en el acápite “Perjurio” que revelan los resultados  estéticos posibles de lograr cuando un tema escabroso como la sensualidad es tratado por una sensibilidad de excepción como la de este ilustre compueblano, así como también demostrativos del profundo conocimiento que tenía el autor de este componente de tanto predicamento en nuestra naturaleza animal.

Así rezan: “Convulsa y contraída, de espasmos tremulosa, la Desgraciada –así denomina a la amante del protagonista – se rompe bajo el peso connubial y contundente del barón bestial y depravado, viscoso, repugnante, fetoroso y putrefacto.

……..Después, en el silencio que sigue al acto, se inaugura el éxodo fatal. Se marchan cabizbajos, compungidos y dolientes, los conceptos elevados, las ideas acrisoladas, las posturas prominentes, la pureza, los honorables pensamientos …….. emigran silenciosos, gemebundos, marchitados, lacrimosos.  Que la vida le sea breve en su eterna errabundez”.

Creo que la reproducción de estos dos párrafos son indicadores de que el exrector de la Universidad de Santo Domingo –USD- y ex juez de la Suprema Corte de Justicia sabía muy bien que la sensualidad es el terreno de las alegrías que pasan y de las tristezas que quedan, y que el desarrollo de este tema por parte de manos tan escrupulosas como las suyas sería de gran provecho para los interesados en indagar sobre su despertar, modalidades  y diversas manifestaciones.