Cuando el presidente de la República Dominicana, Danilo Medina Sánchez, hizo aparición en alocución dirigida a todo el país, el pasado 17 del mes en curso, la atención de toda la nación y el mundo estuvo centrada en ella, por lo sensible de un proceso que cumplía ese mismo día y noche, el último de sus plazos fatales: el mal diseñado y peor organizado plan de regularización. Un diseño que pretendió dar respuestas con planes, jornadas, operativos y, no con políticas duraderas y firmes en el tiempo, a un problema migratorio entre dos naciones habitadas por seres humanos que comparten una misma isla, gústenos o no.
Estupefactos y anonadados, quedamos ante el hecho de ver un presidente que relativizó e ignoró en su discurso, al no referirse a ello, el problema fundamental que ha vivido siempre y vivía la nación dominicana esa noche con el problema migratorio y finalización del llamado plan de regularización. Vimos un presidente que de forma impertérrita ignoró su obligación de Estado al dar de lado a este problema, por demás, problema central a ambas naciones, haciendo gala de un solemne, mayúsculo y olímpico acto de irresponsabilidad.
Todo aquel que pasó por el mal llamado plan de regularización, se graduó summa Cum laude en palo encebado. El grado de dificultad para que un ciudadano, especialmente haitiano, lograra reunir toda la documentación exigida era un esfuerzo de extra terrestres, cumplir el ciento por ciento con lo exigido sería cosa de seres sobrenaturales. Todo estuvo diseñado en grado de dificultad para hacer imposible su éxito.
Hemos contemplado de forma atónita como cada funcionario dominicano, al margen de su jerarquía, tiene en su cabeza una ocurrencia que no llega a idea, a criterio y mucho menos a política de Estado, porque carecemos de ella, de cómo enfrentar el caos humano y descredito internacional provocado por un mal concebido y peor organizado plan
La misma frase que usará el presidente Balaguer para santificar y consagrar en términos históricos las elecciones de 1996 con su: “El camino malo está cerrado”. Es la misma que emplea hoy el Presidente Medina para enarbolar y dar por terminada la solución al mayor drama humano que vive la isla, la solución al problema migratorio: “ese tema está cerrado, definitivamente cerrado”. Ahora, bien ¿Puede resolverse un drama que nace con la misma independencia de la nación dominicana con operativos, planes y jornadas de regularización y naturalizaciones?
No sin antes reconocer a este gobierno el mejor esfuerzo, más allá de aquellos hechos por sus antecesores, para dar respuestas al dilema humano que representa la normalización del estatus migratorio de centenares de miles de personas. No sería, por supuesto, de miseria humana de nuestra parte, también, establecer que a pesar de ello; la dignidad de un ser humano, no puede estar limitada por circunstancias oportunistas y populistas convenientes a fines electorales reeleccionistas, como se manifiesta en la actual coyuntura electoral de ambas naciones en este momento.
Hemos contemplado de forma atónita como cada funcionario dominicano, al margen de su jerarquía, tiene en su cabeza una ocurrencia que no llega a idea, a criterio y mucho menos a política de Estado, porque carecemos de ella, de cómo enfrentar el caos humano y descredito internacional provocado por un mal concebido y peor organizado plan. Plan este, que pone en peligro la unidad familiar de los afectados y la seguridad personal de cada individuo, violentando con ello el sagrado derecho a una identidad y existencia como persona humana sujeta de derechos.
Es necesario e imperativo que el liderazgo y las fuerzas sociales de los dos países República Dominicana y Haití, entiendan, que hay que promover de forma permanente y en cooperación por parte de ambas naciones, políticas duraderas migratorias que garanticen la dignidad, la justicia y el respeto a la convivencia en paz de cada persona humana en todo el territorio de la Isla de Santo Domingo.