La historia no es mía. Pertenece a mi cuñada Claudia, una mujer de naturaleza dulce.
Cuando nos juntamos de tiempo en tiempo en nuestras respectivas casas en Ciudad México y Nueva Jersey, como es costumbre en las familias caribeñas, se cocina moro con gandules y se escuchan (y ahora se ven en plataformas por la televisión) canciones de salsa y merengue. En realidad, Claudia cocina y yo selecciono las canciones, mientras nuestros maridos sirven buenas bebidas.
A ella y a mí, que nos conocimos antes de pensar que seríamos parientes políticos, los sabores y ritmos antillanos nos retrotraen al país de donde emigramos, excepto a ese tiempo cuando teníamos 13 y 15 años, entre las casas contiguas de nuestras respectivas mejores amigas del colegio, Soraya Pérez y Linette Mendoza, residentes en El Vergel núm. 1 y 3, cada una.
En esos encuentros, Claudia espontáneamente repite el cuento de Juanito, a sabiendas de que me lo ha hecho decenas de veces. Juanito es un seudónimo que le pondremos al joven de la anécdota, en lugar de su nombre verdadero. Pues como dice la letra de Ambos a dos, hay nombres que convienen ponerse y otros no.
Además de ser una persona extremadamente amable, de esas que no saben decir que no por respuesta, Claudia es muy linda y ese muchachito estaba perdidamente enamorada de ella. Aunque Juanito quizás siempre supo que su pretensión no sería correspondida, disfrutó de la amistad de mi hoy cuñada.
Oyendo la historia de Juanito, a quien no conocí, entiendo que el muchacho estaba claro. Ricardo mi esposo, que sí lo conoció, decía que el pobre Juanito no tenía chance con Claudia, que bailaba con él por ser buena gente. El corazón normalmente informa cuando el amor no es correspondido y Juanito, deduzco yo, a pesar de no contar con las ventajas capaces de atraer a la Claudia de sus sueños, no era tonto.
Fuera en su cocina o en la mía, haciendo su inmejorable moro de gandules con una gracia inagotable, Claudia me explica que no le atraía el muchacho que indefectiblemente siempre la sacaba a bailar en las fiestas y más adelante en la discoteca Neón. No obstante, ella nunca se negaba y me reitera lo mismo siempre: — Es que Juanito era hidráulico.
El muchacho tenía su música por dentro. Nunca consiguió ni un besito de mi cuñada, que es tan noble que ni siquiera en la intimidad de su hogar, y décadas después, es capaz de decirme cómo era físicamente el chico que no le atraía. A diferencia de Ricardo, pienso que Juanito era un tíguere, porque tanto tiempo después en el hogar formado por ella junto a su esposo Roberto, sus tres hijos y Pablo, su terrier cubano, en el alejado pueblo de Galloway, el cuento de Juanito, el hidráulico nunca falta. Surge como una evocación graciosa, entre la música de Marc Anthony, Willie Colón, Héctor Lavoe o Celia Cruz y otros artistas, que a los tres dominicanos y a su marido puertorriqueño reunidos en familia nos gusta escuchar.
Cuando conocí la noticia de la partida de Johnny Pacheco sentí gratitud, pero al tiempo una profunda tristeza. Repasando sus grandes temas musicales pensé en Juanito el hidráulico, a quien nunca vi bailar, pero entendí a mi cuñada. Hay un agarre que se pierde con esa música que Pacheco nos reunió en una salsa y Juanito lo sostenía en su baile.