¿Qué recordar de los hombres y mujeres que han sido protagonistas en determinados hechos de interés nacional? ¿Qué selecciona la memoria histórica sobre el pasado? ¿Qué ganamos en el presente con exaltar solo los hechos positivos y echar al olvido las víctimas? En la memoria del pasado, para que tenga su incidencia en el presente y también marque de alguna manera el futuro, ¿se cometen injusticias? ¿Es justo resaltar al verdugo y olvidarse de las víctimas?

La memoria del pasado y el modo en que se recuerdan y celebran los hechos y personajes trae emparejada una serie de visiones sobre el presente y el futuro. Recordar el pasado no es solo mirar hacia atrás y traer al presente las figuras y los hechos en que jugaron un papel preponderante, es también construir un presente y señalar un camino hacia al porvenir. Las nociones temporales de pasado, presente y futuro no se viven ni piensan aisladamente. Marc Augé en Las formas del Olvido señala que desde el presente pensamos e imaginamos el pasado y el futuro como una constante tensión entre la memoria y la espera.

La memoria siempre es del pasado; la espera siempre indica el porvenir. El presente es el lugar transitorio desde el cual pretendemos perpetuar cierta memoria del pasado y, de este modo, modelar en el futuro una visión única sobre lo ya acontecido. En este sentido, el pasado traído al presente a través de la memoria pretende indicar el modo de la espera, de cierta manera, nos indica el modo del futuro. El modo en que establecemos la relación entre el pasado, el presente y el futuro es el juego entre la memoria, el olvido y la espera. Incluso, en todo acto de memoria hay selección y, por tanto, olvido o pretensión de olvido. El primero hasta surge involuntariamente bien sea por un déficit en la facultad de la memoria o como un mecanismo evasivo de sobrevivencia frente al dolor; pero el segundo es dañino, maligno. La pretensión de olvido es voluntaria e intenta acomodar las huellas del pasado a una versión mejorada de lo representado. Esta versión mejorada o única del pasado deja en el olvido a las víctimas. Así que, cuando recordamos determinados hechos del pasado para enaltecer una figura y echamos al olvido otros hechos, dejamos a un lado a las víctimas.

La estrategia de nombrar calles y espacios públicos con nombres de personas es una manera de honrarlas en el presente; pero también se convierte en un mecanismo para el olvido del pasado y de este modo contribuye a brindar una mejor versión, ilusionada, de lo que fue. Es una manera de jugar al olvido de las víctimas cuando las hay y se honra, con ello, al verdugo. La toponimia enaltece, pero también silencia las voces ya silenciadas por la historia que no se cuenta. Nombrar espacios públicos es brindar al presente y a las generaciones futuras un acto de reconocimiento del valor de esa figura. Es hacer presente en la rutina del vivir, en un homenaje condensado, lo que de ningún modo retrata toda la persona; sino que solo indica el significado pretendido para una colectividad. Lo mismo para aquellos héroes como para los de dudosa reputación. Es la ambigüedad del nombrar los espacios públicos con nombres de personas.

El problema en estos homenajes condensados y permanentes es que con ellos se pretende limpiar el pasado brindando una imagen de héroe a quien no la tiene, dada su acción criminal y el testimonio permanente de las víctimas. El problema es que determinada figura pública, por un interés privado, pretende hacer público lo que solo tiene un motivo personal y, en último caso, familiar. Así se honra lo que no debe ser honrado por la colectividad.

No es suficiente que al nombrar espacios públicos se constituya como un acto autorizado por un poder del Estado a partir de una iniciativa individual de un congresista, sea quien sea. Hay que establecer mayores criterios y llamar a concurso otras voces que legitimen o deslegitimen la propuesta.

Puerto Plata ha tenido grandes maestras, escritores, músicos y compositores como para que uno de sus espacios públicos claves lleve el nombre de Joaquín Balaguer.