Ha muerto Julio Ibarra Ríos y ha dejado el vacío que sólo se produce cuando mueren personas que han sido, como él, importantes en el discurrir de un país.
Como ciudadano comprometido luchó desde temprano por las libertades conculcadas, utilizando su toga de abogado para defender a un buen número de presos políticos sin otra compensación que no fuera la satisfacción de ser coherente con su pensamiento político.
Como funcionario público fue un ejemplo de integridad y como magistrado, desde la fiscalía hasta la Suprema Corte de Justicia, un dique de contención de la impunidad. Fue el pionero en los esfuerzos por profesionalizar al ministerio público, cuando llegó a la Fiscalía del Distrito Nacional en el primer gobierno del PRD.
Su muerte ocurre en momentos en que se cierne sobre todo el proceso de reforma judicial una seria amenaza representada por un Consejo Nacional de la Magistratura que podría estar controlado por una sola persona, justo cuando dicho órgano debe designar a los miembros del Tribunal Constitucional, la Suprema Corte de Justicia y el Tribunal Superior Electoral.
Esperamos que el ejemplo de vida que fue Julio Ibarra Ríos nos inspire a todos, y principalmente a aquellos que con sus decisiones pueden convertir en realidad uno de sus principales sueños: una justicia verdaderamente independiente. ¡Paz a sus restos!