La defenestración de Leonel Fernández ha llevado al colmo del cinismo al bestiario político dominicano. Somos criaturas que pensamos con palabras, y lo que nos permite vivir como seres humanos lo recibimos de los otros. Todos nuestros actos son los de la propia sociedad interiorizada. Somos seres simbólicos, hablamos con una lengua que es preexistente a nosotros, e interactuamos moldeados por valores. Todos nuestros actos están destinados a influir en los demás. La gente quiere poder para usarlo en la sociedad, toda la fascinación del discurso del déspota funciona como un mecanismo de poder que lo hace aparecer como sabiéndolo todo, y de ese modo convertirse en poderoso. Leonel Fernández era el dueño de la verdad, el que se oía a sí mismo, el que podía otorgar la suerte o la desdicha de muchos otros. Era imbatible, inexorable. Hasta que los propios monstruos que propiciaron su poder lo defenestraron…Entonces aparecieron los Judas.
Apenas el 22 de diciembre del 2014 el senador Eddy Mateo Vásquez proclamó en Barahona que “Por mandato de Dios Leonel sería presidente”, envolviéndolo así en el sudario de la divinidad. El tipo se había vuelto totalmente póstumo. Dos lágrimas rodaron por sus mejillas. Pero apenas cinco meses después vivía las angustias de Judas y juraba que “Dios se había arrepentido”, huyendo por la puerta de atrás del senado, frío y melindroso con la cabeza bajo el brazo. Julio César Valentín, el senador por Santiago, se releyó a sí mismo por primera vez en su vida. Fogoso, verboso, enjundioso; descubrió que las palabras héroes, mártires, y santo no estaban inscritas en su itinerario político. Tenía fe, eso sí, en el hombre que se lo había dado todo; pero la fe nunca es completa aunque sea profunda. Le clavó el cuchillo liberado por fin del pecado de existir, y en una especie de objetividad cínica dijo: “he pasado tres noches sin dormir”. Y perdió para siempre la apariencia de la virtud.
De esa poderosa empresa, “Judas, S.A”, que ahora rodea la biografía de Leonel Fernández, el más conspicuo de todos los personajes es César Medina. Mientras leía sus artículos recordé un dicho que no sé si era de Blas Pascal, el contradictorio filósofo cristiano: “el pensamiento no puede concebir ni la estupidez ni el mal”. Y creo que me vino a la mente porque pocos escribidores del leonelismo como César Medina han expresado con tanta pasión la defensa de la perversión del poder sobre la que se edificó ése reinado. Y pocos fueron tan beneficiados del mismo como él. Uno toca las marañas del vivir en un país como éste, y siente que es un mérito real ser un canalla; el tipo diviniza las contradicciones en el fondo de su ser, y justifica con la teoría lo que él es en la práctica: un oportunista. El retrato del Leonel Fernández que pinta ahora es real: decadente, inadecuado, crepuscular. Y se lo dice con su cara de cuaresma, como un caballero que combate contra hidras y dragones, como si su pluma estuviera empeñada en su rescate; y como si el sueño hubiera abolido en todas las memorias las lisonjas sin límites que le prodigaba, la adulación estancada en el oprobio, la lambiscona sumisión por los beneficios que depara el poder.
He tomado únicamente tres modelos extraídos de la más cruel experiencia de la práctica política dominicana, pero podrían ser muchos. “Judas S.A” no es, sin embargo, un accidente, una desviación, sino el correlato de una concepción del poder. Leonel Fernández se creyó un Dios, e hizo de los dominicanos una comunidad desarraigada y abstracta. Edificó un poder que perdió todos los frenos. Muchos se prosternaron ante él, y con permiso de la metáfora del Judas bíblico, lo vendieron por menos de treinta monedas. Ahora labraron otro Dios. Danilo Medina le abolló los ojos al Príncipe, y tomó su lugar. “!Lo está haciendo bien, lo está haciendo bien!”- gritan sus acólitos. Los más roncos son los socios de “Judas, S.A”. El Estado no solo monopoliza el poder, sino la razón. Un año antes del 2020 volveremos a escuchar “!Lo está haciendo bien, lo está haciendo bien!” Igual que el otro que gobernaría por “mandato de Dios”. Toda la “democracia” que habíamos construido se ha disuelto en el aire. Soplan vientos de dictadura.