Se asoma la navidad, con esa energía indomable, despertando el deseo de compartir con los seres queridos, reír y abrazarnos en comunión con la alegría. Llega también reavivando recuerdos, llenando nuestra mente de ancianas vivencias y como bien dicen por ahí, recordar es vivir, ando re-viviendo anécdotas de la juventud.
Tan simples, tan sencillos son estos recuerdos felices, que me han permitido reflexionar en la capacidad que teníamos entonces de sentirnos tan bien con tan poco. Como en esas mañanas de exámenes de medio término, sentados sobre el césped, con el único propósito de sentir la brisa fresca. Esos tiempos de vacaciones, que parecían ser eternos, donde nos reuníamos a leer mil veces Ojos de Perro Azul y creíamos ser nosotras las únicas lectoras del mundo, o las miles de veces que caminamos de mi casa hasta la casa de mi mejor amiga y devolvernos de nuevo y varias veces más, solo para continuar con el placer de una buena conversación. Éramos felices entonces, teníamos una capacidad sin medidas de absorber la vida y de sorprendernos ante ella.
Siento que en este hoy tan intenso y veloz, es ese el mensaje que la navidad ha querido regalarme. Recordar que las cosas que nos hacen más felices, son las cosas sencillas, las vivencias que nos han llenado el alma y no necesariamente las cosas materiales y que el regocijo de la amistad verdadera convierte la vida en un jardín perfumado.